Páginas

miércoles, 28 de febrero de 2018

ANOTACIONES PARA EL OLVIDO

Imagen cogida de la red





ANOTACIONES PARA EL OLVIDO




Detesto sentir cadáveres flotando en las entrañas,
y que las termitas
del tiempo desgarren el sosiego en trocitos;
debajo de los huecos desplomados del polvo, 
quizás valga la pena
escribirle una elegía a la hoguera hecha añicos,
destruida en su pozo de explosión.

Dentro de los goznes los días muerden el arco del espejo:
nos quiebra el asfalto del designio,
nos violenta la intemperie del nicho,
la maya ciclón que nos asfixia en el hambre;
—nos movemos entre arenas movedizas,
nos ha tocado vivir en medio de la súplica
y tantas oscuridades girando alrededor de la materia.

Todo crece hacia el escombro:
la lengua, la oración, el escapulario,
el atrio mordiendo juegos inexplicables,
la plaza con el tormento
de los estratagemas y el chaparrón de ofertas sempiternas.
—Hemos dejado de ser,
para ser Nadie,
fundamos mares y sueños de perenne mutilación,
de escombro y funeral inexplicables;
y, aunque sobrevivimos,
no dejamos de ser arqueados espejos
de la mano fría de la muerte,
—no dejamos de transpirar
los despropósitos del grito,
el hacha deleznable de la asfixia,
las palabras áridas, incapaces del amparo.

¿De qué otra manera saltamos el arco de estos espejos moribundos,
si aquí consumamos la malignidad en la madera,
la conciencia cenagosa de ansiedades,
el tedio en los centímetros
de un reloj con polilla,
escombro bocarriba del duelo consuetudinario?

¿Hay barricadas para contener la piedad,
o es el simple slogan,
el que nos alimentará siempre,
el que nos consume con sus gritos sordos,
y nos pinta la pared de epitafios?

—Hemos vuelto mudo el arco iris:
de pronto, el blanco y negro
nos representa como fondo del cine mudo,
como una habitación
amarga de cadáveres,
náufragos siempre en el plural oleaje,
deudos y deudores irremediables,
añicos de la telaraña colgada del tabanco,
impotentes jardines
consumidos por la negligencia.

El País es este dolor en mis ojos,
la ceniza indemne mordiendo los zapatos;
el País es este espejo con arcos
donde el drama del invierno inunda la conciencia
hasta sajarla,
para luego convertirla en tragedia.

—Nosotros, precarias premoniciones
irrumpiendo en medio del desastre, 
sirviendo de señuelo para alimentar el subsuelo
de los viejos estratagemas del acuario.

(Vos y yo, que sin codicia, creímos en la risa;
ahora se nos dan
raciones diarias de desvelo y sollozos
y litorales de anónimo luto
y zozobra y lechos derruidos por la lágrima.)

—Nosotros somos,  a fin de cuentas,
sobrevivientes del subsuelo e imaginarios de atribulada
resina, copia de apiñadas masturbaciones,
esquinas del chillido del alba.

Barataria, 2013
Del libro “CUERVO IMPOSIBLE”, 2013(inédito). 138 pp
© André Cruchaga

martes, 27 de febrero de 2018

LIBÉLULAS

Imagen cogida de la red





LIBÉLULAS




En los paréntesis del agua, cuántas libélulas urgentes de vuelo.

Al costado de la ternura,
el aliento hímnico de las ventanas,
la puerta visible del caracol,
las curvas promisorias del aleteo,
el anhelo enredado en el aliento del manglar:
un haz de luz,
ciega las sombras que me sostienen,
la misma tumba del cielo en la alegría.

Siempre miro el trayecto del disparo como una recta
que oscila en el aire;
luego le quito la omnipotencia al azar,
el sol a menudo invariable en el espejo,
la caída de la sed
en el pantano de todos los días sin ningún analgésico.

Zumba desde el alambique, el cuatrojos,
el hígado gastado
de la aurora y el césped cultivado en las paredes:
crece el ojo en auxilio de veleros,
la sábana, a menudo, desproporcionada del delirio,
la suerte del deseo en una antorcha de ixcanales,
de sienes arrugadas
de tanto buscar llaves,
de tanto leer la propia tortura.

En cada trozo de madera la suerte está echada;
a falta de rituales,
debo encender los espejos de la tarde con el humo del aliento;
la voz empuja la contemplación de los colores,
el espejo del fuego quema los floreros,
en ninguna parte de mi memoria
encuentro fechas imprescindibles.

No recuerdo la primera
escritura de la alegría, aun poniendo pretextos,
como la algarabía
del pubis en mi aprendizaje, ni la rama madura en la boca:
sólo este fluir de tumbas, convencido de la muerte.

(Sin duda existen días al ras del suelo,
donde columnas de libélulas,
lamen el epitafio apócrifo del hombre,
las paredes de la demencia
donde escribo el abandono con los brazos abiertos,
la mirada perdida sin ninguna posibilidad de parpadeo.
A veces la soledad nos produce cierta amnesia,
perturbadora de nuestros propios sueños,
acróbata de la salmuera.
Hoy, tal vez, no sirven ya las categorías dialécticas,
tienen la fisonomía
de un neumático gastado, la gratuidad desaforada del grito,
la silueta del cántaro en la sombra de la conciencia.)

Siempre estamos empantanados queriendo reconquistar
la pérdida del habla,
los días febriles de la otredad, el tren, por ejemplo,
con vagones de pájaros,
pero la historia es la misma ciénaga
donde hemos estado tanto tiempo:
allí los desniveles propios del abismo,
el hilo de los rieles gastados del cuerpo,
la densidad de la materia
en descomposición, la oscuridad certera de los brazos,
en cada bocanada de aire de las cerraduras.

Ahí como un péndulo ahuecado, las densas aguas
del crepúsculo entre el temblor de los espejos.

Barataria, 2013
Del libro “CUERVO IMPOSIBLE”, 2013(inédito). 138 pp
© André Cruchaga

lunes, 26 de febrero de 2018

INTERIORES

Imagen: Pinterest





INTERIORES




Desde los interiores de la mesa, la tela amarilla del candil,
los objetos alrededor de mis ojos, las manos todavía
en la aldaba de la puerta,
—hacia el fondo, el día avanza en mi cabeza,
como cualquier despojo en el albedrío de la sal.

Consumidas las semanas, nadie se acuerda del calendario;
algunos dolores son demasiadas tumbas para el alma;
las alegrías,
vienen acompañadas de lápidas o almohadas,
toda fosforescencia siempre tiene fronteras imaginarias:
la noche es lo más visible cuando nos quema las sienes,
lo invisible es el hilo de la racionalidad
que anhelamos juntos.

Cada vez el infinito desemboca en lluvias:
hay relámpagos
que atraviesan el infinito con ojos de vértigo;
en cada viento afilado en el cuerpo,
el universo zozobra
con sus paraguas rotos,
la palpitación se convierte en cuchillo;
al borde, las vísceras,
la antesala de espejos distorsionados.

De cada precipicio brotan espejos incendiados,
un trozo de sábana alimenta los poros,
cada movimiento que nace
de la campana de la saliva,
los días impares de la semana,
el báculo del ciego alrededor de los barrotes de la niebla.

Cada objeto tiene su propio laberinto:
la lluvia que emerge sin aniquilarse,
la angustia en el absoluto
de la memoria: viajamos desde la cópula del vuelo,
desde los nudos del pájaro del posible desvarío
de la sombras enquistadas
en el rompeolas de la ebriedad,
hasta el lugar donde terminan los brazos.

Somos el incendio de nuestra propia alma,
el todo y la nada
asidos de las manos,
la furia del torrente en los ojos,
los estrechos caminos de la clavícula de la Esperanza,
la infinitud
de las paredes a la hora del sueño,
a caligrafía escarlata
de la catástrofe,
quizá la melódica purificada en la ceniza.

No cabe tanta erosión en las colillas de la respiración,
—hoy, todos los caminos son inciertos,
los cubre el humo,
el desfile de los pensamientos calcinados,
el establo del cielo,
envuelto en harapos,
el hilo de la garganta en el paladar duro
de las viejas consignas.
Sí, todos los caminos son inciertos:
recorremos el pozo hondo de las estrellas endurecidas,
del precipicio de las lanzas de la incineración;
en la espalda llevamos
porciones de azufre,
sortijas que la noche nos avienta a los ojos.

A veces las axilas derriten abismos de sal:
entonces, nos volvemos alucinadas ebulliciones,
viscosos laberintos,
ácidas persianas de la piedad,
baúles de cementerios,
cadáveres impuros renegando del fuego.

Siempre que vemos desde dentro de la alacena,
sabemos que nos falta todo,
y en cambio acuden a nosotros los sepultureros,
con sus manos de azadones.

No obstante persistimos
en el cántaro inasible del agua que chorrea en los ojos.
Sólo nos queda descoser el aliento
y aruñar la brasa de la sed.

Barataria, 2013
Del libro “CUERVO IMPOSIBLE”, 2013(inédito). 138 pp
© André Cruchaga

domingo, 25 de febrero de 2018

ROSTRO DE LA CALLE

Imagen cogida de la red
(Una de las calles del Centro Histórico de SS)






ROSTRO DE LA CALLE




Para mí y para vos, cada calle nos borra la esperanza.

Salvo el laberinto de la muerte,
nada más nos acompaña
en la travesía: cada transeúnte es un grito entre grises.

¿En qué país estamos merced al hampa,
al martirio, a la hoguera,
a la ceniza,
al sarcasmo repugnante de la violencia?

(Me dirás que es el reacomodo de la correlación de fuerzas
para refundar la Patria;
que es el hartazgo muchas veces sordo
de la pobreza galopante que hemos tenido por décadas.)

A lo que te diría, recordando unos versos ajenos:
“¿En qué siglo nacimos?
¿En qué siglo es que estamos?
¿En cuál siglo vivimos y soñamos
esta tremenda pesadilla/ como un dédalo?
Esta es la ronda de sus muertos.”
Nunca creció tan alta la zarza, ni la breña, ni el miedo;
ahora vivimos tambaleándonos entre la oscuridad de las aceras
y los alfileres,
entre la niebla y el granito que cae en la boca
y rompe los dientes,
la costilla amenazada y las sienes.
Al caminar, cuántos zapatos vacíos,
de espaldas, roto el pulso
de los tragantes,
la música fúnebre como una hiena en el pañuelo,
la sal hasta el cuello de las arterias.

(En medio de este horror,
sabés que hay impaciencias personales:
la desazón no quita la sed y el deseo,
la entraña ruge en su espejo de caracol,
abre la herida y el ramaje,
el musgo pulcro en la boca,
crepita el semen antes de desprenderse del ala.)

Pero la calle es otra cosa con su frontera de cuchillos,
hay un desierto de fuego endurecido,
rostros ahogados, acribillados
por la desesperación:
nunca se vive sino en la muerte de todos los días:
siempre hay una sombra que vigila en la sombra.

¿En qué País estamos,
qué noche ahoga ojos y nuestra conciencia?
Perdimos la brújula de la aurora,
se multiplican los rostros en el moscardón que erigió la ceniza,
la seguridad ciudadana es otro cadáver en medio del grito
del crepúsculo,
otra botella tirada en las aguas del mar, otra forma
del fermento de nuestras propias heces.

Ya no sé qué rumbo deben tomar nuestros sueños y los ajenos.
No hay lugar seguro en las vigas de la luz;
la demencia se apoderó de todo el alfabeto.
Ahora también nos persiguen los murciélagos,
la atarraya enfangada de las lámparas,
el puñado de lava que nos asfixia
desde los cuatro puntos cardinales.

¿Hacia qué suerte de memoria nos llevan estas calles,
acostumbradas a la carroña,
al cuerpo erguido en el vinagre,
al lecho donde se pudren por siempre los huesos?

La calle, hoy, tiene su propio rostro:
nos muerde su bramido de muerte,
como un nido de hormigas impunes para el despojo.

Barataria, 2013
Del libro “CUERVO IMPOSIBLE”, 2013(inédito). 138 pp
© André Cruchaga

sábado, 24 de febrero de 2018

TABURETE DE LA SOMBRA

Imagen: Pinterest







TABURETE DE LA SOMBRA




Siempre estás ausente de claridad a la espera del paladar
de las estrellas, en la saliva azul del lecho donde los ojos corren
hasta derramarse en el rastrojo líquido del cielo; 
copula el horizonte sus tejados de viento;
en  la madera,
de pronto ciega,
aletean las ventanas su apocalipsis.

Hay taburetes en la más absoluta orfandad de la intemperie,
palabras que deja la noche en el rescoldo de la distancia:
crecen los recuerdos en la hostia de la sangre,
la boca extendida del suelo, en la champa adusta
que la lluvia desbarata 
al gastarse la tarde en los muñecos de trapo.

Entonces veo las vitrinas con los brazos caídos,
los clasificados de la hojarasca en la pasta de los libros;
de pronto, también,
el ahogo que escupa en el ilusionismo de las pupilas.

La sombra que no sabe que es sombra y  guarda
en su alacena, armarios de desahuciados diccionarios,
titánicas erratas jugando a la ternura.

En la vigilia se disuelven fuego y ceniza,
escucho desde el tejado
el maullido de los sueños,
la brama del alfabeto en historias
sombrías de paraguas,
en ciertas tormentas que machucan pies y clavículas,
la crueldad de los grises de la niebla en el dintel,
el aguijón del vacío dislocado en los hombros,
aun la altura del polvo en el aliento,
el sube y baja de las pestañas
en el vaso mensajero del pecho,
—sé que cada arrebato tiene sus propias geometrías,
un marcielo con rieles de arena, tuberías esféricas de acróbatas,
fulminante madera de otros soles menos apetecibles.

Nos quema la falta de concordia: urdimos cielos absolutos,
cuando la relatividad hace sus propias acrobacias,
y nos mete de cabeza en habitaciones oscuras de vértigo.

En cierto modo, se ha puesto a luz del día,
el melodrama del malabarismo de los fósforos,
la mecha negra del candil
sobre manteles blancos,
hay manoplas en el ambiente en vez
de pensamiento,
prestidigitadores con guantes tal los verdugos
que arremeten con malicia contra la oscilación del aliento
diáfano de la lluvia que cae como contrapartida del polvo.

Tenemos días como péndulos al revés de los guacales,
días que huyen de las sienes,
feroces fuegos de odio al prójimo,
bacinicas de saliva,
vertederos sostenidos en el conjuro,
ojos de perros escapados de sus jaulas,
mutiladores de sueños en un abismo de pesadillas subterráneas.

A causa de este vértigo, irradiamos párpados de hollín:
por desgracia, es otra manera de tortura,
no menos cruel
que la vivida en la enceguecida carreta de la memoria,
en la locura que cortó las patas del taburete
con su embriaguez de muerte.

El país es ese taburete terrible donde ninguna herida se exime,
de la ruina y la súplica:
todo es extravío y fechas aglomeradas.

Barataria, 2013
Del libro “CUERVO IMPOSIBLE”, 2013(inédito). 138 pp
© André Cruchaga