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viernes, 24 de febrero de 2017

CUENCO DE LOS PÁRPADOS

Pintura de René Magritte, cogida de Printerest.





CUENCO DE LOS PÁRPADOS




Tras la furia del aire mordiéndome los talones, el cuenco de los párpados
acumulando su propia polilla, las atrocidades que deja la sangre
cuando se marchita la palidez cosida del aliento sobre el bostezo del sueño.

Sangramos de impotencia frente a otros mausoleos.

La demencia es tal como la necedad de las sombras, como los agujeros
de los ojales confinados a la herrumbre.

Uno se cansa del reloj clavado en el entrecejo, en la cabecita del alfiler que rasga
el grito del costado, los grises sin los cabellos de los santos.
Todo se acumula en la esperma peatonal de las imágenes diseminadas del país.
Es ciega la piel obligada a la tierra. (De pronto, de la estupidez pasamos
al sentimentalismo, a la proclama y al titerismo. No dudo, por hoy, en la demasía
de las luciérnagas, ni de cómo  golpea el falo en pleno frío todo el muro
de la noche y su conducto tintineante de éxtasis.)

A veces se necesitan pedales para incrementar la velocidad de los delirios.

Todo es necesario ante la congoja del alma, aunque parezca inexplicable.
Estornudo en mis cuencas, luego de pensar en las cerraduras y los zaguanes.
Ya de soslayo, las esdrújulas del granito en los ojos.

Es difícil la ternura en un paladar agrio. Difícil las tantas formas de morir.
Difícil el catálogo de los vacíos, la creolina de los enajenamientos.

¿Cómo es que el gozo se torna arcaico, detrás de pájaros desvelados?

—Para ciertas certezas, es necesario, una rebelión de bolsillos, o si se quiere,
un espantapájaros para desbandar los defectos de la mirada.
Barataria, 02.I.2017

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