©Obra pictórica de Franz
Kline
ENVOLTURA
DEL DESATINO
Durante
el lento día,
tu
mente está abierta como un cajón de cuchillos.
Suburbios,
años te han enterrado.
Philip
Larkin
En los ojos, los caminos transitados
e incesantes, el río derramado
en las ojeras, la voz aún como
bitácora del libro oscuro
de la noche, las calles colmadas de
mundo, sin reposo alguno.
Transitamos mientras nos tritura la
imagen diversa de Dios,
las carnicerías enrojecidas de las
ventanas y la tierra.
Golpeamos el fregadero de los
periódicos con manos de sequía,
una gota de ecos, cada vez, se hace
tardía en la voracidad
del animal que somos, del animal
invisible, desorbitado, famélico,
que se masturba en plena tormenta
del vórtice de las baratijas.
El aliento se abre como un vientre
que explota de demonios.
Crecemos azotados por las plagas de
los invernaderos.
Miramos fríamente el “fluir de un
arroyo símbolo de la virginidad
y la bestialidad en el corral de
las ovejas”. Los mismos bordes
del desatino, ahí, y las pinceladas
vanas del paraíso terrenal.
Castramos a los pretéritos desde
los premolares del pecho,
y colgamos, —en lo posible—, las
palabras al nudo de recuerdos,
junto al ocote omnívoro de las
aguas o el fuego.
Después, es solo caricatura, la
sombra pétrea del cuerpo.
En la medida del sobresalto, la
eternidad se amorfa en el cenicero
de la envoltura del propio desacierto,
en la espada del río
de las fugacidades, en aquellos
huesos que carecen de reemplazo.
De: Como quien pide luz o pide
agua, 2021.2022
©André Cruchaga