De pronto, cumplimos años disputándonos el suicidio cotidiano,
esa demencia desenfrenada del absurdo,
la risa de un disparo al momento de la cópula, el justo defensor
de lo sórdido, en el retrato espejo de nuestra envoltura.
Después de tanto grito, nos convertimos en bocina infatigable:
así acrecentamos la tortura y nuestra presencia,...
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EXPOSICIÓN DEL GRITO
Gritamos cuando la fiebre de la noche puja en la garganta,
cuando las sílabas han sido cercenadas en una nevera,
cuando para vivir debemos cultivar el oficio de masticar moscas,
cuando la boca enmudece carbonizada
sobre los tiestos inverosímiles del espejo roto tirado a la deshora
de la colilla inmóvil que está allí como un cadáver en el sueño.
En cada porción del papel de los recuerdos,
el viento grita en los anzuelos de la lluvia, terrazas de metal
en los poros, algunos excrementos en nuestro propio laberinto,
donde el cráter de los ojos dispara telares de piedras,
bacinicas con ciudades de asco, amotinados odios en el sepia
de las bodegas, inútiles campanas en la boca cerrada
de los cadáveres que nos asedian alrededor de los escarabajos.
—Cada vez nos exponemos a todo: el cielo oculto en el entrecejo,
la pecera de Sócrates en el bufón del suicida,
la baratija del crepúsculo ganando interés, supremo coito
de la luna en el momento en que la herida edifica lo imposible,
el espejo en su virtud de castillo de naipes,
los caballos disecados del ansia, la soledad que nos abraza
en la jaula hecha de peces muertos y salmuera para los días
postreros de la separación de las aguas.
—Siempre hemos estado expuestos al aullido del perro, al tragaluz
calcáreo del granito,
al estruendo procedente de los pañuelos,
a la esquina indiferente que arrecia sus tentáculos, siempre
hundidos en el pozo de la sobrevivencia, sin alas el bostezo del aire,
el camino donde la sombra es la sombra de uno,
con toda la oscuridad redonda de las monedas desgastadas
del aliento, —cuchillos por doquier como abrazos, dunas de harapos
sin balanza, celebrando la monotonía del frío, el cadáver del cielo
con sus quejas, —vos a punto de perder tu rostro en la joroba
de la mecedora de la muerte.
De tanta piel descubierta, nos quedó el grito del poro, la ceniza
de la embriaguez en las sienes, la cruz ácida de la apariencia,
la piedra del dardo en el velo del paladar;
esta enfermedad de morir a pausas, sin recuperar los pedazos
del reino destruido, el ave fénix sin la confusión de las casas de cita.
De pronto, cumplimos años disputándonos el suicidio cotidiano,
esa demencia desenfrenada del absurdo,
la risa de un disparo al momento de la cópula, el justo defensor
de lo sórdido, en el retrato espejo de nuestra envoltura.
Después de tanto grito, nos convertimos en bocina infatigable:
así acrecentamos la tortura y nuestra presencia,
nuestra palabra en la caverna del grafiti…
Barataria, 28.I.2012
Te diré que tu grito ha penetrado por todos los poros de mi piel, y doliente reverbera en "mi universo".
ResponderEliminarUn abrazo.
Mercedes.
Yo debo decirte, Mercedes, que es un honor tenerte aquí compartiendo ese grito del alma.
ResponderEliminarUn abrazo,
André Cruchaga