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jueves, 22 de febrero de 2018

CÁNTARO QUEBRADO

Imagen tomada de la red





CÁNTARO QUEBRADO




En el traspié quebramos la vasija de la sed e inventamos
formas sutiles de pájaros. (Quizás curvas y vacíos y hondas
pulsaciones ligadas a lo fugitivo.)

La conciencia ahonda los fragmentos del pecho,
—en el miedo a lo oscuro suenan los cántaros,
aquí la escopeta del fuego en la fragua,
el brocal a gritos del día,
fieros equilibristas de la sal,
del destello sobre el poro de la hora quemada de los balcones,
mercados por el adobe
donde la sonrisa se vuelve hermética cerradura,
como manchas abatidas de hollín.
En cada puzzle del tiro de gracia del barro,
los juegos violentos del acorde de la noche
con los grifos de la gruta del murciélago en la garganta,
(parpadeo de sombras sin ropa);
avanza la mecedora  de los párpados,
la vena rota del muerto en el bosque humano de la saliva.

(Jamás duermes.
Jamás duermo en la pocilga de barrio cautivo de armas y miedo,
desnudo, señalando el horizonte,
si no es con el bastón escondido del anhelo
en tiempos donde la democracia,
es todavía,  una cama sin cobija,
golpeada por el hierro de las verjas.
Dormimos entre homicidas y homicidios,
su incandescencia desafía nuestros zapatos,
nuestros brazos puros,
muerde, incluso, la hora del seno y el orgasmo,
—tus muslos ciegos de desvarío,
la lengua que grita en la tela de los poros.)

Nos abate el mercado de pulgas de las ideas,
cuando la palabra es un laberinto de veleidades,
una rueca de cieno que hay que seguir con la risa,
casi con la unanimidad
vegetal de la sangre:
entramos a un bosque de abanicos,
—rapados de mesa y utensilios—,
de rodillas junto a las moscas
que posan en los platos, convirtiéndose en parque del delirio.
Hay cántaros de adusta feligresía,
y tiestos enajenados,
vidrios colgando de las ventanas,
huecos habitados por invernaderos,
púas flotantes en almohadas,
pozos sin escaleras para socorrer
al prójimo de los sótanos de la niebla.

Nadie escapa
a los fósforos que expiran al trasluz de los candiles;
lo sabemos cuando las estrellas caen en las hondonadas:

(se ha vuelto inefable tu respiro después de todo.
Después de todo,
casi te palpo en la gota de rocío,
en el sondeo invisible de mis pies,
en el silencio, que de pronto,
es el único instrumento que nos sirve
para desnudarnos,
para quitarnos esta modorra inclemente.
El tiempo se nos quiebra
en el cántaro astillado de los destellos
que nosotros mismos invocamos a la hora de ascender
a las poluciones. A tu piedra de dolor en mi desvarío.
¿Cuánto nos queda de mudez?
¿Cuánto tiempo para fotografiar el sueño,
sin convertirnos en ese siniestro juego de contrarios?)

Para saberlo hay que colgar del alero
nuestra propia respiración.
(La razón nos dispara confusas palabras.)

Barataria, 2013
Del libro “CUERVO IMPOSIBLE”, 2013(inédito). 138 pp
© André Cruchaga
Imagen de la red.

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