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martes, 27 de febrero de 2018

LIBÉLULAS

Imagen cogida de la red





LIBÉLULAS




En los paréntesis del agua, cuántas libélulas urgentes de vuelo.

Al costado de la ternura,
el aliento hímnico de las ventanas,
la puerta visible del caracol,
las curvas promisorias del aleteo,
el anhelo enredado en el aliento del manglar:
un haz de luz,
ciega las sombras que me sostienen,
la misma tumba del cielo en la alegría.

Siempre miro el trayecto del disparo como una recta
que oscila en el aire;
luego le quito la omnipotencia al azar,
el sol a menudo invariable en el espejo,
la caída de la sed
en el pantano de todos los días sin ningún analgésico.

Zumba desde el alambique, el cuatrojos,
el hígado gastado
de la aurora y el césped cultivado en las paredes:
crece el ojo en auxilio de veleros,
la sábana, a menudo, desproporcionada del delirio,
la suerte del deseo en una antorcha de ixcanales,
de sienes arrugadas
de tanto buscar llaves,
de tanto leer la propia tortura.

En cada trozo de madera la suerte está echada;
a falta de rituales,
debo encender los espejos de la tarde con el humo del aliento;
la voz empuja la contemplación de los colores,
el espejo del fuego quema los floreros,
en ninguna parte de mi memoria
encuentro fechas imprescindibles.

No recuerdo la primera
escritura de la alegría, aun poniendo pretextos,
como la algarabía
del pubis en mi aprendizaje, ni la rama madura en la boca:
sólo este fluir de tumbas, convencido de la muerte.

(Sin duda existen días al ras del suelo,
donde columnas de libélulas,
lamen el epitafio apócrifo del hombre,
las paredes de la demencia
donde escribo el abandono con los brazos abiertos,
la mirada perdida sin ninguna posibilidad de parpadeo.
A veces la soledad nos produce cierta amnesia,
perturbadora de nuestros propios sueños,
acróbata de la salmuera.
Hoy, tal vez, no sirven ya las categorías dialécticas,
tienen la fisonomía
de un neumático gastado, la gratuidad desaforada del grito,
la silueta del cántaro en la sombra de la conciencia.)

Siempre estamos empantanados queriendo reconquistar
la pérdida del habla,
los días febriles de la otredad, el tren, por ejemplo,
con vagones de pájaros,
pero la historia es la misma ciénaga
donde hemos estado tanto tiempo:
allí los desniveles propios del abismo,
el hilo de los rieles gastados del cuerpo,
la densidad de la materia
en descomposición, la oscuridad certera de los brazos,
en cada bocanada de aire de las cerraduras.

Ahí como un péndulo ahuecado, las densas aguas
del crepúsculo entre el temblor de los espejos.

Barataria, 2013
Del libro “CUERVO IMPOSIBLE”, 2013(inédito). 138 pp
© André Cruchaga

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