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TIERRA
Ahogada en
mi geografía, el pan nocturno de la carne y su rigor de sombra.
Incesantes
los dientes de las palabras y su sola señal de fríos habitados.
Cabalgan,
abruptos, los hombros de la noche hasta estallar en miradas muertas
y silencios
infinitos y lenguajes inmóviles.
(Uno presiente la tormenta, fiera y desencadenada,
interior, ansiada de islas y edades postreras. Los buitres amurallan esta
condición de inclemencia.
Los ojos escapan absolutos con todas las dudas que
me deja el pájaro en vuelo.
La sed en mi boca seca, las puertas en la claridad
de lo inhóspito.
Por si acaso, me sublevo como lo hacen los
guijarros debajo de los durmientes.
Hay que estar muerto para soportar la vida: la luz
es fiera en el dictado
de la página, fiera y necesaria como la vida.
Desde mi infancia cualquier combate fue lícito:
solo así tienen sentido
las proclamas y las diversas resurrecciones, la
claridad incorporada al cuerpo.
Pero la tierra absoluta de lo profundo, reunida en
definitiva en mis manos.
Y sin embargo, tengo alas eternamente perecederas.
En el orden del mundo, roídos féretros y ciegos
lodazales en los ojos.
Uno se queda ligado a ciertas historias como fiel
degolladura.
Mientras la boca mastica imposibles, el rostro
refleja el puño de golpes que recibe,
desde el silencio tirado a la calle.) Es la tierra, me digo. La
cavidad húmeda.
Avanzo firme
para cumplir el mandato del bajomundo, dudar de las pocas monedas
en mi
bolsillo, horadar el ansia del harapo hasta alcanzar el gesto
de la
arcilla en esta tierra desmenuzada en gritos.
Barataria,
27.IV.2016
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