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martes, 19 de febrero de 2013

CALLE INTERIOR

Imagen cogida de la red




CALLE INTERIOR




Tengo acostumbrados mis zapatos a las calles más desiertas, a los imperativos
de la almohada descalza de la sangre.
Ya me aclimaté a los mitos y leyendas de la usura, a los préstamos
y a la plusvalía, al permanente mercado en las aceras.
Pero termino por correrme del desparpajo, aunque  a nadie le importe
esta ferocidad en que vivimos, (resulta miserable un trocito de sonrisa
en medio de la mácula del poema.)
A veces es difícil centrar las pupilas en la noche, inventar ángeles extraídos
de la pureza,
quitarle la redondez a las palabras, lamer la saliva a una moneda inflada,
hablar con los letrados de las carnicerías,
o simplemente reposar en el sendero del crimen.
Me cuesta entender la vejez vertiginosa del reloj, los fermentos de la locura
en la boca, la otra versión de los sueños en las criptas:
en el petate duplicado de los poros, las impurezas almidonadas
de los durmientes,
el rictus de los gorriones en celo,
(la amarga atracción de los espejitos muertos  del ensueño, casi proféticos.)
Parece que todo se pierde en el cántaro vacío de la mercancía del deseo:
La pancarta de tus pezones en mi memoria es acontecimiento sedante;
en cierto modo se vuelve optimista mi ciudadanía y altamente declamatoria
la polución blanca del aliento.
—Sabes que en los prolongados días del sahumerio, lo intangible
de la alegoría y lo anónimo, se convierten en suplicio de colmena. (Por eso
jugar al miedo es nuestra propia muerte, pero es la secular mortaja
de las esquirlas de la inconsistencia…)

Barataria, 07.II.2013


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