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domingo, 25 de febrero de 2018

ROSTRO DE LA CALLE

Imagen cogida de la red
(Una de las calles del Centro Histórico de SS)






ROSTRO DE LA CALLE




Para mí y para vos, cada calle nos borra la esperanza.

Salvo el laberinto de la muerte,
nada más nos acompaña
en la travesía: cada transeúnte es un grito entre grises.

¿En qué país estamos merced al hampa,
al martirio, a la hoguera,
a la ceniza,
al sarcasmo repugnante de la violencia?

(Me dirás que es el reacomodo de la correlación de fuerzas
para refundar la Patria;
que es el hartazgo muchas veces sordo
de la pobreza galopante que hemos tenido por décadas.)

A lo que te diría, recordando unos versos ajenos:
“¿En qué siglo nacimos?
¿En qué siglo es que estamos?
¿En cuál siglo vivimos y soñamos
esta tremenda pesadilla/ como un dédalo?
Esta es la ronda de sus muertos.”
Nunca creció tan alta la zarza, ni la breña, ni el miedo;
ahora vivimos tambaleándonos entre la oscuridad de las aceras
y los alfileres,
entre la niebla y el granito que cae en la boca
y rompe los dientes,
la costilla amenazada y las sienes.
Al caminar, cuántos zapatos vacíos,
de espaldas, roto el pulso
de los tragantes,
la música fúnebre como una hiena en el pañuelo,
la sal hasta el cuello de las arterias.

(En medio de este horror,
sabés que hay impaciencias personales:
la desazón no quita la sed y el deseo,
la entraña ruge en su espejo de caracol,
abre la herida y el ramaje,
el musgo pulcro en la boca,
crepita el semen antes de desprenderse del ala.)

Pero la calle es otra cosa con su frontera de cuchillos,
hay un desierto de fuego endurecido,
rostros ahogados, acribillados
por la desesperación:
nunca se vive sino en la muerte de todos los días:
siempre hay una sombra que vigila en la sombra.

¿En qué País estamos,
qué noche ahoga ojos y nuestra conciencia?
Perdimos la brújula de la aurora,
se multiplican los rostros en el moscardón que erigió la ceniza,
la seguridad ciudadana es otro cadáver en medio del grito
del crepúsculo,
otra botella tirada en las aguas del mar, otra forma
del fermento de nuestras propias heces.

Ya no sé qué rumbo deben tomar nuestros sueños y los ajenos.
No hay lugar seguro en las vigas de la luz;
la demencia se apoderó de todo el alfabeto.
Ahora también nos persiguen los murciélagos,
la atarraya enfangada de las lámparas,
el puñado de lava que nos asfixia
desde los cuatro puntos cardinales.

¿Hacia qué suerte de memoria nos llevan estas calles,
acostumbradas a la carroña,
al cuerpo erguido en el vinagre,
al lecho donde se pudren por siempre los huesos?

La calle, hoy, tiene su propio rostro:
nos muerde su bramido de muerte,
como un nido de hormigas impunes para el despojo.

Barataria, 2013
Del libro “CUERVO IMPOSIBLE”, 2013(inédito). 138 pp
© André Cruchaga

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