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miércoles, 19 de enero de 2011

ACERAS SOBRE LA ESCALERA DE LAS SOMBRAS


Así he caminado siempre: escaleras, sombras mordiéndome
los zapatos, los infiernos balbuceando puños, el País sucesivo
en las enredaderas, los secretos, suficientes para levantar edificios,
rascacielos de confesos monólogos,
mitades de piedra en la perenne ráfaga del zodíaco.
Fotografía: Jon Sullivan



ACERAS SOBRE LA ESCALERA DE LAS SOMBRAS




Así he caminado siempre: escaleras, sombras mordiéndome
los zapatos, los infiernos balbuceando puños, el País sucesivo
en las enredaderas, los secretos, suficientes para levantar edificios,
rascacielos de confesos monólogos,
mitades de piedra en la perenne ráfaga del zodíaco.
Nos harta la elocuencia siniestra de estos días: el columpio
de los miedos, los días que se viven desmadejando la vigilia
y toda su bocanada de espinas;
(hoy he recibido cartas de mis amigos, sus bocas lejanas y sanas
buscan los pétalos; mientras aquí, todo es una extraña fábula,
casi como leer las paredes del escolasticismo.)
Tras los almácigos de las sombras, el calendario en su propio vertedero,
laderas oxidadas del jadeo,
nostalgias ceñidas a los poros, ojos colgados en la noche,
junto al búho clavado en la mirada.
Hay aceras sin rostro donde sepultan los cadáveres;
y la taza de café se hunde en la sangre derramada, en el vaso
adverso del aliento, en la aridez baldía del reloj con sus esferas
tropezando con el viento. El pan apenas cavila en el ojo.
Los andenes se han vuelto tribunales del desamor y la ponzoña:
anochece en los paraguas menguados del follaje,
sube el hacha sobre el cuello, el cierzo muerde la sal amarga
de los gusanos, las ancas quebradas de los difuntos,
el sorbo de aves de rapiña en el espejo;
nadie te mira en la selva presurosa de las escaleras, en el peldaño
del polvo, en la saturación decadente de las pupilas:
nadie te mira en la oscuridad del pulso, en la comarca del musgo
con sus espejos empañados de saliva,
con sus silencios de harina.
(vos y yo, prestidigitadores y quirománticos a ultranza de la orina,
junto a la explosión desequilibrada del aliento,
sin avanzar en la equidad de la balanza, con el júbilo devorado
lentamente, por el hilo ciego y roto de los arcanos.
El oleaje de la locura nos muerde los sueños: aquí, por desgracia,
nos estrenamos cada día en la herrumbre, en la luciérnaga
ordeñada de la noche, en la hamaca de la flama del candil crepitante,
en la Gomorra del hormiguero, —memoria respirada de la ráfaga.
A vos y a mí, nos duele la lucidez de los corderos;
nos duele la desnudez sin argumentos, la sombra desafiante
del galope, los aromas apocalípticos de la indefensión,
los matochos insertos en nuestras sienes, la risa inclemente
de los espejos, la unanimidad de la hojarasca sobre el césped.
vos y yo, hemos acumulado cisternas de salmuera: sustancias
que cortan la respiración, y muñones de mariposas en las criptas.
Vos y yo, nos hemos olvidado de las manos y los brazos:
ahora tenemos arrugas adustas e inesperadas levitaciones.)

Barataria, 17.I.2011

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