Nos gastamos en la supuración de la espera: despellejamos
el abdomen de las sombras, contamos el desplome de los mocos
en el tórax, casi a la orilla, sin claridad, la ciénaga inmunda
de la caridad. Ya tuve en mis haberes la desnudez inmensa,
el suicidio, el cadáver, el dolor de la mendicidad en aspirinas,...
Imagen de André Cruchaga
FICCIÓN DE LA AUSENCIA
(…)no era bueno este angosto cautiverio; no era bueno para las ideas
ni para el ritmo de la sangre, del que manaban las ideas...
THOMAS MANN
Nos gastamos en la supuración de la espera: despellejamos
el abdomen de las sombras, contamos el desplome de los mocos
en el tórax, casi a la orilla, sin claridad, la ciénaga inmunda
de la caridad. Ya tuve en mis haberes la desnudez inmensa,
el suicidio, el cadáver, el dolor de la mendicidad en aspirinas,
el estribillo de las pulgas en carrozas,
toda la ausencia inexplicable de las tildes, retretes en vez de paraísos
de lámparas. Cada día se acumulan las ausencias, los trajes vacíos,
los grises putrefactos, el teatro de calle ejecutando la nueva escena;
—en realidad me faltas, pero te haces presente en el rótulo desgarbado
de los promocionales de Colgate Palmolive, en el cuentacuentos
que hace olvidar, por un momento, el ruido del delirio
en el tragamonedas del día. En el guacal de cada día se hacen evidentes
las irrealidades de un juego surrealista, el cubo de la bocanada de humo,
el miedo a los testamentos de la sed,
el precio de la soledad que siempre deja el odio, la telaraña dejada
en los labios, al atardecer de las piernas, en el entrecejo de la bilis.
Ahora me duele la presencia del frío que tiembla en los ijares;
el régimen de las libertades al desnudo, cuando el asesino
ha roto las cortinas, los pasadizos secretos de la confianza.
No vivimos como Dios manda, sino como espías, viviendo la vida del otro,
mordiendo los callos del aullido, bostezando en el libro negro
de la conspiración. Desde luego no son ficciones las que se viven a diario,
aunque el País, se haya convertido en ficción.
No duele, a fin de cuentas, cuánto falta, sino el sarcasmo
con que se viste el horizonte, ser ciervo del estiércol,
sin borrar los adoquines en el sueño.
La ambigüedad nos despierta cada día con sus epifanías;
creo que en el pecho no caben tantos absurdos,
ni los ojos soportan el caos. De pronto, ya me acostumbré a vivir
esta ficción de ciudad blanca: a jurar en las mañanas que todo está bien,
sin advertir la obsesión por los cadáveres. Alguien puede brindarme
explicaciones dialécticas de la noche, porque el desvelo lo trasnoche,
pero no puede negar los algoritmos del hampa,
la renta per cápita en los antros, el amor fatuo que levita
en los ordenadores. La muerte siempre finge en las postrimerías
de los cadáveres: la ausencia es una actitud eminentemente política,
no como el arte de servir, sino de engañar con la lengua a la aurora.
Por supuesto hay ficciones creíbles; hay ausencias ciertas;
lo que no puedo asegurar es que “en mujeres, ciegos y clérigos,
los mosquitos son elefantes”, salvo que en la locura,
uno sea de los mandamases.
En la escena de la justicia, necesitamos paracaídas para evitar la caída
libre del espejo ciego de la cópula…
Barataria, junio de 2011
André.Hice un poema ispirada en tu poesía, la que habla entre lineas de nuestros pueblos oprimidos.
ResponderEliminarTe lo he dedicado en mi blog.
Un saludo cariñoso poeta.
Muchas gracias, poeta, por tu generosa dedicatoria.
ResponderEliminarUn abrazo,
André Cruchaga
Pues ficción o no, es creíble la ausencia que relatas -André. Te creo en la búsqueda y en la saciedad de la penumbra que te envuelve... ya te dije, la poesía se mueve tal cual la manipula el lector. Yo soy tu lectora - lo sabes- la que viene a ciegas cada noche y se llena de luz los lagrimales... yo no sé que cosas pasan por tu mente -Poeta- ni que ausencia es la que imploras (no es cosa que me incumbe) pero te creo, en cada verso que palpita en mí como si esa ausencia fuera mía, te creo en cada raigambre del verso donde se agita la soledad... sin duda, estoy cómoda en lo tuyo... en cada palpitación, en cada hueco, en cada crepúsculo, en cada insomnio... soy tu lectora y no me quejo, al contrario, pido más. (sonrío)
ResponderEliminarBesos eternos.
Marina Centeno.
Muchas gracias, Marina, por tus palabras que aorecio en todo lo que valen. Uno escribe, desde la subconciencia, los dictados de la misma. Uno aprende a caminar entre esas ficciones cotidianas y la vida real: es un estanque donde aullan los sueños.
ResponderEliminarUn abrazo y gratitud por tu deferencia,
André Cruchaga
El lector es impredecible -André- a veces de tu llanto puede hacer la risa y visceversa. Pero, sin duda, cuando encuentra el acomodo, la saciedad y por qué no, la insatisfacción (como yo misma) es cuando se hacee afin al poema, cuando pide más, cuando siente que palpita en el poema, cuando se introduce en el paisaje de tal forma ue es el centro del huracan. Ahí el autor deja de ser suyo y pasa a formar parte de la lista, de aquellos que sentados en la butaca solo les resta mirar o admiraar a las gaviotas y contemplar la marejada que sube y que baja.
ResponderEliminarUn beso hasta ti Poeta, con mi gratitud al permitirme estar en tu espacio.
Saludos con desayuno y café.
Marina Centeno.
Tienes razón: el poema es de nadie y es de todos cuando vuela. Esta creo que es la magia de la escritura: transparentar lo que duele para que otros, probablemente encuen tren la luz. El hilo del poema se vuelve espejo y hasta canto de la sangre.
ResponderEliminarGracias por tu comentario.
André Cruchaga