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sábado, 18 de septiembre de 2010

MANOS BREVES DEL SUEÑO

El día me nace en cada estación del sueño: amigo resucitado
En cada cuaderno esparcido de mis ojos.
Breve brasa de mis cenizas. Viga trenzada en mi propio alfabeto,
—ese que aprendí y casi olvido en la calle rota de mis deberes
Cotidianos. Breve sueño en la hoja verde de las campanas.
Sello postal de El Salvador








MANOS BREVES DEL SUEÑO







Ahora escribo pájaros.
No los veo venir, no los elijo,
de golpe están ahí, son esto,
una bandada de palabras…
JULIO CORTÁZAR






El día me nace en cada estación del sueño: amigo resucitado
En cada cuaderno esparcido de mis ojos.
Breve brasa de mis cenizas. Viga trenzada en mi propio alfabeto,
—ese que aprendí y casi olvido en la calle rota de mis deberes
Cotidianos. Breve sueño en la hoja verde de las campanas.
Breve cuento de hadas el día mientras llueve
En el costal de mis huesos,
En el entejado del alba, en la tortilla nacida de las piedras, mariposa
De las sombras como el caballo transcurrido de mis poros.
Líquida la rama después de jugar a la noche y al día.
El hasta hoy callado del frío.
El azúcar soluble en el ala.
La sombrilla del clavel bajo la luna.
El instante de un grano de arena en los dientes.
Oigo la raíz de la harina de los limones.
El vaso de agua recién llegado a mi boca. La gota ciega de algún frío.
El grano de mostaza en la verdad a solas del planisferio.
Corto tiempo para tan largos caminos de polvo: uno se pierde
En medio de su lengua esponjosa, en medio del somos del pasaje
Urbano del hampa,
Del incesante humo abriendo los poros,
—insepultas puertas del follaje, lágrimas del animal sobre la piel
Del reloj, intervalos de yedra deshabitada,
Convertida, de pronto, el litoral de ceniza.
Llegamos al punto muerto de los mangos maduros.
La paterna titubeante de dientes. El aroma metálico del arrayán.
El respiro de una luciérnaga como alfiler cartesiano.
En esta brevedad siempre inalcanzable, el poyetón de la neblina,
La desnudez tuya de la verdura,
La zona del incienso en mi olfato, —la esquirla solemne de la canela.
Para tanto mapa en las sienes, océanos, mares, tierras,
Isla este dialecto del aire,
El calendario de la estatua, el aserrín amargo del conacaste.
En las manos, únicamente el instante, —frente a la maleta del sueño
Circular de los anillos, el peñasco del silencio,
El cielo sin hacer turismo de girasoles.
Otros que mamen los pálidos candelabros de los lirios en la copa
Del olvido. Pues un día es poco odre para lavar los pies de la luz.
Un día sólo es el pluscuamperfecto de la herida, —el éter último
Del aliento, la raíz hundida en el azufre
Del desvarío por establecer el próximo piso,
O el desnivel atropellado del matorral.
Estas son, pues, las manos breves del sueño. Aquí el destino,
Mariposa de lo habitado. Angosto olor del poema.
Barataria, 17.IX.2010

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