Imagen cogida de la red
ANTÍPODAS
Siempre estoy o permanezco al
lado de la locura y las antípodas: es infinito
el péndulo de las grietas, la
cabeza rapada de los páramos, la melancolía
de las putas frente a un ataúd.
No soy ese tatuaje convertible
sobre el tendero de las cobijas de la historia,
ni me endulzan los oídos los
gestos borboteantes de las monedas, mucho menos
otra forma del poder
omnisciente, el ennegrecido aliento del cardumen.
(Por supuesto, es triste todo lo que ven los ojos. Verte a vos
desde el interior
de los senderos, claro que no, pero duelen los trenes oxidados en
las sienes,
duele la abundancia de sombras en la simetría de los periódicos,
duele desconfiar de todo mundo y escuchar entre dientes tu nombre,
duele la memoria sobre tantas luciérnagas apagadas,
duele el semen que cae sobre los guijarros: la única cosecha es la
maleza.
Duelen los atrios y escapularios que nunca se conectaron con el
paraíso.
Duelen los paraderos anónimos, inacabables de la tormenta.)
—En cuevas oscuras, el aliento de
las moscas, es decir el anfiteatro del goteo.
De la yema de los dedos cuelgan
órganos y ciertos infiernos: no hay sintaxis
en estos huecos que se le hacen
al tiempo,
solo esa boca anónima de las
conspiraciones. Todo pasa aquí, lo opuesto
a la vida y su régimen de secas
palabras y su goma de apiladas voces.
—Ante tantos objetos mordiendo la
boca, ásperos, ciegos, los gritos del plomo
sobre el plato de comida. Siempre
resulta atroz derramar la desnudez
sobre la solapa de los que tocan
la orquesta…
Barataria, 10.IX.2015
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