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jueves, 18 de enero de 2018

DESHORA DEL PRESENTE

Imagen: Pinterest






DESHORA DEL PRESENTE




El hombre es el único que sólo es tal como él se concibe,
sino tal como él se quiere, y como se concibe después…
Jean Paul Sartré




El presente es un enunciado que deja caerse ante los ojos del ciego;
no perpetuo como dijera Octavio Paz.

No lo es cuando existimos
de prestado, mientras preguntamos a las sombras
qué zapatos calzan las palabras.

Dicen que los poetas ahora están en la tierra gracias a Nicanor Parra.
Yo digo que siempre lo han estado
con otras vestimentas y bufandas.
César Vallejo fue antes y, sin embargo,
el hombre moría en cada poema:
el poema es un relámpago verde incendiando el pensamiento.

Lo fugaz es el nombre actual de la vida;
lo perenne es para museos.
O para las murallas desangradas de las pulsaciones.

La palabra se hace cada día en un instante de crisis y agonía.
Nunca en el sosiego de las paredes nace el deseo,
ni se abre la rueda
del calendario.
El planeta se divide entre normales y suicidas,
entre plazas y abismos,
—deshora efímera del presente, parpadeo
mutable de ese Cristo que habla por la boca de cada buen samaritano.

Desde hoy habrá de escribir poemas en el lomo del centelleo;
así no tendrán cabida los arqueólogos
de la poesía que se pasan la vida
descifrando consonantes
en las mamposterías de las solapas de los libros.
Lo sueños no pueden nacer,
siempre se quedan en el inconsciente
repartiendo el humo inverosímil de los pájaros en el fondo del pan.
Aunque “una tirada de dados nunca abolirá”
—como dijo Mallarmé—,
“la apariencia del fuego”, este infinito cierto de lo intangible…

Allí la claridad tiene hilos retorcidos. 
Allí el presente es copia del pasado.
“Cuando nada se desea —acotaba José Hierro— todo se posee”.
El tiempo no tiene ángeles,
sino granito, por más que se invoquen
y se desvelen los símbolos de hoy.
Allí es vivir imperativamente
y atravesar la tierra nombrando todo lo que fenece,
madera y pasos,
sin poseer nada más que la absoluta modulación de la muerte:
frontera de este vivir huyendo,
hierba en cuya palabra el artificio
es parte inminente de una memoria inexacta.

Mi estupor frente al presente,
siempre me viene como una castración a la inocencia.

Su póstuma mano es capaz
de cegar las pupilas y dar un puntapié
a la esperanza y al desdoblamiento del susurro que repite los ecos
de la autodestrucción, la misma que se hace ceniza en la mesa,
la misma que lanza un réquiem
e inunda de rezos fatuos al hombre.
En nuestra propia envoltura,
eyaculamos besos hedonistas y sádicos;
la memoria no nos sirve para otra cosa,
sino para ensalzar la polilla de la historia,
retrato de una otredad minoritaria.

La desconfianza es nuestro transitado camino del presente.
Yahvé  cambió la identidad del tiempo vital
tras la veda del conocimiento.
Un tiempo y otro: la negación de vivir una sola vez,
la falacia
de una identidad única,
acaso cósmica utopía de una “esperanza
sin recuerdos”,
sin los ojos abiertos de los brazos y las raíces…

Barataria, 21.06.2008.
Del libro “INTIMIDAD DEL DESARRAIGO”, 2008 (Inédito) 130 pp
© André Cruchaga

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