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martes, 20 de marzo de 2012

DISCURSO DE LA CENIZA


En cada porción de ceniza, hay manteles amputados, masturbando
la conciencia; siempre es así cuando la puerta se vuelve una catástrofe,
y las vacas flacas proliferan  en el excremento de las ciudades.
Imagen tomada de Miswallpapers.net




DISCURSO DE LA CENIZA




Ante cada indicio de espejos, el tiempo tutelar de la ceniza, dictando veranos. Yo, lector de subsuelos moribundos, la escritura emerge arraigada a ese magma obsesivo que la tinta muerde en el espantapájaros dilatado del poema. En cada porción de ceniza, hay manteles amputados, masturbando la conciencia; siempre es así cuando la puerta se vuelve una catástrofe, y las vacas flacas proliferan en el excremento de las ciudades. Con todo, la ceniza sigue allí arraigada al peregrinaje del futuro, —sigue como los sueños urbanos de las estatuas, como los sobrevivientes de un holocausto. A estas alturas de buganvillas disecadas por el aliento, no me queda sino la tarima de la hojarasca, el hoyito que hace la saliva cuando salta sin los verbos auxiliares del sueño. Desprovista del fuego lento de los escorpiones, la ceniza también alza su plumaje hasta hacer menguantes las fechas del calendario. A menudo resulta un hartazgo de horarios inciertos, miseria a fin de cuentas, abierta al paisaje. Quizá el poema sólo sea cuestión de incendios en el diván oscuro de Artaud.

Barataria, 20.III.2012

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