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martes, 12 de abril de 2011

SUPERVIVENCIA


De pronto la noche sube a la flama del tejado, flecha del viento
cediendo al conjuro del viento envuelto en telarañas
de resquebrajada risa.
Sólo quedan los desvanes oscuros en los ojos, la luz horizontal
de las ramas oscurecidas del signo rasgado de la ventana:
sobrevive el pespunte incandescente del anhelo pese a la zaranda...
Imagen de Jon Sullivan




SUPERVIVENCIA




Lo humano va muriéndose en el hombre. Cada día
es menos el amor, menos la risa.
WALDO LEYVA




De pronto la noche sube a la flama del tejado, flecha del viento
cediendo al conjuro del viento envuelto en telarañas
de resquebrajada risa.
Sólo quedan los desvanes oscuros en los ojos, la luz horizontal
de las ramas oscurecidas del signo rasgado de la ventana:
sobrevive el pespunte incandescente del anhelo pese a la zaranda
pulsante de la melódica, túnica asida al libro de la brisa.

Sobrevivimos al anfiteatro de las fotografías: cada zarza guarda
las ocultas confidencias de la ópera,
ese silbido gimiente de la noche en la sábana que riñe
con los corredores de la mesa, aguas, botones, mordiscos al palo
encebado del tiempo, detenido en el vilo de los cedazos.
—No es sólo el calostro en el mordisco de los dientes, es el faro
del hambre con sus bocados de tumba,
el huevo frito del artificio,
los frijoles borrachos saliendo de la sartén del cielo, la lengua
con paladar de escamas, el rock del olfato en la cebolla del sexo,
migajas de la noche en la sombra de los cadáveres.

Vivimos días sólo para santificar el santo rosario sin pena ni gloria;
el sueño en el atril de las nubes, sigue siendo lo más humano,
pero no la claridad hacia el infinito.
(Morimos, así, siendo menos humanos: nos arrodilla el vinagre,
y el cuerpo cansado de hundirnos minuciosamente en la almohada,
en los himnos patrióticos de la Nada,
buzos ciegos sin descifrar las aguas de la escritura.)
Encallamos en la lluvia corroída de los rincones. Mordemos
las valijas de las fronteras, barremos los espejos con la saliva
del ansia, desvistiendo las calcomanías del espejismo, el traje
oscuro de la niebla, respiramos los esparadrapos del sigilo,
el fuego huraño de las manos,
el paraíso apocalíptico de los relojes, creados para la zozobra;
los días sólo tienen respiraciones virulentas,
y no tinajas donde se encuentre el equilibrio de las balanzas, telegramas
de pastosa letra, en el purgante incendiario de la fábula.

(Hoy más que nunca sobrevivimos a la par de la salmuera del verdugo,
al disfraz devocional de las estrellas,
a la locura del vómito, al insomnio que suscita el hambre:
jugamos a la inclemencia de los fetiches, a los juguetes de la diáspora,
a los versículos sofocados del deshielo,
mientras el ojo sigue el trayecto de la cuesta de la alegría,
que no desemboca en el pecho, sino en el azogue…)

Barataria, abril de 2011

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