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viernes, 26 de enero de 2018

PALABRAS EN LA VENTANA

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PALABRAS EN LA VENTANA




El aire respira en el girasol de los pájaros
—ahí donde las hojas
no tienen límite en los relojes,
ni cansancio:
el horizonte en las manos y en los párpados esta tierra
hundida en el azogue de míseras bocas
—las proclamas asustan
el vaivén de las sangre
y desvelan el pecho y las parcelas de la carne.

No hay manos que desnuden catedrales verdes,
ni aperos para mitigar
el frío que acampa en los poros
—no hay manos cuya faena
abra surcos y el grano inaugure trinos o simplemente acertijos
donde el alba, —llegada—  salte de alegría.

Mientras me arropa tu risa caliente en mis ojos,
el ventanal me deja
ver tu cabellera oscura en el silencio de mi sueño.
—aro en mi nómada
oficio de párpados,
las palabras son esa ventana que abre tu cara;
las ventanas,
el cierzo de tu cuello fundando mi alimento.

En tu cuerpo vuelo guitarras de cielo
—ese que en pie está herido:
polen de un navío intenso, forma de la hoguera
en mi arquitectura, océano en mi pecho:
—agua redonda en mis palabras.
Tus brazos en el litoral de la ventana,
la boca donde se hace
el invierno
y luego baja al arroyo de la espiga del olfato.
Desde esa ventana que siempre nos ve, 
miramos el bosque,
los párpados deletrean zapatos,
el olor de la piel trashumante
sube a los pañuelos del cielo
y gira como un trompo en la saliva.

Ahora las palabras son espejos plurales,
espejos y agua,
aquí donde de pronto nos volvemos figuras al óleo.

Sin ninguna duda la lluvia aviva nuestros recuerdos.
(Cada vez se mojan las esquinas de mi aliento
Y el andar de mi memoria.)
La lluvia en los pinos,
el río en los cedros
o los bancos en las raíces de los eucaliptos.

Aquí donde el ojo amanece en tu montaña y la sal no hiere
ni violenta el hambre que entumece al mundo.
Nuestra sed no tiene duelos,
ni es fauna para museos.
(Aunque la metamorfosis de la cama tenga otra empuñadura,
Y los párpados se gasten en las vidrieras.)
Nosotros hemos sido parte de esa migración de sombras:
la guerra quemó el aire de nuestros ojos;
después la paz que nunca vino,
después los repetidos vaivenes del mercado global,
después, aquí, —vos y yo—
queriendo entender  el júbilo entre ecos
y lugares de desplazados
—espigas ahogadas en sombras,
atroz verdad
que derriba muros y no hace más diáfana la palabra.

No sé si un día rompimos las cadenas de los himnos
—¿Nacimos?
Llueve todavía en nuestros costados:
esa lluvia con sol sobre las piedras.
(El fuego convulsiona en las pulsaciones enrejadas.)

El tiempo nos ha hecho vivir el olvido de las palabras
o la página en blanco en las calles.
De tanto olvido, el olvido
se ha vuelto esa memoria habitada en mis sábanas.
—Esa memoria
que hoy me mira en la ventana
como un cuaderno tembloroso de la infancia.
De tanto caminar y mirar caras en las calles
y parques,
sólo veo
bullir tus ojos en la luz tibia de mis pupilas.
—ojos y pupilas inexpugnables
en un tiempo donde prevalece
el entertainment  al estilo hollywoodense.

No somos digo —vos y yo—  ese tiempo, ni los efectos
de Kingdom of Heaven.
Somos en esta historia,
más la sal de Job, que cualquier día transitorio:
en la transparencia del sol habla tu cuerpo
—luz sonora en el tacto
de mis palabras donde el fruto se hace visible en mis poros:
luz en mi garganta como otro cielo en mi ventana…
 —Así, sencillamente,
luz ascendiendo sin vestido a mi cuerpo.

Barataria, 10.XII.2008
Del libro “CUERPO DE POSTRIMERÍAS”, 2008 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga

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