Hay latidos invisibles que saltan sobre el agua, carne de ventanas
junto a la milpa de los brazos, delgados ojos del pan sobre la sábana
del horizonte, sobre la espiga del anhelo que salta en la boca.
Las lámparas alcanzan el sueño callado del pecho,...
LITORAL DE LA ESPUMA, SAL OSCURA...
Se da tu soledad, tuya como tu sombra,
negra luz fulminante, bofetada del día.
GABRIEL ZAID
Hay latidos invisibles que saltan sobre el agua, carne de ventanas
junto a la milpa de los brazos, delgados ojos del pan sobre la sábana
del horizonte, sobre la espiga del anhelo que salta en la boca.
Las lámparas alcanzan el sueño callado del pecho,
los anillos del colibrí en el remanso del polen, esta agua de abejas
en las pupilas, a punto de fundirse en el grito del viento.
De agua a agua, el tiempo se hace campanas: fuego reservado
para el frío, catedral redonda del pubis en mis puertas.
Te enroscas en el alambre de mis latidos, muerdes el litoral
de la espuma, madera rodeada de destinos
para esta sábana ansiosa de la noche, para el azúcar en el remo
de la lengua: poros fosfóricos la voz en el gemido,
toda la tierra con aguas y peces, el matorral rodeado de meses
y caballos y arco iris.
Algo hay en el reguero invernal de la arena, —orgasmos de inefables
dunas, enjambres sumos de un cuento de hadas,
ventiscas de explosivos hálitos.
Algo hay ahí que el ideal se vuelve espejo: gran misterio el magnetismo
del ala hambrienta en lo vívido,
de la urgencia en la huella de los poros,
de la conciencia que sajamos en la hoguera de todos los días.
En cada veneno del hambre nos enredamos en el aliento, el clamor
cuaja a menudo en tortura: esa tortura urgente de la brasa,
el ir caminando bajo la tormenta y quemar el tiempo,
dilatar el tiempo, encadenar las marejadas del tacto,
alumbrar sin brújula la entraña de las cordales, apretar los dientes
hasta donde aguante la claridad.
Sólo en este hervor del agua del desquicio, anulamos la soledad;
Revivimos la luz de los tímpanos, llenamos de azúcar los relámpagos,
convertimos en harina el charco de los poros,
el pan hambriento del litoral quemado, el rábano redondo
de los pezones, la semilla salpicada de garganta,
toda la piel, aves azules en la boca, aceites de extenso cielo.
De dónde viene este litoral de espumas frenéticas, estas burbujas
en racimos de desnudez, estas aguas con campanas de fuego?
—Vienen de los ríos enterrados de mi hambre: de esa humedad
de las feligresías, del oficio de entrar a las profundidades
hurgando en el metabolismo de las ventanas,
en esa calles líquidas de lo impúdico…
Barataria, 1O.III.2011
Cuanto mas te leo mas me acerco a tus palabras... abrazos con lluvia para ti...
ResponderEliminarLedeska
recibo, poeta, la lluvia y los abrazos para seguir escribiendo en los días de las tempestades inciertas.
ResponderEliminarAndré Cruchaga