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lunes, 29 de enero de 2018

ELEGÍA

Imagen: Pablo Picasso






ELEGÍA




Alguien pasa contando con sus dedos
Cómo hablar del no-yo sin dar un grito?
César Vallejo




Algún día dejaré de ver jardines letárgicos
y campanas fatales en el aire.
Para las noches palpitan mis lágrimas con sabor
a desesperación y perezosas calles.
El grito muerde el zig-zag de la respiración.

Cada quien ve la destrucción en sus recuerdos:
la suya y la ajena
con toda la soledad de los pulmones.

Las palabras a cierta edad son un destino:
el zarpazo habita en las vértebras del hambre.
Desde luego, hay males peores
a este nudo inútil de soledad.

(En el trozo de ojeras, las estaciones fenecidas;
los sexos infestados de rituales apocalípticos.)

Las palabras son espejismos en el vaso de la bruma.
(Un puñado de jardines muertos baja de mis ojos.)

Todo puede ser, menos la ceniza escrita
en la videncia de un gesto, acaso,
respiración de la espuma.
O prolongación de la esperma en los somníferos.

Dentro de cada imposible
los párpados se agrietan:
—la pupila húmeda entrampa las puertas,
encierra
el ojo en el mutismo del cuerpo,
delata el aleteo.

No tiene sentido subir las escaleras
de la vida sin peldaños.
En las calles hierven las piedras
y derriten los ojos.

Un día se distingue de otro
sólo por la pesadez de los bolsillos.
(Hay hostias fúnebres en los amaneceres de la intemperie.)
Las noches igual que los días
desafían las fotografías.

Las semanas resultan extrañas en el cuerpo,
por eso las dejo persiguiendo
mis torpezas en el tejado.
Siento la fiebre de los huesos aullar en el aliento.

La noche entra con desconfianza
a la mesa de mi casa.

Cuando los párpados
se caen no hay quien los recoja
del suelo,
por más que el polvo los vuelva efímeros.

El sudor es un suplicio
encarnizado en los genitales;
la esperanza  un arbusto
que se cae de las manos;
por más que el sueño la polinice,
no deja de ser infausta
su embriaguez las ingles.

Vivir siempre es ir masticando
con los dientes rotos
todo el silencio de los espejos.

La vida está lejos de ser una mañana sin límites:
—alguien la ordena
de acuerdo a sus propios demonios,
la oscuridad es la existencia
más palpable de la luz,
de lo contrario nadie existiría,
ahora, junto a los pájaros.

El aire lame como un depredador
absoluto el aliento.
(En el insomnio del perro, las mordidas hundidas
en las lápidas en disputa por la tristeza.)

Los estados del sueño
apagan las estrellas del firmamento:
se engaña a la vida
cuando sólo hay muerte,
trepa la oscuridad
con sus demonios hasta la conciencia.

Caminamos heridos de los labios
por tanta soledad,
—y preguntamos:
qué día es mejor que otro,
qué días no nos trae inmundicias,
qué plato deja de ser sólo recuerdo,
o plegaria
como pulsera amenazante.
O tortura en forma de delirio.
—Alguien siempre duerme al filo del olvido
con el vértigo del abuso repartido,
preso en el albedrío de la tortura.

(Entre el escombro de formas múltiples, 
sombra y soledad juntas:
las cruces del dolor derramadas por el tiempo.)

Alguien ensaya en las euforias del trasmundo
su propia historia,
esa que hiberna en la sangre,
para luego borrar página tras página de la historia…

Barataria, 20.VII.2009
Del libro “HORA DE TRENES”, 2009 (Inédito) 179 pp
© André Cruchaga
Imagen: Pablo Picasso

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