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miércoles, 21 de diciembre de 2011

EN EL RĺO JORDAN


da igual no tenerte, impúdica, descarada, desnuda, mordiendo
el desván de la luna en el cuarto creciente del aullido,
saltar sobre la barda y remar a golpe de ventanas, y empujar
las luciérnagas sobe el césped del calendario, a menudo tan fuerte
como los golpes que propicia cualquier cataclismo.
Fotografia de Andre Cruchaga





EN EL RĺO JORDAN




En la destruida alcoba de tu ausencia
pisoteados crepúsculos reviven
sus harapos, morados de recuerdos.
CARLOS PELLICER




El tiempo de danzar en medio de la luz ha llegado: suéter, cigarros
y fósforos, me acompañan. A las orillas, abrojos, secas espigas
cubiertas por el hielo; cruzo la garganta de los puentes y tantas
casas de madera al borde de las riveras del rio y la montana.
Camino entre maniquíes, y profundos miedos, abollados desfiladeros
al lado de campanas horizontales, planicies de lenguas,
diluvios de saliva en los furgones, del ímpetu casi mecánico
de los establos, donde reses y caballos muerden el Dow Jones
de las monedas devaluadas por la crisis global.

No es extraño caminar entre paredes y aceras anónimas: olvidar
la propia identidad, quemar las fronteras para volver al nomadismo;
entre el tumulto del frio danzan los números en rojo, los calcetines
vacios en oscuras palpitaciones, —después de todo, mi País no me cobija,
así da igual cualquier intemperie:
da igual no tenerte, impúdica, descarada, desnuda, mordiendo
el desván de la luna en el cuarto creciente del aullido,
saltar sobre la barda y remar a golpe de ventanas, y empujar
las luciérnagas sobe el césped del calendario, a menudo tan fuerte
como los golpes que propicia cualquier cataclismo.

Nuestra gota de esperanza se pierde en la piedra de la lágrima
rodando en las escaleras o los ascensores del horizonte, en los muslos
que ahora han dejado de ser el rocío del alba y se han convertido
en un sollozo de dientes que nadie entiende, sino en la terraza estremecida
de la angustia con sus analgésicos.
¿Desde qué esquinas o aldabas te yergues? ¿Desde qué tambores
desolados me invocas a la hora en que todos duermen, en medio del ruido
sin descansar de la calefacción, dentro de pequeños cuartos
arrancados a la ceniza? En la saliva hay platos rotos sin pesebres:
fermentos de insaciables patos, nubladas ventanas sin jardines.

Alrededor nuestro, la suculencia de ciertos restaurantes: las propinas
que de pronto se han vuelto salvavidas,
muelles, farmacias, desde donde se pueden izar otras banderas;
con todo, se agolpan mis pupilas en tu desnudez, embarcadero
de mis aguas, definitivas esperma a la velocidad de los paracaídas,
al tiempo vertiginosos del ansia que nos toca vivir, —que nos ha tocado
vivir, cuando solo tenemos una brisa de malos augurios,
arañas trepando en el hollín de los tabancos, con tropezones en ayunas.
Después de todo, no sé si es luz o viento el que silba en los ijares
de la tierra: en la goma de masticar, vamos perdiendo sed y aliento,
y aproximándonos a ser otra materia sin medida, otras oscuras ruedas
colgando de las crayolas del aleluya, de ciertos escapularios
hundidos en lo ignoto de la sangre. Lo demás ya lo sabemos.

Salt Lake City, 21.XII.2011

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