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lunes, 25 de noviembre de 2024

INSOMNIO ABISAL

Imagen pintura de Willem de Kooning


INSOMNIO ABISAL

 

Me hundo en el grito de ventanas abisales y muerdo la escarcha

que avanza hacia mis insomnios: desde las diademas despeinadas

de los peñones, este otro lado de la hondura sin conciliar el sueño.

Hacia el espinazo del azogue, el fondo caprichoso

de las oblicuidades, deambulan sonidos lechosos de pinzas.

Dilatadas las pupilas, uno trastoca también con desmesura

las lejanías que perciben las pupilas, los remolinos en círculos

que hacen las hojas cuando caen, los trenes descarrilados del antes.

 

—En cierto modo, somos fieles testigos del tiempo,

del otrora rojizo de las herraduras y de los flujos aleatorios del tizne.

Debemos pensar si existe un estanque de patetismos en cada rostro

último de dardos, oscuros azabaches titilan en el aliento.

Nos hiere las sienes el pájaro negro sobre baldosas urbanas de sed,

un florero con peces se vuelve indómito.

Crepitan las hormigas en su red de saliva, estamos allí, bajo

la sombra acallada de la tierra, entre antigüedades que no podemos

descifrar, entre aguas diseccionadas, ebrias de hojalata.

 

Ya no recuerdo si hemos borrado todas las andadas, si llueve aún

en aquel entonces, entre el celofán y el pozo de agua,

entre cogollos áureos de cipreses.

 

Vacíos de azúcar se adentran en el paisaje de sábanas cenagosas.

Este reino de nudos encrudece los absolutos de la materia.

Hay alfileres mortecinos y desvaídos, y pensamientos expuestos

a los féretros, vastas sinuosidades como la pubertad primera.

—Uno huye mientras el juelgo súbito apaga las esquinas de la brasa.

Dentro del sueño aleteamos aquel pájaro ávido de ventanas…

 

 

Del libro: «Paraíso de la demencia», Barataria, 2016

©André Cruchaga

Imagen pintura de Willem de Kooning


 

miércoles, 20 de noviembre de 2024

JUEGO DE CONCAVIDADES

Imagen pintura de Willem de Kooning


 

JUEGO DE CONCAVIDADES

 

 

Un cuchillo de llamas arde en mis sienes, animal difuso y alborotado,

ruidoso de hojas como quemándose entre mis manos,

duro como una estatua, duro como la boca abierta del hambre,

que nunca se paraliza ni tartamudea.

Ninguna palabra cae en el hueco de la respiración de muertes

sumarias, tampoco en los brazos que despiertan del olvido,

en el montículo invertido de los colmillos.

Al parecer el tiempo es un cuerpo disgregado en los brazos,

lluvia respirada en la flor de sed de una boca.

Crecen alrededor de las mañanas callados incensarios de barro.

 

Otra cosa es el círculo atropellado de las alucinaciones circuncidadas

embijarse del tizne secular del movimiento que tienen

las simulaciones, o temblar en el dedal recubierto de parpadeos,

justo en la desnudez paralizada del abismo.

A menudo las concavidades son parte de ese quejido del olvido,

e inclusive de la angustia.

Ninguna oscuridad aquí tiene contrasentido.

 

Siempre lo insólito es profundo como las heridas, innumerable

como la sombra estrafalaria de los presidios adentro de las pupilas.

¿A quién le obedezco para distanciarme de la frustración

de los embudos? En cierto modo, todos los huecos resultan

imposibles en una tinaja destruida por becerros.

 

Arranco mis ojos atados a la noche, derribo litorales en mi aliento,

camino por el mundo y mis zapatos se pierden;

tengo vocación por los guacales en desuso, en sus abolladuras crece

el musgo ahuecado y disperso en su arquitectura.

En las escenas sepulcrales del conjuro, la agonía oscilatoria

de las cucharas, o la pobreza salpicada siempre con manos sucias

y limosnas; con manos sucias la concavidad es restregada

en la cara de la tristeza de tantos comensales que acumulan hambres.

El filo de los ataúdes hiere la niebla, muerde los horcones del fuego,

turba al límite el propio rostro.

Ninguna vida sola, cabe en las sintaxis de mis manos estropeadas

o en una infancia absoluta: una vida es un rostro y muchos silencios;

un camino y varias confusiones, una cercanía entera de murmullos.

«Contemplo el escenario impulsado de fábulas de harina

por el estruendo trepidante de la pólvora verbal» de este vivir

aferrado a la tierra y ser testigo de la infamia y sus disimulos.

La teocracia del cielo, no la tierra brama en astronómicos paraísos.

 

Al final juego con lo que tengo disponible: mi propia vida…

 

 

Del libro: «Paraíso de la demencia», Barataria, 2016

©André Cruchaga

Imagen pintura de Willem de Kooning

lunes, 11 de noviembre de 2024

LUGAR SIN LÍMITES

 

Imagen pintura de Willem de Kooning


LUGAR SIN LÍMITES

 

 

Siempre me encuentro en ese lugar sin límites de guijarros ahí algún manicomio hipotético que me sueña inmundas las calles del infinito con su caligrafía de sal imposible la cara desaseada del sollozo y todos esos equívocos nunca desmentidos de la vida: en el fondo la conciencia es sólo otra especulación de ventanas o un pasatiempo donde juegan al polvo los minutos nunca pasa nada cuando la razón es apenas una fachada mal diseñada del aliento encima le falta el calor de brazos y el secreto de la hoja (siempre hay peligro en el humo de lo insípido en la risa espasmódica y lúgubre de las colillas en todo aquello dibujado instintivamente para morir ¡no! ¡es imposible todo esto! nunca tengo opción para elegir uno a uno los estrangulamientos o en todo caso las travesías de la noche todas esas sombras lascivas y suplicantes el ala sojuzgada) —de pronto me urge el silencio: debo disolver los armarios de la intemperie encenderle una candelita morada al presagio darle un purgante al reverso de las fotografías guardar los excedentes líquidos del vuelo domesticar por si acaso las lámparas del Paraíso dondequiera que camino hay sombras y candelabros y lugares con gargantas de melancolía y bestias agonizando en salmos de cuchillos y océanos de fuego como un médano en el aleteo de los litorales —(nunca pude regresar a tu piel porque tampoco tuve noción de las líneas divisorias del dolor o del olvido: en la tozudez de la deshora siempre las extrañas lenguas de ceniza y la memoria que a ratos desespera por su terquedad) del otro lado del goteo la historia de los días devastados por los muertos es atroz el embuste y su otra manera de suicidar la conciencia más allá del gozo que suscita la blasfemia nunca en definitiva entenderé las monedas degastadas de lo incierto ni los desgarramientos previos a la resurrección del aliento: todo lo humano corroe hasta las pupilas al filo de los andenes casi que todas las melancolías juntas el peñasco ronco del deseo los traspatios ahogados con sus osamentas y una que otra lágrima como una tormenta cayendo sobre las tumbas (más allá tus senos y mis fríos y la paciencia de no renunciar al pretérito) Más allá la boca del fuego en la olla de presión de una jaula bengalas de humo en el ojo desasido de un escarabajo rojos días a la luz de la cópula

 

Del libro: «Paraíso de la demencia», Barataria, 2016

©André Cruchaga

Imagen pintura de Willem de Kooning


viernes, 1 de noviembre de 2024

PENSAMIENTOS AHOGADOS

Imagen tomada de Pinterest

PENSAMIENTOS AHOGADOS

 

No solo el cuerpo y las manos, sino todos los pensamientos

en línea vertical, hacia la disolución total del pájaro de bahareque,

ciego de vivir, o ciego de ser sobreviviente en un silencio de ojos

y de piel absolutos.

Sobre la marcha los esqueletos de los paraguas sustraídos

de ese extraño sitio de atrios infinitos.

A ratos uno siente que se quiere perpetuar la salmuera, el humo

licuado de los gritos, y ese guacal de telarañas como un gusano

enrollado en su viscosidad natural. A ratos se es una metamorfosis.

Tartamudea frente a mis ojos el lenguaje descolorido

de la tartamudez; El hilo de saliva trasluce el largo féretro

de los abanicos, mientras alguien se ejercita hacia dentro

como un atisbo, acaso, para lograr su silencio.

 

Otros habrán de claudicar en el camino junto a candiles desasidos,

junto a esa doctrina incierta de la realidad que sólo cuenta

con paraísos perdidos y diafanidades subyugadas o ilegibles,

miedos, y la certidumbre de las manos vacías.

Crece el deseo de ser oscuridad con el deseo de la bienaventuranza.

Crecen los carnavales y las carrozas, los servicios fúnebres

y los cementerios, una nueva generación de torrecillas virtuales.

Son grandes los flecos de saliva que emergen de la televisión.

 

(Me dicen que hoy en día hay silencios pagados y extrañas novedades.

Siempre está a quemarropa la crudeza de las calles,

el espejo de la huida, o esa sagrada verdad que, al decirla,

puede ser objeto de delito).

 

Hace poco no eran reticentes los tableros del camino.

 

 

Del libro: «Paraíso de la demencia», Barataria, 2016

©André Cruchaga

Imagen tomada de Pinterest