Era de la noche este hervir de relojes; era de la noche el hilo
Azul de las lámparas, la intuición de un solo color del arco iris.
Afuera, en la densidad, las aceras lanzan flechas, crines
de envejecido zodíaco, días confinados sólo a imágenes patéticas.
Imagen tomada de Miswallpapers.net
AZUL NOCTURNO
Llevarán ramos aquellos cuyo aguante pueda desgastar la
noche nudosa que precede y sigue al relámpago.
RENÉ CHAR
Era de la noche este hervir de relojes; era de la noche el hilo
Azul de las lámparas, la intuición de un solo color del arco iris.
Afuera, en la densidad, las aceras lanzan flechas, crines
de envejecido zodíaco, días confinados sólo a imágenes patéticas.
Todo es así, hasta el tatuaje incrustado en el nido, la roca
multiforme de los días, el aire desvanecido en los pliegues
de la entraña, el hálito que salta con afán de agua.
Los barcos y los puertos son azules en mi cuerpo:
azul el libro de la ola, la cuenca del horóscopo,
el silencio trasegado en la asfixia del presentimiento.
Cada paraguas me afirma al cruzar las libélulas,
la pasión de la noche tiene brazos totales, afilados mordiscos de luz,
cuartos donde renace el pabilo, con caballos de ráfaga.
Mi vuelo siempre es más largo que un ferrocarril, que un pájaro
despojado de su claridad: la vastedad de los relojes camina
a pasos superiores al ala, a la noche que azulea en el párpado
de los zapatos, cruzando vértigos y pupilas, esencia de la nostalgia.
(Quizá deba pensar, ahora, en los almanaques del otoño;
y responderle con cometas a la lejanía,
defender la sombra de la amnesia,
olvidar las hojas del campanario, la zarza sonámbula del ayer,
la tiranía íntima de la saliva, las curvas de la porcelana,
las espinas que siempre vuelven particular los caminos:
me niego a guardar la alegría en el baúl de la noche;
hay en las lámparas transparencias íntimas, inviernos, alborozos,
que propician un paisaje diferente.
No sé si el desvelo es alivio o condena: los ojos cruzan la mesa
del fogón, los hervores del pulso en la ceguera total
de los contornos del hambre y el frío.
En la negación se fermenta el azul de las esfinges, la miel del balbuceo,
el sonido del musgo, el color, ebrio, azul de las lámparas.)
Muerdo cualquier ventana que tiene oficio de pájaros.
En el violín de lo azul, hay charcos y aguas, agónicos remolinos,
duermevela como una ciénaga incandescente.
En todos estos años, la piel rasgó las palabras: germinan las aspas
de la aurora, las ausencias yacentes del trueno,
también el laberinto con su oficio de trocar la parra del aliento.
Oscurece en el azul del colibrí, la nocturnidad nos empuja
a su orgía, al candil que muerde los acuarios.
Llueve en el azul oscuro revivido, sudan almácigos las palabras,
las sienes arden en su arraigo de alas.
Nada es ajeno al cuaderno del aliento, cuando se juega la alegría
en una mesa de billar, o en el ping pong de la mirada
que arrecia en el tejado cuando se ha saltado el muro del desván.
Barataria, agosto de 2011
ESta nocturnidad que se presenta -André- de tonos azules y cuerpo de víbora, la que cascabelea en las ropas de la soledad, cuando te vistes de melancolía. Es la nocturnidad que filtra en las ventanas y se pasea por todos tus rincones, como un fantasma azul, tras de la puerta, en tu cuaderno y resalta en el humo azul del cigarro que bebes en la penumbra... ¡Ah, me gusta contemplar la oscilación del poema en el tornado azul de tu embeleso...!
ResponderEliminarSalud, Poeta.
Marina Centeno.
Asi sale el poema, Marina, Cada poema como un artefacto sutil de los ijares. Siempre estoy, aun en la penumbra, buscando el resquicio de la luz: las ventanas del horizonte, tan inmensas como los anhelos y tan claras, las horas meridianas.
ResponderEliminarGracias por tu visita y comentario.
ANDRE CRUCHAGA