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viernes, 31 de diciembre de 2010

LADERA DEL VIENTO


Resisto todos los espejismos que advierten mis pupilas:
los huesos que tocan mi boca, la campana desoída de la respiración
en el mercurio del vértigo.
—Siempre son así de angostas las calles cuando salgo al mundo;
depredan los fuegos disfrazados de benevolencia,
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LADERA DEL VIENTO





So afraid to tell the world of what Ive got to say
But I have this dream Right inside of Me
I'm gonna let it show
It's Time
To let You know,…
CAMP ROCK





Resisto todos los espejismos que advierten mis pupilas:
los huesos que tocan mi boca, la campana desoída de la respiración
en el mercurio del vértigo.
—Siempre son así de angostas las calles cuando salgo al mundo;
depredan los fuegos disfrazados de benevolencia,
muerde la fosa común de los invernaderos, el estrépito
del viento sobre las luciérnagas,
aún la sencillez en un mundo de monedas, aún el deseo de un beso,
aún el inodoro sordo de los tristes en el pecho,
el rostro cóncavo en los aperos,
el girasol despoblado de amarillos en el pájaro de la claridad:
la lágrima nos muestra siempre su pergamino de sal como una gota
de rocío recién salida de los labios, del cartón invisible del pecho:
(los dientes nos rasgan las encías, el cielo del paladar irradiante,
los pies del césped en las encías pululantes;
nos comen las semanas con su sonrisa carcomida,
el grito de las estacas en las sienes,
la piedra ávida de tropezones,
la corteza rugosa de los manteles cuya zozobra nos irradia,
los pies cansados, prolongados en los espejos;
parecen axilas mis alas de musgo: —el pecho se hiela en los caracoles
del cielo, en la región estéril del fuego.
Es tiempo de conocer este precipicio de colmillos: el teclado
de la tristeza con sus tobillos rotos.
¿Es tiempo de confabular con el silencio o hundir la lengua en el risco
del viento con todos los peligros acechantes?
—Viajamos, por desgracia, al borde de la fugacidad y, sin embargo,
la perennidad sostiene la memoria con el hilo del dolor.)
¿Qué tiempo nos sostiene y nos hinca en el suspiro,
la muerte dulce de los brazos, las manos ateridas con el frío;
a veces parece liviana esta piedra de la congoja, hoja súbita
del destello marcada por lo inverosímil? A veces la esperanza es látigo
de frazadas, frontera de la súplica;
a veces lo efímero se hace grotescamente eterno: un minutos
recorre siglos en mi rostro, destinos de selva inconmovible.
Al final, me río de la tos abisal de tanta ausencia:
Me río con los brazos cruzados esperando la noche, el pan
Que ha oscurecido mi boca, la sed que aboyó a la arena…

Barataria, 29.XII.2010

jueves, 30 de diciembre de 2010

SOMBRA APETECIBLE


Aunque el tiempo que se va no regresa, —cierto es que entumece
la lucidez de los vitrales: sombras donde arde la batalla
y ese juego de sombras que la herida siempre ve en la conciencia.
Por encima de lo apetecible, siempre hay juego de espejos:
sordo el vario jugo del jengibre,
Imagen tomada de Fotografías en blanco y negro





SOMBRA APETECIBLE





Hearts of fire creates love desire
Take you high and higher to the world you belong
Hearts of fire creates love desire
High and higher to your place on the throne
EARTH, WIND AND FIRE





Aunque el tiempo que se va no regresa, —cierto es que entumece
la lucidez de los vitrales: sombras donde arde la batalla
y ese juego de sombras que la herida siempre ve en la conciencia.
Por encima de lo apetecible, siempre hay juego de espejos:
sordo el vario jugo del jengibre,
la ficción que de pronto es un rito de oscuras aristas.
¿Qué hay detrás de la espiga de hormigas, del breve secreto
de la lanza en el surco,
arpa de la sombra en la bruma, esculpida en clave desde dentro,
redonda espuma de la crayola en la arcilla?
¿Qué hay en esta sombra apretada de escombros,
espectral entorno de mi mundo, conmigo sumergida en los zapatos,
posesa ventana en la tasa de mi mirada,
en los poros, a menudo íngrima sábana de desvelos?
¿Dónde está el agua apetecible de la linterna: arde el ojo afilado
del hallazgo en la superficie de las sombras,
sal en el baldío de los relojes,
impasibles azúcares en la esfera de las uñas,
fotografías tropezando con el sueño, horas dejada en el ceño?
—Ahí, en la tierra o el río o la alacena o la mesa:
aguas adentro el zumo de la brújula, las llaves vegetales del fuego,
los residuos del viento,
el yeso de las pulsaciones en la pizarra del rastrojo,
el pan cavilando en los lóbulos.
—(En cualquier parte el fuego se hace sombra o noche sin decoro;
la pupila del reloj nos acribilla, nos pone en la inflorescencia,
en el camino la pasta del amasijo.
Y sin embargo, apetecibles las grietas de las ataduras: el aliento
salta de su propia condición de rehén,
abajo la madrugada en los pistilos.
En cualquier parte el pie se hunde en el follaje: nos devora a sorbos
el desaire, el espejo del firmamento en el ojo.)
Nos consume el propio vacío en que quedamos; y sin embargo,
no rehuimos a esta porfía de hilar las sombras
en el guacal del calendario con ceniza y salmuera y culantro.
Todo es presencia en la sombra: pozo, quizá, de la ficción;
en el caos la sangre es caricatura, cerrado litoral de los sentidos,
afilado espejo del musgo, cepa del sopor,
harina trillada en el laberinto de la propia confusión.
—Hacia el peso de la luz, lo implacable de los arcanos,
el sordo equilibrio de la fugacidad, la balanza ciega de las hebras,
el césped apiñado al oleaje,
los brazos desollados de las cáscaras, —este antiguo rito
de caminar sobre las agujas oxidadas del horizonte…

Barataria, 29.XII.2010

miércoles, 29 de diciembre de 2010

RECUENTO


Calles anchas. Restaurantes con diversas comidas: chinos, griegos,
mejicanos, —alguien nos sirve y nos calma la necesidad.
¡Vaya comidas a deshora! Afuera, las casas encogidas por la nieve.
Los árboles beben el color blanco de las pesadillas.
—Nos reímos de los catálogos de la noche. Salt Lake City, de noche,
con este frío de mentón insostenible.
Sandy, Salt Lake City





RECUENTO




A Heidi y su esposo



Todo es de polvo, soledad y ausencia.
Todo es de niebla, oscuridad y miedo.
Todo es de aire, balanceo inútil…
CLARA JANÉS





Calles anchas. Restaurantes con diversas comidas: chinos, griegos,
mejicanos, —alguien nos sirve y nos calma la necesidad.
¡Vaya comidas a deshora! Afuera, las casas encogidas por la nieve.
Los árboles beben el color blanco de las pesadillas.
—Nos reímos de los catálogos de la noche. Salt Lake City, de noche,
con este frío de mentón insostenible.
De regreso a casa, leo a Poe y a Whitman. Los cigarrillos
Se me acaban para colmo de males y ya he tirado las colillas
al cesto numerado que espera su destino los días jueves.
Pere me ha enviado ventanas del Mediterráneo, sus poemas,
Con ese loco color que tienen las pupilas del césped.
Leo para desacostumbrar mi aliento; le ofrezco a mi memoria
no sé si nuevas oquedades,
estoy entrenado como los perros a lamer los barcos de las manos,
para ver cualquier espesura inefable.
De hecho doy un beso a las armas secretas de las sábanas:
recuesto mi espalda sobre los árboles deshojados, mientras viene
la primavera, con sus pájaros puntuales al parpadeo del arcoíris.
cada lugar tiene su encanto:
acaricio los megapixeles de mi propio asombro, la sombra hendida
de las montañas, la cena invitada junto al fragor de Alta;
Viene el refill de soda, café negro, cigarrillos: nada es lineal,
como las rayas de mi cuaderno de apuntes.
Todo es cierto cuando las vitrinas se ponen en la memoria:
los hilos blancos, erectos de lo deseos,
la lengua sembrada en las profundidades del filo, las alas
no me son suficientes para sobrevolar la desmesura de los poros,
la herida debajo de la página del ombligo, la armadura
de los sobretodos, los disfraces inventados en el sonambulismo.
Y sin embargo, íntegramente nada es cierto: cada cosa deja de asirse;
cada paso es la carne que se fuga,
los adioses que traga la saliva entre los dientes,
los badajos descolgados de las aceras, el tributo que pagamos
por la fantasía, los escalofríos que abren la puerta del cierzo.
Cenamos un poco de todo con viejos amigos: caminamos al borde
de la noche, nos distrae el banquete inexorable de las salsas,
el chile verde y los mariscos: el pájaro latiendo en el pecho
como una larga sinfonía o villancico en medio del embrujo del delirio.

Sandy, Salt Lake City, UTAH, 02.XII.2010

lunes, 27 de diciembre de 2010

RIELES DE HOLLÍN EN LOS PÁRPADOS

En los rieles de la tarde, el sol al compás de las sombras.
La nostalgia gruñe sus ávidos párpados, ¿dónde queda la querencia
después de tornarse escalofrío,
los significados del día con anillos de neumáticos gastados
por la creciente dilatada del asfalto?
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RIELES DE HOLLÍN EN LOS PÁRPADOS




En la casa de madera
sueño con los pájaros
que anidaron alguna vez en este bosque.
JORGE TEILLIER




En los rieles de la tarde, el sol al compás de las sombras.
La nostalgia gruñe sus ávidos párpados, ¿dónde queda la querencia
después de tornarse escalofrío,
los significados del día con anillos de neumáticos gastados
por la creciente dilatada del asfalto?
—Sueño en las manos que una vez fueron transparencia absoluta;
ahora son la desnudez de lo que puede ser el olvido,
la madera blanca en las pestañas,
el semblante aterido quitando sus trajes ciegos. Un día nos quedamos
sólo con los recuerdos, con los nombres que estuvieron
con nosotros, los que mojaron nuestra existencia:
—ahora ha caído la noche y muerde la boca; regreso al frío
aprendido en el silencio, a la sorda frontera de las cortinas,
con más extravíos que el ritual de los féretros.
Ayer era cierto el oleaje sin ningún extravío: hoy parece metal
la esperanza y el bosque de llaves que dibujó la conciencia,
y el relámpago de la sed;
nunca fue lúgubre, por más hollín en nuestros zapatos,
el hambre líquida de la luz, los pedestales del sueño, la lucha
de los atrios en la lengua del calendario,
la ebriedad portátil del alfabeto
(de pronto, la libertad se nos escapa de las manos y caemos
en la máscara del suplicio, en la alegoría de las diademas,
en el hastío que da la indigencia de las máscaras.
Nos acostumbramos a vivir, a caso, los recuerdos del vaho, la espuma
carcomida y no el desvelo de los oráculos.
Vivimos el escombro como los tentáculos de la noche:
vivo al borde los grifos: las calles gotean y respiran su propio miedo,
las baldosas oscuras con la concurrencia de años siniestros.
De todas las estaciones y las ventanas, queda apenas,
el polvo difuso de la sordidez,
el día convertido en lúgubre mesón de fantasmas.)

Hoy el vuelo se ha convertido en señuelo de mi propia memoria:
no hay otra verdad en la almohada de la memoria,
ni otra luz que fermente mi tórridos párpados, cuando éstos,
de pronto, han pasado a ser rieles de disonante hollín.
Sueño, sin embargo, en los barcos lejanos de la inminencia,
en la noche de mi propia sombra, en la clandestinidad de la historia,
de ciertas historias empecinadas en los pájaros…

Barataria, 26.XII.2010

domingo, 26 de diciembre de 2010

VITRAL INCONCLUSO

A menudo los vitrales son astillas o fósforos quemados
en el racimo de cada minuto acumulado. Las briznas tienen
envoltorios de menta, domingos de limosna, o bolsillos apretados
al brasero de andenes estrafalarios.
No sé si pueda escribir con buenas intenciones el paraíso.
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VITRAL INCONCLUSO




He intentado escribir el Paraíso.
EZRA POUND




A menudo los vitrales son astillas o fósforos quemados
en el racimo de cada minuto acumulado. Las briznas tienen
envoltorios de menta, domingos de limosna, o bolsillos apretados
al brasero de andenes estrafalarios.
No sé si pueda escribir con buenas intenciones el paraíso.
Ahoga cruzar la calle sin anteojos, y hablar de la vendimia
y sus ambigüedades, y ponerle compresas a los brazos hasta quitar
los perros negros alineados en el talud frío de la misa del Gallo.
—Durante las semanas, usted y yo, lavamos en casa las cicatrices
del murmullo y la melancolía: tasamos el trajín con su sigilo.
Veo la luz en la lupa de los gritos, en los aparcaderos
de las bicicletas, en la orina de los perros, agolpado musgo
del trópico: ay, la sangre revuelta en el vómito, —esos recuerdos
sin farmacia en los muelles,
esas banderas izadas en la breña, esos mariscos agonizantes
en la punta de la lengua.
(Nos toca morder los calcetines y lavarnos con la boca; pinchamos
Los globos de las orejas, abiertas lunas de la vigilia.
Vos, de seguro dormís sin pensar en las calles, en los huelepega,
Sin los alfileres asomando su dolor; las arañas tejer bufandas
De saliva sobre las sienes mías; de esta manera pienso en trajes
Diferentes: los arcos de la desnudez sin cáscaras, las esquirlas
Del gemido como un largo viaje,
Los tropezones, no en el césped, sino en las varices de las raíces.)
Cada nombre que he visto es un tren o un barco o un asno.
Los días soleados cierran los párpados de las paredes, —vos de nuevo
en la oscuridad metálica del reloj,
en la noche que me gasta los juguetes de mi cumpleaños.
No hay nada cierto cuando le hago preguntas a la noche: cada
persiana inventa cerraduras, supersticiones que ya no caben
en mi casa, ni en la garganta que ha acumulado patios inciertos.
Muerdo la crin de la grama cada vez que las veraneras montan
en el arcoíris su cara de floreciente luz.
Todo el paraíso sabe a mis zapatos: he gastado mi alegría abriendo
las alas infructuosamente de la lumbre;
y sólo he obtenido la nostalgia de mis deudos (la tuya, también,
que ha muerto el paisaje de los féretros, que zumba en los tomates
mordidos por las ratas, —que pertenece al abandono de los pájaros
en pleno alero de granito.)
Nada, pues, está resuelto; salvo las goteras de los buitres,
salvo la osamente trillada en la orina, la desnudez portátil
de los vídeos, las mortajas que llevan mis palabras al infinito.

Barataria, 25.XII.2010

sábado, 25 de diciembre de 2010

ANÓNIMO PRESENTE

Necesito una teoría de begonias para entender el presente.
Sobre los andamios de País, están los platos rotos de la esperanza,
el chubasco de las alucinaciones, el bastón negro del cortavidrios,
la bandera decapitada por el cuervo,
el invento zurcido de los ojales a pura mano,
los antros como un pavimento del desequilibrio.
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ANÓNIMO PRESENTE




—¡epidemia ideal, que no respeta nada!—
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ




Necesito una teoría de begonias para entender el presente.
Sobre los andamios de País, están los platos rotos de la esperanza,
el chubasco de las alucinaciones, el bastón negro del cortavidrios,
la bandera decapitada por el cuervo,
el invento zurcido de los ojales a pura mano,
los antros como un pavimento del desequilibrio.
(Supuran las axilas, su almidonada costumbre de números impares;
la diadema del firmamento enmudece en el abismo de la herrumbre:
—los presentes siempre son anónimos en las narices;
detrás de la lengua, las conjeturas,
las monedas fecales de la contorsiones, el traspiés de la incertidumbre,
o simplemente la diatriba del columpio en la garganta.
Nos gastamos días enteros en el aguijón de las sílabas:—¿es posible,
—sonreir— desafiando las serpientes, desaforando el kerosene,
Hasta que hayan pulgas en la cama, ni otros rascacielos turbios?
Caminamos tras el disparo de los telescopios.
¿Es posible morder los ojos saltando desde la leche de las libélulas,
o hacen falta brasas para encender la pira clavada en el dintel
de la respiración?)
No sé si haya vientos prometidos
en el cuarto de baño, en el color del miedo, en el mensaje siniestro
de los caballos sueltos en las palabras.
De pronto es así todo: el amor duele en las balanzas borradas
de los féretros, en el avaro pañuelo de la oscuridad.
Se acaba el presente en los torbellinos de la muerte. Un acordeón
quemado es mejor que una armadura sin sueños:
llueve el vértigo en las paredes; el niño Dios gasta sus secretos
en las sombras: —¿quién sostiene la sonrisa en el cuello,
y guarda la espada para desbreñar los girasoles? Las cerraduras
atisban las entrecalles, el espanto febril de los ascensores,
la pelambre del mentón hundido en la testarudez,
la fiebre de los verdugos inmolando campanarios de manteles
posesos. Olvido las vallas publicitarias con mala ortografía.
Olvido danzar sobre la hoja manchada de discursos: no hay tajadas
se velámenes, sino arritmia de corbatas, —cuellos de botella
inconfundibles en el trazo de los colibríes.
(Olvido decir que son innecesarios los cuchillos para quitar
La mancha de los huesos: me agoto en la tortura de pensarte
Desnuda, la brasa tiembla en el guardabarranco del juicio, en los pies
Cansados del imaginario colectivo;
El fermento espesa mi olfato, quiebra mi aliento, transborda el huerto
A mis manos, crepita en la tranca del azúcar.)

De todas maneras sigo despierto en este pulso de ventanas,
Aunque el presente, sólo sea, un espejismo recurrente en la sombra.

Barataria, 24.XII.2010

viernes, 24 de diciembre de 2010

MI TRABAJO CASI SIEMPRE ES DE NOCHE O DE MADRUGADA

Mi trabajo casi siempre es de noche o de madrugada, raras veces
me acerco al papel en el día: ladran los perros, cantan los gallos,
la respiración rompe cualquier aroma del cascajo.
Arden los libros apiñados: esos que he ido acumulando a lo largo
de mi vida, libros nuevos, usados (muchos adquiridos al crédito
o comprados en la Plaza San José);
André Cruchaga, El Salvador





MI TRABAJO CASI SIEMPRE ES DE NOCHE O DE MADRUGADA




Mi trabajo casi siempre es de noche o de madrugada, raras veces
me acerco al papel en el día: ladran los perros, cantan los gallos,
la respiración rompe cualquier aroma del cascajo.
Arden los libros apiñados: esos que he ido acumulando a lo largo
de mi vida, libros nuevos, usados (muchos adquiridos al crédito
o comprados en la Plaza San José);
otros me los ha traído
el cartero de lugares distantes como las estrellas: son de poetas
que aprendieron a incendiar los capulines,
—Miguel, Luis Alberto, Jaime, Milagros, Pepe, Paco Basallote,
Juan José, Ramón Ordaz, María Luisa Lázzaro, entre otros.
Cada uno deshollina mi memoria y abre el aire del pan;
(vuelvo a mi escritura todos los días con la devoción al límite
de las cortinas: muerdo los escarabajos de las palabras cuando
trepan a mi garganta, cuando el aliento se convierte en sudor
afilado: a menudo el diccionario me sirve de bastón y la luz del candil,
ocote o yesca, de paraguas.)
Cada realidad tiene sus propias brazadas de romería: yo tengo
la mía junto a la pasión del café oscuro de la medianoche,
de la colilla repetida en el cenicero,
de las horas de la semana mordida de las ventanas.
Siempre estoy regresando a un tiempo de sombras, —lluvia de almohadas
en la sal, tejados sonámbulos en el ojo del silencio; aguas detenidas
en los anaqueles o las alacenas, en las repisas, en la boca de la página
que descuelgan mis dedos.
(En la noche, lentas, gotean las sombras sus bufandas: los terrones
de oscuridad me embriagan; el tiempo me sangra en los espejos.
Las luciérnagas vuelven con su costumbre a mis ojos; el destello
Es más dulce que una limonada al amanecer.
Ladra la piedra de la noche con su voz de perro; manchan el oído
Las campanas de los callos; pasan las aguas ciegas del suelo
Buscando un cauce, quizá la carne patética de los sombreros.)

Mi trabajo en un viejísimo zapato con polilla, recostado en el mimbre
de mis manos. A veces resulta patética la herida del subconsciente;
pero igual, nadie puede quitarme el paisaje ciego de las venas,
ni la armadura en desuso de los chupamieles,
ni la coliflor desparramada en triciclos, ni la costumbre de volver
mi boca a los aguacates, ni este oficio de fuego cuando los jardines
pierden su arcoíris. —Nadie puede hurtar mi rocío, ni la armónica
inefable que le pone aire a las alas.
Trabajo con el aroma de los pinos y los eucaliptos: no es un crimen
construir abanicos con la trementina del aliento.
Es salud, respirar con devoción, la madera del tiempo.
Es orgásmica esta ventana de palabras en el cuaderno del zodíaco.
Es la sangre que sacude la puerta de los trenes y los barcos.
Las especulaciones se las dejo a las espinas para que elaboren
su propio veneno o su disfraz de tóxicos,
o su vaselina para su propia introspección.

Barataria, 24.XII.2010

jueves, 23 de diciembre de 2010

COTTONWOOD WEST

Gélida la claridad anuda alma. Gélidos los pilares del jardín. Gélidas
las vocales yuxtapuestas en la danza difusa de los poros.
Tengo la memoria llena de aguas derretidas, esparcidas
por todos los hilos de la sangre. Las mañanas giran en las alas
revueltas de las hojas quemadas por la tristeza,...
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COTTONWOOD WEST




Las mañanas se van en somnolencia.
El sol tardíamente nos alumbra…
SILVIA PLATH




Gélida la claridad anuda alma. Gélidos los pilares del jardín. Gélidas
las vocales yuxtapuestas en la danza difusa de los poros.
Tengo la memoria llena de aguas derretidas, esparcidas
por todos los hilos de la sangre. Las mañanas giran en las alas
revueltas de las hojas quemadas por la tristeza,
la emoción es mayúscula sobre esta sábana de aguas congeladas.
Debo caminar devorado por mis recuerdos: libros, estatuas
prolongaciones grises, ciudades congeladas hasta los dientes;
la almohada me sirve de ventana, embozado,
para atesorar lo que hay afuera: transeúntes envueltos en los cuatro
costados, árboles renuentes a las hojas,
endurecido aire para los pájaros que tiritan en su opacidad verbal.
Cambia su filo de colores el arcoíris; el alfabeto gris muerde
mis facciones de consumado zigzag.
Lo cierto es que en los parques se ahogan los zapatos, —se ahoga
esta ansia de consumar el centelleo en el cuerpo
Que me muerde los presentimientos.
Menos mal que soy asiduo lector de estos manteles y nunca dejan
De volar, pese a todo, las horas en los cuervos
Y hasta otros pájaros de esquinas congeladas. Y hasta otras aguas
de piel entumecida por el abotonado cierzo de las escaleras.
Me cuesta no verme al espejo sin pensar en el pecado:
el fuego adentro de mis vísceras es un brutal crujido, —crepita
la sábana manchada de esperma, gesticula la caverna en su brasa
pulsante; sangra el minuto de tentación de las semillas,
el sueño me apiña a los alambres de los carámbanos,
al pálpito del pétalo sobre la nieve.
Los ojos abren el tafetán blanco del horizonte; amanece el labio
encarnado a la blancura; la nieve es una cobija inefable en cuyas
manos se levanta Wildflower restaurant and lounge, (aquí, al pie
de la montaña, beso el corpiño en un plato de hielo).
Desde luego salimos a caminar con la piel olvidada del trópico,
Envueltos por la racha que cae sobre las palabras.
Hay un río a borbollones sobre la carretera de Little Cottonwood,
casas espectrales en las laderas, platos de armónico brillo,
bocas detenidas en las góndolas, esquíes de intrépido abismo,
nostalgias y pupilas de pronto convocadas por la sangre.
Sucede que ahora, se me quiebran las palabras sin paracaídas;
Sucede que ahora, las mariposas son granizos pegajosos,
Me sucede que ahora, debo reinventar mis sueños…

Wildflower restaurant and lounge, UTA, 25.XI.2010

miércoles, 22 de diciembre de 2010

VARIACIONES DE LA SOMBRA

En la cabeza de los alfileres dudan posarse las mariposas;
la sombra de los sesos traspasa la órbita del sol; en los petates
anegados de esperma bailan las hormigas
sus más estridentes danzas: todo termina siendo una travesía
de oleajes obscenos y cabellos sueltos, como las lianas en el agua.
Fotografía de André Cruchaga





VARIACIONES DE LA SOMBRA




Imagino que entonces la vida me bañaría por completo
mejor la sentiría palpándome o mordiéndome
tendido sentiría llegarme los olores al fin liberados…
AIMÉ CÉSAIRE




En la cabeza de los alfileres dudan posarse las mariposas;
la sombra de los sesos traspasa la órbita del sol; en los petates
anegados de esperma bailan las hormigas
sus más estridentes danzas: todo termina siendo una travesía
de oleajes obscenos y cabellos sueltos, como las lianas en el agua.
Cuando camino en el ombligo de las arpas, sólo quiero ser
sombra, —me vuelvo invisible en el fondo de las cavernas; trota
la risa descompuesta del aire,
crecen a oscuras las sombras del País en mis zapatos.
Cruzo la escalera nómada de la saliva: subo al más allá
de las arañas, hundo mis dedos en el pájaro de la respiración.
—De cierto, soy una variante de tantas sombras urgidas por el grito;
un día reclamado por las lejanías, un juego errático del vértigo,
Un espacio donde anochecen los parques:
ausencias donde los himnos muerden sus premoniciones,
memoria absurda en los rostros de los objetos sumergidos en alguna
postal que perdió el embrión de sus bolsillos.
Bajo los pétalos del ámbar se desnudan las sombras:
la selva sorda de la ciudad,
las luciérnagas de la respiración,
el frío secular del alma frente a las llagas de este tiempo.
En cualquier momento me encuentro con la ceniza infecunda,
y el galope del agua sobre las piedras;
debo pensar en las llaves del día y no en las de la medianoche:
debo salvarme de los viejos trucos de las sombras,
de la desesperación que debilita mi conciencia, de los fuegos
artificiales alrededor de mi sienes,
del zoológico que me estrangula con su atávica luminosidad.
El aliento se vuelve patético en la luz de medianoche;
caballos amarillos galopan en mi pecho con brida de humo,
los trenes amarran mi memoria a las fotografías:
—la luna, por cierto, es otra sombra a punto de petrificarse en la sal
muriente del rostro.
Los peces me dieron el primer dolor del musgo, —la herida que nació
junto al mapa del aullido, la sed que deshojó el río de los poros.
Ahora son múltiples las sombras como la variedad de máscaras
ante el ojo, como el paraguas negro de la locura, como este número
que soy ahogado en el paroxismo.
El fósforo de las sombras sacude mi propio naufragio:
Aquí, desde los párpados, debo procurar hacerme una limpia.

Barataria, 21.XII.2010

martes, 21 de diciembre de 2010

VUELO SOBRE EL MUELLE

Encarcelado en mis palpitaciones, hago recuento de todos los pájaros
que vi en mi infancia, —los reales y los imaginarios, la roca oscura
de los escarabajos, los secretos que siempre estrangularon
mi cuaderno y volvieron un desastre la tinta de mi saliva.
Fotografía: El Salvador Travel





VUELO SOBRE EL MUELLE




Me senté en el resquebrajado embarcadero
y me puse a contar los años de mi vida.
Los arrojé a las golondrinas de mar
que se alejaron volando con ellos sobre los juncos…
WERNER ASPENSTROM




Encarcelado en mis palpitaciones, hago recuento de todos los pájaros
que vi en mi infancia, —los reales y los imaginarios, la roca oscura
de los escarabajos, los secretos que siempre estrangularon
mi cuaderno y volvieron un desastre la tinta de mi saliva.
Sobre el muelle desolado del calendario, los peces en su edad dura,
la madera moribunda sobre el agua
y el paraguas del viento como una bandera ilegible.
Hay días donde las espigas se ahogan en la garganta de los vados;
oscuras vestimentas terminan corroyendo la boca:
así sobrevive el polvo en mis huesos, y los cántaros de la espuma
en las sílabas. En la salmuera de las vértebras,
el tiempo como una pulsera de aguas contaminadas, —la piedra remota,
los labios agrietados de tanta espera: los ojos se pierden
en su propia lluvia, ojos separados, dispersos en las palabras.
Aquí pasé largo tiempo reunido con las sombras, lejos del pan
y cerca de la herrumbre, —cerca de la duda, masticando el agua
lenta de la memoria.
¿Hasta dónde llegan las redes de la noche, los peces devorados
por la arena, los trenes que perdí o me dejaron errante en las ventanas?
—Grises bajan de los ojos los hilos de la sal
para luego convertirse en piedra, o en palabras cuya esencia
carece de claridad plena.
(Ahora cuento los años hasta dejar la boca vacía: las palabras
van enumerando los recuerdos, el escalofrío sube hasta las habitaciones
de la sangre, extraño la vida entre aquellas sábanas de lluvia.
Extraño los dientes de las escaleras,
la noche colgada de las pupilas, el almacén de las sonrisas,
la alacena con el enigma de los relojes, los minutos entrelazados
de las manos, los sonidos desmedidos de las paredes,
el caballo de madera, ahora. Vuelto ceniza.)
hay días que el vuelo se detiene en los muros cotidianos:
regreso a la camisa de los cementerios, al sudario de las hormigas,
a las mismas manos del subsuelo, a la semilla debajo de las piedras,
al río de las cosas comunes,
a todas las flamas apagadas por el polvo.
Vuelvo a las calles rotas de la oscuridad: cara y ojos se pierden
En la madera molida: el aserrín que desemboca en mis pestañas
Como un río de quemadas heridas…

Barataria, 20.XII.2010

lunes, 20 de diciembre de 2010

MORTAJA CON PELDAÑOS

He cambiado mis vestimentas y tantos amores compartidos:
pero siempre están en mi memoria atravesando la llama de los sueños.
Debo suponer que nunca dejarán de ser parte de mí, de los días
que amanecieron obedientes en el dintel de la puerta.
La mansedumbre no es una tapicería de entrañas desgastadas,
ni la obediencia un labio mustio.
Fotografía André Cruchaga





MORTAJA CON PELDAÑOS




A veces los empujan el ruido de las caracolas y los falsos rumores del mundo
pasan sobre sus gentes
aunque las amistades más particulares (como la de Rimbaud y Verlaine mi buen Cernuda)
sean ejemplares amargos…
ALFREDO VEIRAVÉ




He cambiado mis vestimentas y tantos amores compartidos:
pero siempre están en mi memoria atravesando la llama de los sueños.
Debo suponer que nunca dejarán de ser parte de mí, de los días
que amanecieron obedientes en el dintel de la puerta.
La mansedumbre no es una tapicería de entrañas desgastadas,
ni la obediencia un labio mustio.
En las noches bebo el sudor de los sombreros. A menudo la intemperie
es un trofeo para los que nos cegamos en las alegorías.
(De pronto me sumerjo en el mundo de mis pies,
en la lengua vacilante del espejo, en la sombra que muerde
las costumbre de este abismo irremediable.
Cuando el reloj se vuelve negro, olvido también el alfabeto;
vos no sabes de las señales del pájaro en su propia jaula,
ni de vaciar el silbido en el golpe de los tejados. Hay días que simplemente
cuelgan de la carne como fetiches quebrados en los labios.
En la memoria, sin embargo, van muriendo todas las ternuras:
—la mudanza es evidente a través de siniestros tragaluces.
Y sin embargo hay momentos para nombrar el cielo y el mar;
tu cuerpo arrancado de la luz; el musgo espeso de la miel, arqueado
en mis dedos o en la taza del parpadeo que se vierte sobre las sábanas.)
A veces quiero que sólo el olvido tenga presencia exhausta
y no esta sed en el vaso agrio del desvelo.
Nada me asegura la humedad de las estatuas, ni los panales
de los falsos rumores, ni el filo suicida de la lengua.
Hay un rosario de peces latiendo sobre las piedras cotidianas;
allí me lleno de sombras, de fogatas hundidas en los amarillos.
Pasada la transparencia, se pierden las formas,
el pezón de la fragancia, la embarcación de los poros,
la carpintería de las emociones, el guacal del cielo.
Acepto la ebriedad de mis torpezas y lo sombrío de mis aguas:
pero es que sólo busco recogerme en el silencio,
masticar el oficio de lo oscuro,
subirme a una escalera para alcanzar las ventanas de las campanas,
aunque parezca una paradoja.
Quiero ser transitorio como el arrebato. Quiero ser inservible.
Quiero los juguetes de la soledad, las gotas de agonía del hollín,
quiero el violín del abandono sobre begonias sin zapatos,
quiero la sombra rota de cada minuto,
quiero triturarme en los kilómetros de ternura…

Barataria, 19.XII.2010

domingo, 19 de diciembre de 2010

SOUTH SNIDERVILLE BASIN

Por las noches más tabaco que de costumbre, las tijeras del frio
rondando Las sabanas, los perros encabritados en el sótano
de los armarios.
Algunos odian esta nieve despiadada en las aceras y los aparcaderos:
odian la saliva congelada en los grifos, y desnudez de la desesperación.
Fotografía de André Cruchaga





SOUTH SNIDERVILLE BASIN




Un cuervo se posó en el árbol que hay frente a mi ventana.
No era el cuervo de Ted Hughes, ni el cuervo de Galway.
Ni el de Frost, ni el de Pasternak, ni el cuervo de Lorca.
RAYMOND CARVER




Por las noches más tabaco que de costumbre, las tijeras del frio
rondando Las sabanas, los perros encabritados en el sótano
de los armarios.
Algunos odian esta nieve despiadada en las aceras y los aparcaderos:
odian la saliva congelada en los grifos, y desnudez de la desesperación.
En el desierto, los colmillos de la sal petrificada muerden los calcetines;
luego, las ardillas monótonas del whisky empañado de espejos.
En los pétalos de las rosas quemadas son incontables los suspiros:
—de pronto uno se acostumbra a vivir con esta naturaleza muerta;
de pronto veo la cumbre tenderse sobre mis sienes.
Desde lo alto de las montañas las vísceras se hacen evidentes;
siempre estas geografías se vuelven espejo
y monedas en mi bolsillo.
Después de la lluvia del vértigo de las góndolas, retomo la lectura:
ando libros y postales asomándose a las estrellas, no sea
que se me congele la memoria.
La hoguera de la aurora se ha vuelto intocable, aún así, desvisto
el pergamino del agua, los mail que me llegan de otras lejanías.
(Toca al poeta, hacer un recuento de su aliento para reinventar
la transfusión de la poesía. Y qué mejor que convertirse uno en peregrino
de otra respiración aunque sea sin arcoíris.)

he andado, también, en lo inhóspito: el desierto salado, los límites
de la piedra y las minerías, las lámparas de los obreros,
las semillas electrizadas de la geografía.
He conversado con la cáscara blanca de la nieve regada por todas
partes, —y ahí, he sentido que canta mi pecho,
los caminos largos, transparentes, del infinito. He visto desfiladeros
atravesar mi garganta,
morder el cielo de los creyentes, limpiar los parabrisas,
sonreírle a los zapatos y a los abrigos.
Así he llenado mi cuaderno de notas como una aldea recién
fundada en la palidez derramada de la harina.
(Toca al poeta, ver la sencillez y la complejidad de la vida:
—las sonrisas se congelan en el rocío;
Mientras la guitarra de la Patria, —la de cada quien—, suena como
Un pergamino en la intemperie.)
Corroe como una vieja cicatriz
De escarabajos, como las manos ateridas tocando la máscara
De las arrugas y los retratos…

South Sniderville Basin, UTAH, diciembre de 2010

sábado, 18 de diciembre de 2010

TAYLORSVILLE

Mi alma entera se embriaga en la lengua blanca pegada a los dedos. Quiero que los ojos vuelen como dos zorzales sobre la nieve. Camino. Cielo helado extendido, niebla total en las mañanas.
Fotografía André Cruc haga






TAYLORSVILLE




Pero ahora yo ofrezco mi pecho (…,)
dejo hablar a todos sin restricción,
y abro de par en par las puertas a la energía original de la naturaleza
desenfrenada.
WALT WHITMAN




Mi alma entera se embriaga en la lengua blanca pegada a los dedos. Quiero que los ojos vuelen como dos zorzales sobre la nieve. Camino. Cielo helado extendido, niebla total en las mañanas. Aún así, camino entre promontorios de nieve derretida. Camino junto con mi mujer buscando los otros colores: el de la sangre y el alma y el sueño, entre los grises que van y vienen… A la luz de unos faroles, la luna huye del camino. También hemos sentido el viento, descender a nuestros huesos. Levitamos sobre el vapor del aliento. Desde siempre los sueños nos respiran como un río. De pronto atravesamos paisajes insólitos: nubes con devoción de ventana, aguas congeladas, diáfanas en la penumbra. En las manos llevamos suelta la desnudez de las pupilas.

Kearns,Utah, diciembre de 2010

viernes, 17 de diciembre de 2010

ALTA: MONTAÑAS, CAMPS, FOTOS…

Durante nuestro sueño pasamos largas horas de desvelo.
Sobre el escombro, inauguramos nuestros zapatos, y le robamos
A las fotografías, el cielo puro de la fantasía.
Una flor blanca inaugura toda nuestra felicidad.
Alta, UTAH






ALTA: MONTAÑAS, CAMPS, FOTOS…




Muerde mi luz
con el océano, des guarecida huida de sal
aspira clientela del viento
desde el paisaje surgiendo del alma.
NELLY SACHAS




Durante nuestro sueño pasamos largas horas de desvelo.
Sobre el escombro, inauguramos nuestros zapatos, y le robamos
A las fotografías, el cielo puro de la fantasía.
Una flor blanca inaugura toda nuestra felicidad.
Olvidamos, de pronto, los atados de dulce, por esta sombrilla
De paciente blancura.
Cae y nos desangra la nieve en las ventanas. Cae sobre la sábana
El borbollón de ríos inasibles, la sal del aliento,
La paradójica nube del ansia, el gentío con sus pulmones abiertos.
Cada día, aquí, oficiamos la música en el pecho.
Antes, nunca pensé en tanta página en blanco para reescribir
Tanta lejanía, ramas circulando en el otro costado de la sangre.
La luna se confunde todos los días de la semana.
Es decir, no hay tiempo ni lugar, ni otra magia que la entumezca.
Al pie de los zapatos la balanza espectral de la saliva.
Little Cottonwood Canyon, el Rustler Lodge, dan la sensación
De estar en un tren alado, envuelto en espejos.
(Majority of Rooms with mountain views and balconies,
Complimentary coffee and tea and thymes eucalyptus bath amenities)
Caminamos, obsesos, sobre la oscuridad blanca de la noche.
Afuera, el frío trota, como una brasa conspirativa.
Justo en lo indefinible, hay lagos que el desvelo convirtió en hielo;
Sábanas cristalizadas de pinos, bosques fermentados.
Al fondo, lenguas pétreas de hielo, peces congelados.
Los ojos quedan yertos sobre el altorrelieve de la nieve galopante.
La dicción demora en ordenarse, arde la temperatura en los dedos.
Muerde la rosa blanca del paisaje.
Cuando me asomo a las ventanas, veo la fuerza del entorno,
El instante inventariado en la memoria, el estanque quieto
De la naturaleza, el nosotros esperando que salga el sol para calentar
Los huesos, el mediodía puntual de la intimidad.
Cada caminata es un espejo diurno de lluvia y follaje.
Desde lo alto de los cañones, la autoconciencia de las alacenas,
Las horas de desayuno, el café negro,
Las horas salidas de la altitud de las palabras, las horas sin señales
Matemáticas, las hojas sufrientes de la estación.
En Alta, escribo en mi cuaderno el olvido: el vientecillo se encarga
De hacer leve, el agua fatigada de Heráclito.

Alta, Salt Lake County, Utah, diciembre de 2010

jueves, 16 de diciembre de 2010

HIGHWAY

En la profundidad de las palabras, el lento y hondo rostro de la nieve.
Respiros de frío sobre la noche blanca, —silencio de pájaros en la araña
De los árboles. Cada minuto la piel derrite su propia flama,
Las mudas aceras
Imagen de UTA





HIGHWAY




Se proyectan diapositivas con mi historia
entre el pesado olor del cloroformo
Bajo la niebla del quirófano extrañas aves de colores anidan
PERE GIMFERRER




En la profundidad de las palabras, el lento y hondo rostro de la nieve.
Respiros de frío sobre la noche blanca, —silencio de pájaros en la araña
De los árboles. Cada minuto la piel derrite su propia flama,
Las mudas aceras
De los transeúntes que se pierden en medio de nombres silenciosos.
Desde los cañones de roca y pinos, Taylorville, Alta, Snowbird, Silverlake,
Encallan mis pies, en las altas habitaciones de un acuario de góndolas
Y chaquetas y suéteres.
Hay días de absoluta sal en todos los rieles de Grantville y Tooele County,
Hay días colmados de árboles fríos: vive mi alma con estas lejanías,
Con estos brazos invictos sobre la roca cubierta de sal.
Este mundo de huellas escribe sobre mis pupilas,
—en las noches las ciudades
Cubren su hechura de olvido,
Sus pedacitos de silencio en el cabello.
Abro mi respiración al alud de paraguas que usan los violines de la lluvia.
Ando de un lado a otro. Andamos de un lugar a otro:
Los ojos siempre están sedientos de ternuras, de aire,
De estrellas y hasta de manos
Y brazos, — inmola a menudo el juego del frio sobre la mesa,
Los guantes del calendario, el mantel preservado de las aceras.
Atrás de ventanas transparentes, los pasillos cuelgan de espejos,
Incesante nieve
Picotea los ojos con su obstinada labor de ave.
Lo blanco escupe su persistente madera, las ciudades presentidas
En peces ahogados, el frio suicida inclinándose sobre el césped.
Hay fragmentos de fosforescencia mirándonos; a través de los dedos
Pasan las luces artificiales del calendario.
Todos los días atravieso las calles
Con un sinnúmero de nombres extraños, con esa luz metálica,
Sin escaleras,
Con espacios de largos parpados que se pierden en la escritura.
A veces me detengo en las esquinas para respirar
Sin puertas esta nostalgia
De mirar y no mirar lo que perdura. (Entiendo que todo es efímero.
Lo es el mundo
Y esta densidad de sábanas sobre el cuerpo. Lo es cada reloj y el orgasmo
Que da lugar a las respuestas de la materia.)

Jordan Landing y West Valley devuelven mi devota mirada
De transeúnte enajenado.
Los ojos deslían su oficio de memoria.
Cada noche busco los ríos de mi costumbre:
―la flama promisoria del calor,
El día con sus manos de viento, la casa dispuesta al delirio,
Los dominios del sueño con su realidad incorporada.
De pronto al caminar, me alcanza la lluvia y su errático insomnio
El blanco esmeril de los pasillos y la luna sumida
En una nevada de escalofrío.
De pronto, en los aleros de la demencia, un cigarro me sirve de chimenea.

Salt Lake City, UTAH, diciembre de 2010.