El tiempo está urgido de sombras. Florece en los anillos póstumos
De mis uñas acostumbradas a la invasión de la tierra.
En cada pabilo del traspié deshace los folios de los poros.
Yo, efímero en esta batalla del desvelo, —hay frío, de pronto,
En la aparente mansedumbre del espejeo.
De mis uñas acostumbradas a la invasión de la tierra.
En cada pabilo del traspié deshace los folios de los poros.
Yo, efímero en esta batalla del desvelo, —hay frío, de pronto,
En la aparente mansedumbre del espejeo.
Imágenes en blanco y negro
EL TIEMPO ESTÁ URGIDO DE SOMBRAS
He inventado mundos nuevos. He soñado
noches construidas con sustancias inefables.
He fabricado astros radiantes, estrellas sutiles
En la proximidad de unos ojos entrecerrados.
PABLO ANTONIO CUADRA
El tiempo está urgido de sombras. Florece en los anillos póstumos
De mis uñas acostumbradas a la invasión de la tierra.
En cada pabilo del traspié deshace los folios de los poros.
Yo, efímero en esta batalla del desvelo, —hay frío, de pronto,
En la aparente mansedumbre del espejeo.
Nunca salgo ileso del frasco insepulto del respiro: siempre el caos
De las fechas, el ojo inhumano que me avienta a la niebla,
La herida con la hoja de afeitar,
La antigüedad de la memoria, prolongado disparo del desatino.
Primero fue el pasado: el doblez del bostezo imprevisto, el océano
De la materia, las aguas profundas del vaho;
Luego el presente: ese vidrio de sol depredador, la indagación
De las llaves en las pupilas, el pecho aterido, colgando de los periódicos,
Los roedores furiosos en el estertor de la cama,
El humo de los cuetes como arañas desperdigadas,
El aire arrastrado por la hojarasca;
Ahora el futuro: un solo gemido de sombras en las cucharas.
Horas de bruma. Humo. Sed. Ojos cayendo, quién sabe en qué audiencia,
En qué manicomio de mudos,
En qué ventana ornamentada con gargantas,
En qué lluvia ácida de puertas corroyendo la madera,
En qué piedra de moler exacta con el grano de Esperanza,
En qué grafiti nutrido de sangre, aliento de lentas moscas.
Bajo este vacío de palabras evoco las vocales íntimas de la aurora.
No hay otros signos, sino los próximos besos en el cartón,
Las plumas cerradas del metal,
El tedio de las mismas lecturas en los noticieros,
El bosque con asechanza de depredadores, el cielo sordo de las piedras.
Sé que debo caminar en medio de este huracán adusto.
Sé que el moho me ha robado la alegría.
Sé que con mis pies ciegos, la noche es eterna en su herida.
Sé que los micrófonos no sirven en la inclemencia. Ni lo inhóspito
Es agua limpia. Ni los abanicos me traen la luz.
Sé que el calendario es agua retenida en el lavatorio quemado
De los brazos, en esta música de abatida noche.
No sé qué hará el cielo dentro de una botella. Dentro de los próximos
Rituales del paisaje. Ya no sé qué decir cuando se pierde la lucidez
Y todo se torna hamaca tirada al matorral.
Ahora mismo hurgo entre los papeles del grito: —siempre es así
Cuando se está frente al paredón y abajo es enorme el desvarío.
¿En qué suavidad puedo confiar mis sueños, sin desnudar las viejas
Grietas que dejó la pústula y el olvido?
—Mi oficio es seguir, hasta proclamar libre mi espíritu.
Hasta hacerlo parecido a la luz o al seno surtido de una promesa.
Barataria, 20.X.2010
Querido André:
ResponderEliminarTe siento la inmensidad de tu desierto, con la espada del sol clavándose en la tierra... porque sabes -André- que cada roce de su luz es la caricia que abre la arena y te cuesta los surcos en los labios, la lengua que se seca... Pero sigo pensando que en tus ojos hay un pozo profundo donde el agua es turbulencia... y una humedad resbala por las grietas.
Buena noche, Poeta.
Saludos.
Marina Centeno.
Hoy no ha sido uno de esos días enfebrecidos de poesía para mí; mas bien, me han absorvido las batallas cotidianas de la subsistencia.Al tener un respiro responderé en los términos poéticos de tu comentario.
ResponderEliminarUn abrazo,
André Cruchaga