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domingo, 15 de abril de 2012

RELOJES FATIGADOS DE CADÁVERES


En los bancos de la arena, se clavan los féretros de los barcos, el piano
de las olas corroído por la sal oxidada del aliento; a diario en el olfato hay
hacinamiento de hedores: peces, pájaros, axilas rotas en la sartén de la semana vuelta mausoleo.
Imagen tomada de Miswallpapers.net




RELOJES FATIGADOS DE CADÁVERES




Levita el aliento en el cadáver de los relojes, aquéllos carcomidos en pleno litoral de sal, las aguas moribundas de la brújula sobre el plomo de la peste del desequilibrio. En los bancos de la arena, se clavan los féretros de los barcos, el piano de las olas corroído por la sal oxidada del aliento; a diario en el olfato hay hacinamiento de hedores: peces, pájaros, axilas rotas en la sartén de la semana vuelta mausoleo. (A veces reímos por esta perpetuidad de la fugacidad que nos reduce a ceniza vuelta a tierra; otras veces, parece una puerta impenetrable de espesura ciega e inmóvil. De cualquier forma, —nosotros, los de siempre— nos hemos vuelto sombreros fatigados, detenidos en la sombra del tedio de las vigas, la madera entilada por años de mugre.) Debo decir que nos liamos en los trapos viejos de los difuntos, ropa de segunda llovida por el tiempo, como aquellos espejos repetidos en los fardos del invierno. Debemos creerlo, a menudo no hay espacios para el vuelo, ni para acortar la distancia de los sueños, ni un inodoro para verter toda la nostalgia acumulada en la tinta del papel abrumador de las paredes. Ni una dentadura capaz de morder los velorios que dejaron de ser prurito de ficción en nuestro costado, ni un ciego que nos guíe a través de los pasadizos secretos de la memoria, ni un perro que nos descubra en medio de harapos y pesadumbres.

Barataria, 15.IV-2012

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