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lunes, 6 de noviembre de 2017

HEREJÍA

Fotografía: Pinterest







HEREJÍA




Un gran muro de pétalos tibios
separa el paraíso lejano a nuestros pies.
Carlos Edmundo de Ory




En los jardines del surco, el arcoíris llega como una herejía. Rotas las venas del ansia, el hueco húmedo de la garganta, la ceniza de la risa estrujada en la neblina múltiple de lo yermo, las palabras empañadas del crepúsculo. (Contra toda lógica, amo el silabario blanco de tus muslos, la tibieza del santo rosario del ciempuiés, el almidón de los domingos sobre la silueta crucificada de la sábana, y la sal hundida en las retinas del ciprés.) Me ahogo en el barro negro del retablo: la lluvia en las lianas de las sombras, mi sed de agrios insomnios, la tormenta disecada en los anillos del incienso. A menudo emergen páramos de los escapularios, nada sostiene la sombra del espejo, sino el grito mortecino de la sal. Me he vuelto impermeable entre lo posible e imposible, es fascinante escuchar el zumbido de los moscardones en pleno mediodía, darle un sí a los dientes cuando los bolsillos están vacíos, cuando el fuego despierta pulgadas de piel en los estornudos del alma. Llevo días, como las beatas, dando golpes de pecho en el hastío, cada vez los relámpagos son más escasos, hay que preparar bóvedas para guardar los días destrozados de la permeabilidad; ante cada duda, los pies siempre resienten el sobresalto: debemos reírnos de nosotros mismos sin importar lo que pase, (el amor es la sustancia más hosca que conozco, el más absurdo desvarío de la imaginación, la sombra más irrisoria del éxtasis, el azogue postrero que nos deja la sed. La ebriedad que nos persigue a través  de los vacíos de las ojeras. El mordisqueo arrastrado  por la evocación.) Es hora de desintegrar los esqueletos, y devorar el porvenir de tanto espectro, quitarle el hambre a la soledad, morderle la lengua a la eternidad, negar el infinito, lanzando portaviones al acantilado hecho por el fogón. Los sueños son sólo invención de las palabras inoficiosas,  en peligro de extinción, por cierto; ¿Hay razones para creer que la sed crece en lo inefable, del furor que suponen las yerbas aromáticas? ¿De qué imaginarios habla el presente, pasado y futuro? ¿Mordemos el anzuelo de la palabra divina  cuando alrededor los muertos nos pisan los talones, cuando el predicador hace acto de contrición con sus falacias, cuando te volvés insostenible en el tiempo, por más Walt Disney  que veás en la televisión, por más azotes que nos de la violencia…? Ay, las ciencias del amor que gritan al oído de los sordos, Ay, el espíritu sombrío que supone reír en el patio trasero del mundo, en la penuria que nos da el insulto, frente al amor que dejó  de ser comestible debajo de mi sábana, ahora desnaturalizado por el óxido que deviene del pensamiento. (Supongo que debemos de salvarnos de las ruinas y de los absurdos de los incisivos de esta metástasis.)
Del libro “MOTEL”, 2012 (Inédito) 170 pp

© André Cruchaga

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