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martes, 9 de enero de 2018

AFONÍA DE LA NOCHE

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AFONÍA DE LA NOCHE




El hombre usa sus antiguos desastres como espejo.
Roque Dalton




Antiguas noches se refractan en espejos de nublados ríos.
Antiguos días socavan la transparencia del azúcar, 
Noches enteras en el emporio de las calles,
atisbando relámpagos;
en el fondo, es la misma sal corroyendo las pupilas
sobre viejos muelles donde graznan las pupilas inciertas
de las gaviotas y albatros. 

La noche perdió sus vocales pausadas, sus élitros;
nos queda la escarcha de los calendarios
en la comisura de los labios.

Nos queda,  en las sienes,  el promontorio
de publicidad con sus depresivas vallas de consumo;
nos queda el chantaje y el soborno como esos tumores sin posible cirugía
para sanar la vida pública y el alma del Estado que,
en su agonía,
se ha tornado un laberinto de gatos y una celda de heladas
identidades, donde el amor apenas si se ve,
apenas si se atisba
a través de puertas secretas y rumores de madera quebradiza.

Desfila por doquier un cementerio  de periódicos al servicio
del insomnio. Y calladas soledades de yute.

Las ventanas reprimidas de la alegría;
los peligros de la trivialidad merodean
como la tempestad agresiva de la ceniza;
el paisaje con su saña está hecho para el olvido…

En la noche caduca el paladar con ventiscas de amargor;
nuestro diario vivir incesante en estas latitudes,
no deja de ser un fragmento de viajes sinuosos,
una constante avalancha  de caras
cercenadas sobre la lengua del ansia…

Nada nos da una contrafigura que abata la niebla;
en el fondo es la misma hendidura esparcida,
la misma amenaza,
la borrosa boca del invierno respirando cosas al vacío.
Con el esqueleto extenuado de la aurora, 
Se hacen explosiones en la hojarasca;
nos muerde a carcajadas la cartulina del horizonte,
las bragas desgastadas del desatino,
las verduras podridas de los mercados,
la porfiada bruma de un crepúsculo sin rostro,
la camisa de fuerza, agria,
de las cloacas donde sepultan
el pájaro de una posible primavera,
de un posible cambio de rieles.
Pero nada hace suponer que tengamos nuevos trenes en las manos,
ni ventanas de sedientos aires,
ni frazadas de armónicos patios,
sino llovizna de arrugadas mejillas,
docenas de tropezones ,
sorbiendo el dolor torrencial de los minutos.

La humanidad entera lleva cicatrices sudadas e indelebles,
años de sudar el vaho de los semáforos con su stop desordenado.
La noche gotea su joroba lacerante,
desgreñado paraguas,
y las ojeras de su propio espejo.

Su entera y decrépita luz menguante.
Nada hace suponer cambios en los horcones que sobreviven
a este tiempo de bullicioso paisaje,
alrededor del cual se han
acumulado desvaríos y erráticos pronósticos…

Nada parece tan cierto como la noche cuando se invoca el sueño.
Nada es más cierto, supongo, que la realidad desbocada
                                                        para construir un nuevo alfabeto…

Barataria, 25.IV.2008.
Del libro “INTIMIDAD DEL DESARRAIGO”, 2008 (Inédito) 130 pp

© André Cruchaga

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