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lunes, 12 de junio de 2017

MONOTONÍAS INMUTABLES

Imagen cogida de la red





MONOTONÍAS INMUTABLES




A menudo, uno solo quiere sumar olvidos ante el paladar de la pesadumbre.
Me son familiares los suspiros de los sarcófagos, el prójimo que camina
con la lluvia hasta el cuello. La sombra de sed que incendia la vergüenza.

Uno se acobarda cuando ya ha sido tronchado el surco de las manos,
y el tiempo se llora en senderos sin ventanas.

Bastan los campanarios sordos para rezar el rasgueo de los ruidos:
pasa gritando un viento de sombras y brumas de éter y salmueras de metal.
Pasa, es cierto, un ropero de llaves encendidas de herrumbre,
sobre la voz ronca del granito.

Me embriaga el vértigo de cuantas hojas caen al vacío.

De cuanto se borra en el silencio y en las monotonías inmutables.

Hay herraduras que muerden las sienes y heridas tenaces al filo de la espesura.
Bajo la calle de sed, el ojo ebrio del contrapecho de los horcones,
la gota circular del espejo, el cardo de los viejos monólogos.

Siempre es así cuando uno quiere escapar de los tropezones, de la sombra
gris de las telarañas, de los tantos escapistas de sueños.

Todo el galope del hambre muerde las sienes, muerde al pájaro tendido
de la tarde, enrosca los aleros y las esquinas del aliento.

Por si acaso, me sobrecojo sujetando la lengua de asfalto del tedio.
Ignoro, —si después de todo—, me encontraré con la vehemencia o deberé
estrangular junto al desatino, el último cirio abisal del sollozo.
Barataria, 2017

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