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martes, 9 de marzo de 2010

NADA JUSTIFICA NADA

Al final, cada quien anda el camino que le toca.
Los cuerpos perseguidos en la espuma.
Las sillas distintas cada día. El reloj hondo de los laberintos.
Nada es uno cuando las losas lo laceran los calcañales.

Autor de la fotografía: Alonso Muñoz








NADA JUSTIFICA NADA








Nada justifica la sombra en nuestros pasos. Ni la angustia
De los opuestos en nuestros pies cansados de deambular
A través de calles inciertas.
Los ciempiés en los hilos de los calcetines, el escarabajo del aliento,
La modorra de las pupilas en la uña de gato del ciprés,
El cincho de las enredaderas en la garganta del suplicio,
Los días feriados en canastos, la semana en el pantano de las cobijas.
—¿Dónde está la claridad de la oscuro, las eternas raíces del agua?
Los tejados verdes de la Esperanza cada día se vuelven
Ramas de suspiros tendidos en la hojarasca.
¿Dónde está el camino en este desierto de pájaros? —Aguas interiores
Sosteniendo el aliento,
El aire humedecido del badajo sobre los poros,
Los almendros de río tendidos en las pestañas.
En la ausencia de la patria hay lágrimas como hangares,
Cielos falsos que penetran en el ansia. Huesos de un jardín siniestro.
¿Qué haces caminando sin brújula por Sunnyvale, en el Fair Oaks
Avenue, con cansancio de sol? Las noches como una cárcel en la luz.
Días de palmeras entumecidas. Vacíos, ahora, de almas llenas.
Al final, cada quien anda el camino que le toca.
Los cuerpos perseguidos en la espuma.
Las sillas distintas cada día. El reloj hondo de los laberintos.
Nada es uno cuando las losas lo laceran los calcañales.
Cuando los imposibles aplastan de un tajo todo el paisaje.
Cuando la distancia del tacto se vuelve profundo arrecife de escorias.
—Debo pensar que vivir es ir perdiendo los caminos y quedarse uno,
Sobre los rastrojos de las tumbas.
Sobre la herida endurecida,
Sobre el río impasible de las piedras.
De rodillas la luna temprana del sueño. Manos atadas sobre la escalera
De de la garganta. Manos inútiles sobre el germen de las ventanas.
—Distante de cualquier olvido,
El recuerdo hunde sus cuchillos grises en el ojo del cielo.
Así vamos entreabriendo cada imposible del calendario. Sin tregua
El golpe de las esquinas en las sienes. Los fantasmas cóncavos
De siempre, el reloj inmutable, líquido, de las islas.
Pienso en el momento de cuando defendíamos la transparencia.
En el lago de ramas de tus senos azules. En la mesa suave del ombligo,
En el acordeón de pájaros de la alegría, en el suelo espeso
De las abejas. En el día diurno del júbilo.
Hoy los dedos se agolpan a la deriva sobre el estado de sitio
Del calambre. La pequeñez de la voz en el petate del alfabeto.
Nos toca, después de todo, vivir el verano del polvo con su lengua seca.
Nos toca ver la noche en el alba de la espuma, en la grieta de la sal,
En la carne próxima a podrir sus pupilas,
En el fuego que se consume a riesgo de quemar todos los atrios
De las lámparas y la miel…
Barataria, 09.III.2010

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