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lunes, 1 de febrero de 2021

EN SEPIA

 

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EN SEPIA

 

 

Ignoro la razón de los retratos, así en las pupilas, quiénes son

los protagonistas del mal de ojo, aquellos que antecedieron

a la misma puerta. Aquellos que perdieron el semen en los tragantes.

(Cada día me fui intoxicando de tantos testimonios, de la edad perdida

de las aves, de los adobes pulverizados por relojes siniestros.)

Cada vez, sin más, retornamos a la cuenta regresiva del humo

y el hollín de las antigüedades, amargos los dientes del viento,

grabada la prebenda del éxtasis de un altamar impenetrable.

En la disputa por la telaraña bordada de los relámpagos,

el misal del púlpito empantanado de ciertas liturgias y aquellos secretos

rasgando la conciencia, la sagacidad de los párpados al azar de aldabas,

mientras los descalzos siguen esperando la transparencia u otra travesía

entre los matochos de la historia, o lluvias de indecible gozo.

Todo se destiñe en el puñal del goteo de la hojarasca y queda atrapa

la inocencia en un molde de dientes que carecen de simetría.

—Alguna vez hablamos del arco iris, lo sé, pero no de huir del alba,

y de los brazos, ni siquiera de los líquenes movedizos de la escarcha

que lamen los ladridos de la noche con tenacidad de hiena.

San Francisco, CA, 2013

.

Del libro: ‘Primavera de arcilla’

©André Cruchaga


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