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jueves, 22 de octubre de 2009

Instante del sobresalto-André Cruchaga

Alguien lee en las hojas del viento, los candelabros
De los muelles, los viejos barcos de la noche,...






Instante del sobresalto







El mío era el mundo de la periferia, el mundo del ferrocarril,
De las barriadas obreras. Suciedad, falta de espacio, miseria…
BORIS PASTERNAK





Alguien lee en las hojas del viento, los candelabros
De los muelles, los viejos barcos de la noche,
Los cerros ateridos desde los brazos abiertos a los muertos.
Alguien lee, hasta ahora, “EL DOCTOR JIVAGO” DE PASTERNAK,
Y comprende y sonríe hasta la insensibilidad de los cadáveres.
—Sal negra sobre los recuerdos de los pétalos;
Sueños y temperaturas más dolorosas que la Esperanza;
Caminos como el cordel de los cabellos, hacia la ciudad, extrañamente.
La noche con sus vértebras rotas, rosarios sin anudarse a las manos.
Alguien transcurre con túnicas de luto: el dolor es el alma
De la respiración, la rienda de las lluvias, la partida sujeta a la audacia.
Los zapatos abren las losas de las calles. Las sombras, las ventanas
Confusas, la luz a tropezones de los recuerdos.
Alguien escribe en la desesperación de la penumbra: —en la siempre
Realidad de la piel, en la réplica ahogada de las flechas,
En la habitación donde los bolsillos carecen de premuras.
¿De qué compasión hablamos cuando los candiles queman la mesa?
De qué claridad hablamos cuando la confusión es sumo cadáver
Y atraviesa el vestíbulo de los abrigos, y arde en el color movedizo
Del humo? —Grito y río al ritmo de las miradas. Pinto cortinas y máscaras.
Los dueños del mundo venden la felicidad en cartoncillos de lotería;
O en el mejor, de los casos, analgésicos para bailar rap o algún Vals.
Alguien arde hasta el cuello jugando a complejas emociones:
Los túneles precipitan las palabras. La lluvia sin embarcaderos
De Esperanza, las campanas fúnebres de los cadáveres,
Esas largas horas de la angustia sobre la almohada, este reloj de hachas,
Que no marca la solemnidad de las liturgias, ni el botox para no estar
En este mundo real de escaparates fermentados,
De escaleras hacia abajo de los avestruces,
De ahora sin nadie y nada en las estanterías del cielo
O del supremo carrusel de las palabras.
Alguien está de pie junto a las buganvillas. —Inclina sus manos frías,
Triangula su mirada inquisitiva; después la pesadez de la ropa tumultuosa,
Las certezas golpeando las cruces, los cantos gongorinos como océano,
La lengua torcida de los cirios, los cementerios aullando con sus puertas
Corredizas, la oscuridad sobre el mantel de las pupilas.
Aparecen las habitaciones y las fotografías sobre paredes de piedra.
Grandes silencios queman la soledad, el tejado ciego de las sábanas,
La monstruosidad particular de las miradas, la humedad oscura
Sacudiendo el aliento, trozos de garganta irreconocibles en las redes
De los murciélagos, en la siempreviva oscura de la Patria.
Alguien, como el País, mastica a diario pastillas para la hipertensión.
Alguien desde la almohada cree en los créditos de lo imposible,
En las libertades del crepúsculo, en las vigas rotas del día o la noche.
En las alfombras rojas la verdad es imposible; las palabras todas
Son felices y no desgraciadas como los andamios construidos con neumáticos.
En el fondo admito que la vida a menudo es así. Andado ya,
En los madrecacaos de los pájaros, hay certezas de profundas aguas.
Y raíces como peces tiradas al delirio. Y bufones más ciertos que los platos.
Y cascos más abrazadores que ciertas palabras. Y ojos más abiertos que
Las buenas de Dios en las discusiones seculares de las ráfagas.
¡Se cierra el telón!
Barataria, 17.X.2009

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