El hollín se desvanece en el óleo del nuevo calendario: ¿veremos
los abanicos del aire en la luz de las manos, o es mera ilusión
este pasadizo del aliento en lenguas gastada,
en silencios o muecas de memoria? Unánime es la fatiga
de los balcones, la lluvia con sus barquitos de papel,
Imagen tomada de Fotofrontera
LA HOJA DEL CALENDARIO
Alguna vez he visto amanecer.
Todos sabéis cómo es: de la negrura
resurge un débil brote sin querer…
ESTHER GIMÉNEZ
El hollín se desvanece en el óleo del nuevo calendario: ¿veremos
los abanicos del aire en la luz de las manos, o es mera ilusión
este pasadizo del aliento en lenguas gastada,
en silencios o muecas de memoria? Unánime es la fatiga
de los balcones, la lluvia con sus barquitos de papel,
la misma piscucha de los niños, el tráfico siniestro: pensemos
en las enredaderas del blanco, en el agua lavada de las paredes;
quiero colgar mi sonrisa sin ornamentos,
abrir la boca del cierzo,
morder el ombligo de la semana con azúcar,
quitar el estiércol del dolor de las pupilas, escribir los magnetismos
en la respiración diaria de los zapatos,
reconocerte en el pulso de una armónica sin bostezar,
deshacer los guacales del conjuro de la noche y sus güistes,
—el poema después de todo es un claustro del tiempo
y vos estás ahí vertida en la tinta:
ahora cuando la mañana abre su boca de cierzo,
cuando no necesitamos paraguas para pasar la tempestad de la noche,
cuando no han comenzado los motines
ni los gases lacrimógenos en las calles de San Salvador
o en los Centros Penales,
cuando los relámpagos no son de pólvora, sino la simple lengua
astral de las ventanas.
Después de caminar 365 días entre libélulas oscuras,
ante nuestros ojos está el paisaje de las ventanas: renace urgido
el orégano, el pulso resucitado, el albor de las escaleras,
el viaje en el dintel de las campánulas,
la maleta sin pánico de la travesía. El adobe presentido.
—Vemos lo audible de las tapicerías, la flama como una llave
Que multiplica el vértigo y el asombro.
Así de simple, la reinvención es necesaria para sobrevivir
entre adoquines, entre empinadas telarañas.
Ya podemos, entonces, entrar a la cocina y menear la vivacidad
del aceite y lavar los trastos: ollas, peroles, sartenes y cucharas.
No necesitamos epitalamios para celebrar en el légamo
el vértigo del sueño con sus poluciones de canela. No necesitamos,
otro mantel más que el poro servido en la lengua,
el mar con sus vasijas de jadeos blancos y ese reino de marimba
caliente por todos los rincones del pecho.
Toda la nostalgia se fue en la gota de agua destilada en los aleros;
El tafetán del horizonte nos llueve con su atarraya de arcoíris:
Así inauguramos, sin malezas, la casa del poema:
—Vos y yo, atizando el galope…
Barataria, 01.I.2011
Un grandioso poema para recibir al nuevo año, André.
ResponderEliminarFeliz Año 2011.
Que la poesía nos permita vivir con mayúsculas esta vida oscura que a veces nos atemoriza.
Un abrazo
Ana
Muchas gracias, querida poeta, por tu visita, tus parabienes y la amistad.
ResponderEliminarUn abrazo,
André Cruchaga