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martes, 1 de noviembre de 2022

MONÓLOGO

Obra pictórica de Joan MItchell


MONÓLOGO

 

 

(Ah, doliente vuelo de querencias despobladas:

amargos cauces del gusano en la sangre,

batallas de quemante sollozo y zurcidas ropas,

ser la ceniza en estos fuegos recónditos, sombra del hartazgo,

duradera muerte en mi aliento, ciego apego a la hoguera;

ser el estrecho cauce de la lengua, la cuita dolorosa del sueño,

el alimento fúnebre de la carcoma.

El confundido rastro arrancado a las mordazas.

Camino junto al desdén, junto a la luz débil

de las cuatro paredes del vuelo: llevo sin merecer esta herida

que me ha nacido de tanto desvelo;

en el insomnio toda mi sed se ha vuelto postrera, toda mi sed

ante la presencia «frágil de la vida»; el limo de la lengua gime,

tierra adentro, donde se oculta la espina.

 

Me subyuga el árbol de la noche, «mi latido en su piel»

la resequedad plena en mi garganta, la dulzura menguada

a falta de ternura: atravieso los ríos invisibles del olfato,

cada campanazo, amedrenta, este gusano que llevo dentro,

la voz rugosa de las piedras, la porfía del arcano hacia el abandono.

 

¿En qué sosiego puedo advertir estos arcanos, sin escupitajos,

después de bajar sin compañía a la perennidad,

al centro de mi cuerpo soterrado entonces de una mirada?

El follaje de la noche tiene arenas movedizas, ayeres de hojarasca,

equipajes que siempre amarraron la sal con nudo enmudecidos,

ternuras que nunca adiviné con mis ojos ciegos.

Cuando miro el sueño que pasa a oscuras junto al olvido,

la fugacidad, toda,  se vuelve eterna reverencia en mi aliento;

cuando la brisa llega, cegada por mis quemaduras diarias,

la espina salta del costado, el polvo del letargo se hace cierto.

Ahora me rindo al mutismo de mi insomnio aprendido en soledad:

a oscuras la memoria trasiega los desatinos doctrinales

de mis pesadillas, faena que vuelve sumisa mi porfía.

 

A oscuras llego a la sangre sumergida de los pájaros;

es tanto el desvelo, que se vuelven cárcel mis fantasmas.

A oscuras este gemido de la pena, barcos y trenes destrozados,

la claridad enterrada de mis sueños,

esta tortura que hace más grande la herida, prolongada

bufanda del escombro, atroz rincón de mis anhelos.

Casi a la medianoche, no conservo nada de este mundo:

se ha ido toda luz; y aparece, siempre, el afán del moho,

las Siete Cabritas a cuentagotas, el polvo insondable del delirio,

la espiga muerta de la respiración.

 

Nada es más cierto que la semilla plantada de esta herida;

¡cuánto latido aletargado en los párpados, cuánto frío,

cuánta lengua en derredor de mi hospedaje,

dientes oscuros del alfabeto, mi propio firmamento!

 

Mi sed torva, a oscuras como un grito ensangrentado.

A oscuras la frazada de la llovizna, los demonios interiores

las cornisas medievales de mi réquiem,

o ese cumplido vencimiento del cuerpo y su rumbo de último reloj.)

A oscuras, «la grieta que arrasa y corrompe la esperanza.»

 

Del libro: «Mi memoria se ha cansado de llover y esperarte», 2022

©André Cruchaga


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