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martes, 23 de enero de 2018

SUEÑOS

Imagen: Pinterest






SUEÑOS




Me llama la sangre.
La sangre de los días de éxtasis, más acompasada que la mar.
La sangre que no olvida jamás y que me invade con su color terrible.
Que este inútil viaje de los ojos termine pronto!
Alfredo Gangotena




Sujetos dolientes a veces en el aliento de su brida:
están ahí como el aire con su propósito firme,
así el vivir vierte las aguas de su río
—conversan de lo que vendrá
o, simplemente anuncian esa historia del corazón
que habla de fríos.

Sobre la vida hay antiguas voces o caminos
que nuca conducirán a ninguna parte
—así está escrito
en la buena costumbre de la esperanza que de repente,
tampoco
es un camino a andar,
sino una vereda desandada por el bosque
de los pies.
El sueño es distinto cada día en las palabras.
Distinto todo:
la ilusión se queda temprano en la garganta
—no dura una mañana
por más que camine y le gane al tedio y la tristeza su lluvia
y sus manos de tierra.

El viento se lleva las raíces con su música.
Lo acompañan ocultos destinos
—leñadores de una tierra migratoria,
espejos cambiando
los meses en la penumbra de la semana
—en la necesaria sombra
que ocupa los pasos.
Mañana estarán abiertas las cartas,
la luz del día envejecido,
la hora sigilosa de las vísceras colgando quizás
de la memoria o las ventanas.
Los sueños son la mitad de la noche
en el camino
o tal vez la historia de este caminar
sin concluir su cataclismo.

Esta brasa ronda el abismo:
la historia personal es como la memoria
en el madero
—el ruido de la luz sangra en el abismo de la brasa.

Escrito está el fuego y el invierno en los poros.
(De las alambradas prende el sudor,
cuelgan los pañuelos de la muerte, los rincones y el crimen.)

El libro de la lluvia o la mano palpitante de la casa de mi infancia:
están ahí los frágiles años del recuerdo,
la calle de la memoria,
con sus solas ventanas y mi afán obseso de soñar el sueño
y el destino
en las palabras.

Te miro y me miras, Vida, al alzarte sobre tardes imprevistas.
—Te miro y me miras en alguna rareza maternal de libros
que cautivan el muro cerrado de los ojos,
el puñado de rostros en la respiración.

Por un instante la ceniza borra el papel amarillo de las palabras:
pronto al doblar una calle uno piensa en el hampa
—habitaciones, sombras, cuerpos,
que escuchan nuestros pasos,
niños con los dedos fríos
o cabezas que nacieron
para la impaciencia con una ya larga fatiga en el rostro.

Para atravesar  del calendario de todos los días,
cierro mis manos:
Tantos ojos que he perdido en la escritura
de los tiempos verbales.

Nunca concluí viajes ni he llegado a puertos,
sólo he logrado la herrumbre
de las mudanzas,
los rostros triviales de las sílabas,
las manos borrosas
de las palabras en el tiesto de los sentidos.

Tantos ojos de escalofrío
en mis aguas:
los sueños no son más inocentes que el sabor de los jardines,
ni la luz es más diáfana que el vaso de la noche,
ni la piedra es más silenciosa
a la voz de los pájaros cuando éstos picotean puertas cerradas.

Tantos ojos que me cansé de mirar el mantel de los adioses,
la sonrisa dibujada
en los periódicos y la siempre gastada piedad
como un juguete desoído.

Tantos ojos mientras la noche con sus brazos juega secretamente
para detenerse en mis pies de ave nocturna:
—o mejor, rama
en la inclemencia sin puertas ni ventanas…

Algún sueño será pretexto para derriban celdas.

Auque los sueños
no se bañan en las mismas aguas todos los  días.

Al final, sólo aspiro,
a esa imposible alegría de la ropa y a que el viento deshaga
esta silla de espera donde están los pelos de punta.

Al final, es el espejo de los sueños
donde el sol hiende el rostro de la ceniza.
Mientras el azogue del polen  empuja las alas
hasta que los relojes laten en los párpados como el horizonte.

Barataria, 09.XII.2008
Del libro “CUERPO DE POSTRIMERÍAS”, 2008 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga

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