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CUERPO DE LA NOCHE
…como si descendiera
en lentas ráfagas de claridad
en lentas ráfagas de claridad
José Gorostiza
A
veces sólo es un juego de fogatas, la página de la noche,
los
embarcaderos oscuros del insomnio.
Sigue
siendo el rostro frente a la luz,
lo
más parecido al hambre y a los ojos cerrados:
viviente
oscuridad de siglos
donde
se desgasta el oleaje del silencio
y
derrite la dialéctica del destino en su mano de ávida inmunidad.
La
razón incandescente abre algunas sombras del camino:
tiemblan
las huellas en las ventanas;
los
mosaicos
de
los vitrales hacen perennes los brazos del árbol.
Vuelve
una y otra vez,
la
praxis de la paciencia, sus mercados, callejones,
cantinas,
vitrinas vaporosas en la historia del antifaz:
animada
respiración del aliento que desangra la luz
en
el rocío
de
su desvelada cabellera.
La
noche en sí misma es un brindis
del
sueño y la vigilia:
en
sus ojos está el cuerpo escuchando el reparto sutil
de
los espejos,
la
música respirando en la oscura víscera de lo irrestañable.
—Así
se animan los párpados en los grises.
Las
gotas del tacto,
el
eco anverso de ser habitante cabalístico de la noche.
La
noche
donde
se cuelan inermes pájaros,
insectos,
espejismos…
De
tantas noches la transparencia es posible.
Son
posibles
los
pasos y los ojos caminando sobre rieles de cierzo.
Al
hervor del agua en la olla del tiempo,
los
números escinden
el
sueño y devoran las llaves de la sangre
—es
decir, el arca
en
su doble ficción de fantasía y zumo o,
respiro
del zodíaco.
La
noche vive sobre el polvo de las paredes.
Ella
misma acumula los días
y
atónitos encajes de misterio.
—Ella
misma con algunos pretéritos
suena
en las vitrinas de las confiterías,
en
la respiración de los santos;
sacude
la melena del jaguar e incendia el río del habla
con
su derivación de laberinto.
Ella
es como el fantasma
de
las semejanzas de un invierno de bambúes iluminado
por
la respiración de la sal.
Entre
su verde cocina de reiteraciones,
la
esfinge inunda la memoria:
íntima
la luz,
fija
el pensamiento,
—descalza
llama—
en
el irrepetible destino de las ánforas.
Dentro
de la luz el origen del aire. La tierra nuestra.
Dentro
del aire y la noche, la luz. La oscuridad desvelada.
El
soplo que transita anónimo en las sienes:
ardida
ave del alma en el resuello profundo de la conciencia.
¿En
qué piedra la noche
es
sibarita de la transpiración de la historia?
¿Qué
cabezas de un mismo misterio
enfrentan
el dualismo del abismo en su cantera,
ahí
donde se anuncia la tormenta y el desatino?
La
noche es simplemente la reescritura del día,
la
liquidez del trino,
o
la perplejidad planetaria en un cuadro de Magritte.
Pero
qué fantasía tan audaz,
—a
menudo podría hasta parecer ironía,
que
la noche siendo tal o el día una alegoría,
se
conviertan
en
ventanas admonitorias
donde
de pronto las manos queman su invocación revelada.
La
noche está ahí:
la
espesura quema los costados del azúcar
y
hace del destino renovada suerte…
Barataria, 27.IX.2008
Del libro “CUERPO DE POSTRIMERÍAS”,
2008 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga