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miércoles, 7 de febrero de 2018

CALIGRAFÍA DE LA OSCURIDAD

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CALIGRAFÍA DE LA OSCURIDAD




Con la botella de mar tirada al vacío,
el zumo de la razón arde en el polvo;
es tiempo de rostros tapizados por la oscuridad de lo efímero:
—efímero el juego desgastado de la caligrafía,
la dialéctica del oleaje en el agua oscura de las sombras;
(tras bambalinas, el arcano, se nos vuelve huidizo,
camino incognito de la ficción humana.)

La excesiva transparencia nos desvive,
así la piedra profunda hundida en el barro;
la respiración que sale desangrada del aliento,
antes de que el desvelo capitule
en la furia de alguna cornisa.

Ante el trozo de caligrafía desangrándome,
el árbol de la memoria se abre al sonido, como un mapa
de tinta desparramado en  el papel.

Desde luego, el instinto juega a lo visceral,
atraviesa las soledades domésticas de las sábanas,
muerde la lasitud póstuma de las manos,
 el tacto desolado de lo íngrimo.

Entre la transparencia y la oscuridad,
prefiero una tercera guarida:
quizá un museo de piedras u hojas,
el juego crítico del césped, 
el espejismo o,
una página con insectos donde nadie sangre herido
por la vigilia, ni por las llaves del aliento.

Desde luego,
me son necesarios diversos atuendos:
un pasamontañas,
el destello del aceite rechinando en la cacerola,
el pez obstinado en la vagina del zodíaco,
los tantos rostros que perdí en cada palabra
del adobe o el bahareque. 

(Ayer, atónito, vi cuervos en el firmamento:
eran esculturas sembradas en mis ojos, pañuelos estrujados
con pespuntes, nombres pulsantes colgando del vacío.) 

Hace años que la niebla arde en mis pies,
años grises de confeti,
años de ríos sacudidos por el recuerdo; 
a cierta edad, uno empieza a reconstruir los sueños
y a responder preguntas:
pasó la tormenta con su carraspeo desmedido,
la explosión de los ojos en la turgencia,
la medialuna de los labios en el horno del océano.

Tengo,  me digo, —por si acaso—, que pulsar
los oráculos en el bambú alucinado del pulso;
tirar los dados o la balanza sin contrapesos del pretérito,
sin repetir la noche humana del contagio.

Toda vida cumple un destino:

a mí me tocó masticar el aire en el infierno del insomnio,
purgar anónimamente el resuello,
desvivirme en la tormenta del reloj,
soportar los desatinos del horizonte,
ponerle esparadrapos
a la circuncisión de los deseos, padecer la sal de la noche
                                                                        [en los dientes.

(Luego de todo lo inminente, las extrañas ausencias de la sed,
el cuento de las cerraduras, la página llovida del luto
en la garganta. La necesidad de precipitarme en tu sexo.) 

Siempre pasa que la mucha claridad,
se torna oscuridad incisiva;
nunca el infinito fue tan despiadado como el aliento
de un moribundo, 
como el declive húmedo de las navajas. 

La duda, después de todo,
mete sus dientes;
acecha la oscuridad insomne de la conciencia,
arde hasta el cuello la ventana quebrada de la caligrafía.

Barataria, 2011
Del libro “TRASPATIO”, 2011 (inédito). 119 pp
© André Cruchaga

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