la sombra de los sesos traspasa la órbita del sol; en los petates
anegados de esperma bailan las hormigas
sus más estridentes danzas: todo termina siendo una travesía
de oleajes obscenos y cabellos sueltos, como las lianas en el agua.
Fotografía de André Cruchaga
VARIACIONES DE LA SOMBRA
Imagino que entonces la vida me bañaría por completo
mejor la sentiría palpándome o mordiéndome
tendido sentiría llegarme los olores al fin liberados…
AIMÉ CÉSAIRE
En la cabeza de los alfileres dudan posarse las mariposas;
la sombra de los sesos traspasa la órbita del sol; en los petates
anegados de esperma bailan las hormigas
sus más estridentes danzas: todo termina siendo una travesía
de oleajes obscenos y cabellos sueltos, como las lianas en el agua.
Cuando camino en el ombligo de las arpas, sólo quiero ser
sombra, —me vuelvo invisible en el fondo de las cavernas; trota
la risa descompuesta del aire,
crecen a oscuras las sombras del País en mis zapatos.
Cruzo la escalera nómada de la saliva: subo al más allá
de las arañas, hundo mis dedos en el pájaro de la respiración.
—De cierto, soy una variante de tantas sombras urgidas por el grito;
un día reclamado por las lejanías, un juego errático del vértigo,
Un espacio donde anochecen los parques:
ausencias donde los himnos muerden sus premoniciones,
memoria absurda en los rostros de los objetos sumergidos en alguna
postal que perdió el embrión de sus bolsillos.
Bajo los pétalos del ámbar se desnudan las sombras:
la selva sorda de la ciudad,
las luciérnagas de la respiración,
el frío secular del alma frente a las llagas de este tiempo.
En cualquier momento me encuentro con la ceniza infecunda,
y el galope del agua sobre las piedras;
debo pensar en las llaves del día y no en las de la medianoche:
debo salvarme de los viejos trucos de las sombras,
de la desesperación que debilita mi conciencia, de los fuegos
artificiales alrededor de mi sienes,
del zoológico que me estrangula con su atávica luminosidad.
El aliento se vuelve patético en la luz de medianoche;
caballos amarillos galopan en mi pecho con brida de humo,
los trenes amarran mi memoria a las fotografías:
—la luna, por cierto, es otra sombra a punto de petrificarse en la sal
muriente del rostro.
Los peces me dieron el primer dolor del musgo, —la herida que nació
junto al mapa del aullido, la sed que deshojó el río de los poros.
Ahora son múltiples las sombras como la variedad de máscaras
ante el ojo, como el paraguas negro de la locura, como este número
que soy ahogado en el paroxismo.
El fósforo de las sombras sacude mi propio naufragio:
Aquí, desde los párpados, debo procurar hacerme una limpia.
Barataria, 21.XII.2010
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