Hoy renuncio a todo: a lo que tenía en mis manos; a lo que vos tenías
de mí guardado en el armario de cada mañana. Porque el aliento
no puede ser luz envejecida, porque la ilusión no puede ser lamento
de todos los días, porque la vida se entrega, en cierto modo,
con ingenuidad pura, con libertad de viento y vivacidad.
Lake Lucerne Weggis Switzerland, Imagen tomada de miwallpapers.net
RENUNCIA
Hoy renuncio a todo: a lo que tenía en mis manos; a lo que vos tenías
de mí guardado en el armario de cada mañana. Porque el aliento
no puede ser luz envejecida, porque la ilusión no puede ser lamento
de todos los días, porque la vida se entrega, en cierto modo,
con ingenuidad pura, con libertad de viento y vivacidad.
Renuncio a las lavanderías oscuras del destino y al nido de ceniza,
renuncio a los balcones cerrados, sin sonrisas, a la alforja vacía,
renuncio a los tornillos que aprehendieron las sombras,
Renuncio a todo, porque ese todo es desvalida mesa sin mantel.
De pronto el calendario es bóveda donde no maduran los alelíes,
ni las ramas del cielo convierten en sombra
toda la desnudez acumulada en el día: (por cierto que la penumbra
se ha hecho presente; el mediodía, una calle donde se pierde
la mirada, cuerpos derramados en la lengua del cielo.
Entre tantas tejas y vigas, el hollín como una pupila rotando
en cada calambre de hondonadas.
Como toda luz, la luz nos viene también de nuestra propia materia:
sin adivinar el futuro, renunciamos a esta lujuria de quemados
relojes, a la lluvia que una vez giró en el tuétano del gozo;
ruidos pujantes invadieron nuestros lóbulos, ardores atravesaron
la boca hasta humedecerla de fuegos corpóreos.)
Pero es la hora en que sin ganar ni perder, renunciamos al aleteo;
es mejor así antes de que las campanas se tornen oscuras,
antes de hacer del suspiro una carpintería de lápidas,
un hilván de reproches con encajes por el temblor de la penumbra.
Renuncio, pues, a la decrepitud que se volvió polilla;
renuncio al búho colgado de la pared de la marea de la ola,
a la contemplación del vaho cuando el humo horada las pupilas,
al relieve amanecido sin crisálidas.
(Ya no son necesarias tantas explicaciones cuando la temperatura
de la tarde baja y se dispersa en la oscuridad del paisaje.)
Como no hay frutos milagrosos, prefiero partir de lo real al olvido.
Barataria, julio de 2011
Y entonces el olvido, ese laberinto hacia donde nos aventamos para sacarle jugo a la despedida, al volar de los pañuelos en el aire...
ResponderEliminarSabes André, el fragmento que intercalas-casi siempre- entre tus textos y que hace relucir - o así me lo parece- la parte interior del poema, es para mí la médula, el eje, lo que reafirma el contenido, el diálogo contigo mismo y que nos ofreces como una demostración de tus sentimientos más íntimos.
Así me lo tomo, a cucharadas de medicamento, que apesar de saber es el bien del mal, cuesta saborear la parte amarga de tus pensamientos.
Sabes que soy lectora de lo tuyo desde hace un tiempo, y desde hace un tiempo esta construcción de tus poemas me llegan de manera directa, como espada, que hunde su grosor entre mi carne y aún así lanzo un gemido adverso.
Besos, Poeta. Perdón por lo extenso.
Marina Centeno.
Si del cuerpo del poema, sobresale y a veces sobresalta, el otro texto en cursiva, es porque trato de sacudirme la linealidad del poema. Claro tú eres lectora avezada en estos menesteres y captas perfectamente el contenido y la técnica: que es el fluir de la conciencia, la polifonía en el poema; la espina dorsal, porque la voz misma, el poeta, no alcanza a desplegar todo ese otro mundo interior y entonces, recurro a la doble voz: a ese entramado del plano que no es, desde luego el Cartesiano.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario que no obstante ser personal, aviva la flama para que otros lectores, tengas puntos de referencia y reflexión.
André Cruchaga
Mira que esos respiros de relajamiento -o temblores- es para mí la concentración, el interior de la habitación del poema. Tal vez será, que esa voz me llega nítida en angustia, suave en la melancolía y fuerte en el reclamo. A veces he pensado que es la soga de la cual me ato para sobrevivir a tus embates, para llegar perfecta hacia la orilla y reposarme en tu arena... ah, Poeta, me gusta el intermedio, el bajar las cortinas y besar tras bambalinas a esa soledad que se te arraiga a ratos, o tal vez al coraje que te amasa...
ResponderEliminarSalud, Poeta.
Ando por las calles unido a ese escupitajo del tiempo; cargando el dulce aparejo del alma, la vida que sólo es movimiento, como el aire. el agua o el fuego: la angustia viene con esos elementos hasta trepar alto en la sienes. Cada poeta, pues, tiene sus particulares registros: me quemo en esta reventazón de palabras.
ResponderEliminarMuy agradecido por tu comentario.
André Cruchaga