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domingo, 14 de marzo de 2010

LUZ DE LA BRASA

Uno macera los poros en los garabatos de la brasa. Ahí crepita
El libro del fuego. La claridad del vuelo y hasta la estatua
Destronada de su pedestal inerte.
A menudo me pierdo en los paraguas ambulantes de mis cigarrillos.
Gotea la santísima trinidad en el ropero de mi respiración...
Ilustración tomada de la red









LUZ DE LA BRASA








…cuando tu luz, hiriéndome los ojos,
mató mi gloria y acabó mi suerte…
LUIS DE GÓNGORA Y ARGOTE

Olvida el mar, con muerte de bolsillo,
hasta que sean legibles tus entrañas.
BEATRIZ HERNANZ ANGULO








Donde hay paraguas y campanas, existe la posibilidad
De la caricia, el calendario grabado en el bautismo.
Uno macera los poros en los garabatos de la brasa. Ahí crepita
El libro del fuego. La claridad del vuelo y hasta la estatua
Destronada de su pedestal inerte.
A menudo me pierdo en los paraguas ambulantes de mis cigarrillos.
Gotea la santísima trinidad en el ropero de mi respiración:
—Se apaga, enciende como un toro de destellos; colina de rieles
En los escapularios; caballo planetario en la hojarasca del jade.
Al cabo la luz de la brasa tiene vocación de transeúnte.
De piedra en tránsito por más devastaciones de insepultos cedazos.
Hiere en la sombra el predio de la conciencia.
Desnuda como desnudar el aliento en las mejillas.
Provoca como la gravedad de la vigilia.
Desvela la amnesia en la sal de la conciencia.
Es el dolor apretado sin toallas en el respiro. Visceral lava. Intrepidez
Retorcida en el hocico de los perros. —Golpea sobre el polvo
De los zapatos. Deja ver la miseria de la lengua en los atrios,
En el nido parco del árbol, en la noche subterránea de la risa.
La colmena de la brasa tiene siglos de colmenas.
Escalara donde no caben los gemidos, ni los trenos. Salvo que la luz
Misma apriete los lápices de la deshora.
[La luz de la brasa es medialuz: hunde su propia espesura en el barro;
Supura en el ansia de las manos; come en los aleros de las manos
Que la crean; desvela el agravio de las esquirlas del tiempo.
—Siempre está ahí en la entrecejo del vilano, en la mariposa dormida
Del mimbre, en el ala azul de las luciérnagas,
En la modorra tetelque del césped].

—Nosotros, aquí, sentados en el pecho de la piedra.
Jugando a las horquetas torcidas del destino. A la mata de maíz
Del aire, a los centavos de los recuerdos en los piojos,
A la oscuridad que siempre nos sueña y ahoga sin promesa de ocote.
Hemos perdido el chupamiel de los zanates.
El polvo para la horchata de la culebra de cascabel,
La ardilla en el breñal de las hormigas. —Has perdido cuanto ganaste
De luz: ahora es la oquedad en una puerta ciega.
Los párpados al filo del desvarío. Las sirenas en la almohada,
O aquellas aguas de sonrisa parecidas al cierzo.
Nunca la luz de la brasa es plena: hay que soplarla con el badajo
De la lengua hasta la orgía de los meteoros.
Nunca se muerden de un tajo los pantanos o la felicidad cierta.
Hay que trasegar la escoria en aire respirable.
Hay que amanecer cazando los pájaros esquivos del reloj.
Hay que morir y nacer como los pies en el lavatorio o las aguas
Partidas de la sal en el cristal del libro Eterno.
Nunca la luz de la brasa lo fue todo. Hay que golpear hasta amanecer
En el búho insepulto de la audacia.
Hay que hacer del pétalo trizado, un corpiño de coros gongorinos.
Barataria, 06.III.2010

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