Sal efímera el azúcar deshaciéndose en las sienes. Bóvedas
de mares agónicos, esta olla de presión de lo inmenso.
Estatua se hizo el nido dibujado en la muerte de los litorales:
desde la piel habitamos las caricaturas,
emergen aguas salobres y cansadas, retretes de marginales
cuadernos, labios donde el entusiasmo palidece.
Fotografía: Jon Sullivan
SAL EFÍMERA
Sal efímera el azúcar deshaciéndose en las sienes. Bóvedas
de mares agónicos, esta olla de presión de lo inmenso.
Estatua se hizo el nido dibujado en la muerte de los litorales:
desde la piel habitamos las caricaturas,
emergen aguas salobres y cansadas, retretes de marginales
cuadernos, labios donde el entusiasmo palidece.
En los sitios más recónditos la noche se hace persistente, fuego
atroz de los insectos, alimento calcinado de los sueños.
En días amarillos, hunde los dedos de los girasoles,
las lagartijas sobre el polvo, el paladar duro de los abanicos,
el hilo pedregoso de los acordeones,
la nube inocente en el ápice de la lengua.
—Siempre arde la sartén en la orilla confiada del deseo:
en la limonada secreta de los muslos; la sangre convoca, aunque
sea efímero el diente sobre la Esperanza
sobre los cálidos pájaros del calendario con maderos y espuma.
Siempre las certezas de los relojes son inexplicables:
hay trampas y tijeras y arenas movedizas y confabulaciones;
lo efímero nos explica el silencio,
los signos de los días imprescindibles,
las esquinas de las gavetas, los tafetanes abstractos de los tatuajes,
la nostalgia de caballos en tranvías, el golpeteo
de los pañuelos en las sombras,
el animal escupiendo ojos estupefactos, mendrugos de color
en las ventanas,
pájaros semejantes a la impaciencia,
fugaz como lo más palpable de la memoria en su negación
de alas, fantasmas que devoran los lugares comunes del sexo.
De hecho, ni siquiera en los cementerios hay eternidad plena:
ésta dura mientras la memoria no agoniza,
mientras los barcos no sean hechos de tristeza,
mientras la lejanía guarda su equilibrio de sombra adusta,
mientras el fósforo enciende las luciérnagas,
mientras el espejo no desdiga las formas,
mientras la brevedad no sea sopa de fideos, ni mariscos,
ni la televisión nos ponga condones en los ojos,
mientras el tapiz negro de la boca no se convierta en tizne,
mientras no nos obliguen a cruzar al unísono los brazos
y las rodillas como marionetas de circo barato,
mientras el tiesto de las manos sirva para armar la arcilla:
lo efímero es la piedra angular de los violines;
lo eterno fatiga y se torna sospechoso, —por ello es necesario
la neblina en los espejos, la mujer que invoque cada día
la siembra y la cosecha, las tildes de las cortinas en las ventanas.
Si sobrevivimos es porque hay juego en las palabras y podemos
escribir en los pergaminos del musgo, el habito
de desdibujarnos cada día…
Barataria, 15.I.2011
Inmenso poema. Es inenarrable las sacudidas que producen las imagenes que proyectas sobre nuestra sensibilidad. Gracias por esta pluma tan rica y tan rauda al corazón.
ResponderEliminarMis mas fervorosos respetos.
Un abrazo.
Gracias, amuigo Perfecto, por tu sentido comentario, el cual valoro profundamente. Es, pues, un honor para este humilde soñador, recibirte en este Cielo,a menudo caótico.
ResponderEliminarUn abrazo,
André Cruchaga