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martes, 11 de septiembre de 2018

ZANJA TARDÍA

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ZANJA TARDÍA




Vivir siempre en las catástrofes próximas a las distancias,
morder la aberración de la cruz desde los espejos fríos del pecho,
madurar de golpe frente a la historia del cuerpo,
sin cansarse del orgullo nacional de las peregrinaciones,
o de aquella vagina vencida en mi garganta.
Es imperdonable el amor que nunca lleva a virtud, ni fluye
su despertar en la sombra luminosa del cuerpo.
Ahora nos traicionan los pañuelos, lo abyecto de los candiles
y el hipo del querosene,
y el taller viciado de las uñas sobre la sábana dudosa de los poros.

Llevo en mis sienes la resonancia de las monedas del desuso.
También los brazos sin ninguna epifanía, fermentados de hartos
maullidos y verborrea.

Ahora, estrujado el aliento del azogue e irreconocible la sombra,
me queda, apenas, el tanteo de cavar
como el pájaro carpintero en la madera oscura de lo insuperable.



Del libro: “Antípodas del espejo”, 2018
©André Cruchaga

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