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domingo, 13 de marzo de 2011

PIRA INCESANTE


Sobre los zapatos, el metabolismo de la leña, el fuego de los barcos
sostenido en las manos: cada día el cielo barre los meses,
plancha la solapa del viento, abre los encajes de los balcones.
Nos quema el oficio diario del azúcar: aire dulce el espejeo...



PIRA INCESANTE




How many roads must a man walk down
Before you call him a man?
Yes, 'n' how many seas must a white dove sail
Before she sleeps in the sand?
BOB DYLAN




Sobre los zapatos, el metabolismo de la leña, el fuego de los barcos
sostenido en las manos: cada día el cielo barre los meses,
plancha la solapa del viento, abre los encajes de los balcones.
Nos quema el oficio diario del azúcar: aire dulce el espejeo
de las hojas en el nutrido relámpago de las palabras,
en el eco del pecho, verde de las llaves, metal que se alza en el ala
del pubis, en el centro del hambre con sus aromas.
Avieso, pútrido, el calendario de los guijarros, el matorral mojado
por diversos zapatos, caballos del carbón derretido, no en la risa,
en los huesos, en la garganta alimentada por dragones.
Siempre la dulzura a menudo tiene máscaras: tiene dientes,
limonadas de oscuras puertas,
rincones de taburetes gastados, ojos tirados a la calle,
restos de indefinidas noches, raíces confundidas en la zona del latido.
También la noche ha sido una pira incesante, la claridad del vidrio,
la tormenta de la hojarasca sobre las sienes,
el río de sombras que desecha el olfato,
la sombra del veneno que rapa las aceras, el odio o el olvido que,
a fin de cuentas, son arenas de la misma duna:
de pronto quedan grandes las luciérnagas en las pupilas,
son mejores las sombras a la distancia,
las iglesias con sus piras oscuras, las piernas atravesadas en el grito
de las paredes, los tapiales, grandes, para que no entre de rodillas,
la crin de las espinas,
o las pestañas inciertas del cielo con sus virulencias.
Las calles de pronto son ácidas lenguas derretidas en los ojos:
cortan el oxígeno, muerden la harina empapada de cuervos,
halan la luz para destruirla, contaminan las aguas con hervor
de búbos, besan el índigo de las azoteas,
esa locura de los muertos en féretros ambulantes: (después de todo,
hay trenes sordos tirados a las cárcavas,
aguas pobladas de insectos fugaces, fantasmas salpicados por cierto
afán de ascuas, brasas, escoria, ceniza, hollines,
palabras imposibles de arar en la transitoriedad de los cuadernos,
en el toque de queda de la piel junto a los huesos.
Todo es agua que linda en los vasos de la noche: sed de abismo,
agujeros destinados a la sangre, galopes consumidos en el dormitorio.
De pronto sé que el azúcar puede convertirse en barro;
y que las palabras son desagüe de los espejos masticados en invierno,
en todos los universos donde hay máscaras y rostros ahogados
en la neblina de sus propias postrimerías.)
Barataria, 13.III.2011

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