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jueves, 12 de abril de 2012

LLOVIZNA


En el insomnio afilado de la sangre la piel marchita los tatuajes testamentarios
 que dejó el fuego en la densidad del tropel, los caballos sombríos en los ataúdes del sueño.
Imagen tomada de la página virtual/yomujer.com




LLOVIZNA




Para morir vivo miserablemente; para tanta soledad, la muchedumbre, el viento conmigo del fuego oscuro. El aliento inunda de respiración los caminos; suave la guitarra del paisaje mientras los ojos arrebatan al pájaro su nido. Ya en medio de la maleza, el caudal de tristeza en el tarro de las manos; bajo el árbol donde leo el mapa, la misma ruta que los párpados esquivan en la noche. En el insomnio afilado de la sangre la piel marchita los tatuajes testamentarios que dejó el fuego en la densidad del tropel, los caballos sombríos en los ataúdes del sueño. Debo pensar en el desierto cuando el cuerpo destila las aguas acumuladas en el cuerpo, cuando la alegría se entrega al tormento, cuando desde antes de nacer se petrificó en mi karma la luz menguada de la vida, la luz arqueada en mi dicción almidonada. Cuando el cuentagotas moja mi cabeza, cojean los sueños sórdidos del presente, tal vez porque mi oficio siempre fue menguante en la inminencia inesperada del presagio. Después de todo, me río de cuanta baratija tropieza en mis zapatos, la morgue, los cachivaches de la historia, las ambulancias, el infantilismo ideológico, la tormenta al centro de la utopía, los elevados intereses de la incertidumbre. Me río cuando estoy al filo del acantilado, del decálogo con antifaz, y hasta del andamio del sollozo, que sirve para elevar las exequias de la sabiduría.

Barataria, 12.IV.2012

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