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domingo, 31 de diciembre de 2017

VOS ENTRE MULTITUDES

Imagen cogida de la red





VOS ENTRE MULTITUDES





Construimos pájaros y soledades. Todo el rumor
del mar se calla. Y en los caracoles
guardamos a Peter Pan. La dorada flauta
que un día nos hundirá en el mar.
Ítalo López Vallecillos





Vos, entre multitudes desconocidas. Tráfico. Espejos.
Amaneceres inciertos.
Estrellas por descubrir bajo la lluvia.
Asfaltos como la propia entraña.
Lluvia sin fin rompiendo las ventanas. Espuma. Neblina.
Te me pierdes en lugares que no conozco:
escaleras inevitables colgadas de los aleros.
Persianas de dudosa claridad.
Manifiestos de transitorias acuarelas.
Sueños invisibles entre zapatos torturados.

De nuevo, como vos, muerto al borde del acantilado.
Subterráneos. Ciudades perdidas.

Como vos, llora el absurdo de una armónica en Nueva Orleans.
En el arcoiris negro de Savannah,
en los símbolos de Otoño,
ciudad también descubierta en la desnudez.
Como vos, el paraguas cerrado de la lluvia:
el violento papiro de los peces,
la madera podrida de los balcones.
La polilla como un muro de granito.
El kerosene abandonado en la angustia.
El mediodía en el asfalto.
Habitamos el atardecer oscuro de los periódicos:
a veces sin pupilas y sin huellas digitales.
A veces hoja leve del labio que cae,
enta, sobre el agua hendida de las palabras.

Como vos, también pregunto por el hangar del zodíaco:
desnudo, incierto como una mesa irreparable,
vacío hasta el quejido del aliento,
convulso y oscuro.
Entre la multitud nos volvemos sombríos,
—pañuelos de arrugado color,
lejos del propio pájaro que vive en nosotros.
En medio de calles que no entiendo su nomenclatura,
los zapatos hundidos en el círculo de la ciudad,
el subway del carraspeo,
los rieles desbocados de la noche.

Como vos, mis manos mudas y transcurridas.
El ojo arrojado a los ecos del tráfico,
sin la túnica del párpado.
Los pies gastados,
mientras amanece al otro lado del mundo.
Los sueños tetelques, de arrepentimiento, 
de los focos disgregados
a lo largo de la ramazón de la lluvia y los recuerdos.

Nada nos falta ya, cuando estamos al borde de la locura:
nada nos acerca entre peñascos y breña:
nada nos devuelve la llama de la tortilla:
somos hijos del vejamen.
Somos el ojo descuajado de tantas promesas incumplidas.
El camino de espinas que lucha contra el sueño.

Como vos, la sal en las banderas de la sonrisa.
(Los cadáveres ruidosamente extraños como oscuras felaciones.)

La piedra estalla en su límite. Nos muerde el último féretro
de los desvestimientos inhóspitos.

Como vos, la noche perenne de los funerales.
Como vos, el grito acumulado en el pecho.

Barataria, 16.IX.2010
Del libro “TRAGALUZ”, 2010 (Inédito) 160 pp
© André Cruchaga
Fotografía: Pinterest.

sábado, 30 de diciembre de 2017

SIN PALABRAS

Imagen: Internet





SIN PALABRAS





En el paraíso de la página estás desnuda, sin palabras,
exhausta en mis despiadados ojos y manos.
Con los ecos de tu piel buscándome.
El aire de los pájaros voló hacia nosotros.
Asida estás a las luciérnagas del vértigo,
a mis brazos de tierra,
al hueco verde de mi boca.
No concibo de otra forma tus cabellos,
sino ríos enredados en mi aliento,
cuerpo a cuerpo, absorbidos por el círculo umbilical.
Te vuelcas y lo que puede ser mi voz se vuelve tinta.
—sombra del azúcar sobre la cama.

Te untas de mi donde se pierde el calendario.
La lluvia abarca todo el universo de tu barco,
—lluvia sin tiempo mojando tu respiración.
No me dejas alfabeto ni sintaxis en el camino.
Te inclinas y lames ascenso y susurros.
Al borde del respiro miramos ondear el polen,
las estrellas de la proeza y su fantasía,
la quema del esplendor a ritmo de oleaje,
la calidez del pantano, espeso de viento y horas.
La entraña dilatada como la luz en los espejos.

Las semanas se internan en el sueño.
En el trigal del sudor:
hondo cristal donde hundo mis raíces.

Te pareces a una mañana con cierzo.
(O a una mojada sombra
floreciendo en la desmantelada sangre de mi trinchera.)
A la ventana con sus contornos confidentes.
Te cimbro, sentados, a la orilla del olvido.
En el pétalo del petate.
En la piedra desvelada del jadeo.
En este firmamento sin ropa.
Es así de simple cuando muerdes los sueños.
Y desclavamos los canceles del pecho.
Es así de simple cuando sajamos
la tajuilla del presente en acecho.
Dejamos, luego, que lo líquido se evapore.
Que la caricia alcance la gracia del ala,
que la memoria deshaga todos los años
y solo quede el minuto.
Nada es más inocente que precipitarnos en la sed.
Bebernos. Desamueblamos.
Perder nuestra memoria. Lamer lo improbable. 
Hilvanar en la piel otros orgasmos.
Hundir el esperma sin pronunciar palabras.
Soltar la tormenta sobre el párpado de los litorales.

Montar el caballo hasta el límite del jadeo
hasta copar el quejido del deshielo,
—trance mayor del camino hecho.

Después, todo vuelve a ser el vaso servido del eco,
el mensaje intemporal del pálpito y su gozosa herejía,
el vicio de recordar dos sombras unidas,
—el calendario recorrido de pies a cabeza,
hasta oscurecer de nuevo
en el presente con todos los naipes de la semana.
Después de todo, nuestra razón de ser siempre es la fuga:
quebrarnos como dos vasijas compartidas,
en el oasis terso
del aullido.

Después de todo, te huelo en mi locura viva de esclavo.

(De tu recuerdo, el galope de los sueños y el aroma
de la desnudez y la rosa de tu lenguaje en mi pecho.
Y el misterio ya lejano de la herida.)

Barataria, 16.IX.2010
Del libro “TRAGALUZ”, 2010 (Inédito) 160 pp
© André Cruchaga

viernes, 29 de diciembre de 2017

PECES CIEGOS

Imagen Pinterest






PECES CIEGOS




La inexistencia es hueca como las máscaras y su visión es
lívida, pero tú oyes el grito de las madres del agua y acaricias
los ojos que vieron la inexistencia.
Antonio Gamoneda




Gastadas corrientes de la zarza
sobre el pez antiguo del balcón.
Venimos de rostros gastados por gotas de tiempo,
Instantánea espuma en los ojos,
líquidos espejos deshabilitados sobre adoquines.
Amanecemos vencidos por bocas oscuras.
En las  manos, la bacinica de la niebla hasta las rodillas,
hace del juego pulmones sacudidos,
chorritos de sol, pedazos de sonrisas reales,
ventisca de ojos fallidos,
relojes de polvo mordiendo los poros, 
desfile de musgos compungidos, ancianos ya sin ciudadanía,
pequeños lavatorios para el llanto oportuno,
mordiscos de vitrinas como anzuelos domésticos,
monotonías de la boca
colgando del ciempiés del sueño.

En las tumbas callosas de la labranza, las torpezas a la vista,
el surco de la sangre anegado de tierra,
ecos de la ventana sobre el plato íntimo de la sábana.
En esencia, la luz hermética y de rodillas.
Las hormigas trasegadas en sal,
los platos rotos del amor benigno.
La mendicidad a la orden de todos los días.
Nos guarecemos en el balcón de la espina;
somos el granero de su recuerdo,
el aún zapato sobre el adoquín.
La ropa colgada de la alambrada,
la conciencia trabajada en cada página irremediable.

Me aferro a esta doctrina de símbolos.
(Como un pez ciego improbable de escalofríos.)

—Árboles bajo la nube de la promiscuidad,
amorosas lágrimas de la sobrevivencia,
empapadas de yerba glacial, calles de cercanos
carbones a punto de colapsar en la boca,
a punto de morder los calcetines,
y olvidar la risa en el agua ciega de los días finales.

Desde luego no es fácil contener la risa en la concavidad
de las manos, en el dedo gordo de la tierra,
en la llovizna del grito acostumbrada al miedo intemporal
de los guacales respirados por el frío.

Desde luego la ubre de la noche
abre su moho de rosa olvidada en algún rincón de sí misma.

Agoniza la ventana de las luciérnagas
frente al extraño apetito de la boca,
frente al punzón inerte de la siesta,
frente al violín de la misa. Y su severo desaliento.

Siento que los párpados como quemaduras del agua,
arrasan con las paredes hasta sólo quedar el luto.
Hasta solo la respiración maloliente de las idolatrías.
De pronto, también, ya nada es posible en la memoria:
cada calle tiende telarañas,
amaneceres descalzos en el sombrero,
hambres que los pétalos no entienden,
bejucos de ciego sabor, batallas perdidas por la sangre.

Desde los cuatro costados, la sal en las costillas,
las verdades a medias de las cartas,
húmedas de herrumbre.

Al final, los peces mueren enredados en la corriente,
en los simbolismos indecibles de las espuelas y las ganzúas.

Barataria, 16.IX.2010
Del libro “TRAGALUZ”, 2010 (Inédito) 160 pp
© André Cruchaga

jueves, 28 de diciembre de 2017

CEREMONIA LUNAR

Pintura: Pablo Picasso





CEREMONIA LUNAR




Desde algún imaginario, asisto como es costumbre,
a sangrar en el jardín bajo el paraguas de la luna.
Escribo mientras hierve la materia.
Hay demasiada saliva para tan pocos apóstoles. Cal.
Desventurados fantasmas con el hambre a cuestas
del calendario cercenado.
Entre el rebaño habremos de amarnos con los ojos cerrados:
subir la montaña del sueño,
sembrar el canto del aleteo, maullar el gato clarividente,
en medio de tantos sombreros quemados
en los motines de las abejas.
Alrededor de cientos de colillas sobre la fosa común,
rompo la noche
de la Patria con sus pies hartos de caminar en cuclillas,
con el oasis de sus varices en las piernas,
disecados pulmones del tráfico,
candiles del kerosene en los usos horarios.

(Nosotros no cabemos en este mundo.
Estamos siempre más próximos al harapo,
Y  a la mordida que propina el despeñadero.
Estamos distantes de la Libertad:
lo digo iluminado por el brillo de los alfileres,
por la cartilla santa y apostólica de las pesadillas.)

Tose la lágrima del gusano encrespado en el desierto del pecho.
Al paso que vamos, no hay otra realidad posible,
—tanta conversión purulenta nos muerde los calcañales,
el tabaco tosigoso en mis dedos,
el cenicero encorvado del tiempo.
En la canícula del insomnio,
ya no caben las yemas de mis dedos.
El augurio de la pólvora, la cesta de serpientes en la mesa,
la página yugular de las palpitaciones,
la palidez de las estatuas frente al filo orgásmico de las luciérnagas.
—¿Saldremos ilesos de este parpadeo agónico,
candil, a caso, de tanta herencia,
llovido firmamento de los recuerdos,
repentino cuervo sobre la piedra en muletas?
De cierto que lo sé.
En días felices hemos probado el calostro
del semen con todos los aditivos de una cena suculenta;
hemos comido bocanadas de sonidos,
nombres, pájaros, follajes.

(Nosotros, no pertenecemos a esta obscenidad de la historia
por más que nos aferremos a la dialéctica del post mortem,
a los veredictos constitucionales,
a las ausencias de la suerte, al éxtasis secular
de los mosquiteros, al libro blanco colgado de las axilas…)

No pertenecemos al fin de semana del coñac,
ni al súbito cambio de status del galope,
ni a la página social de los periódicos,
sino a la baldosa andada con zapatos rotos.
Es extraño al cambio de piel de las palabras.
Es increíble el fango como génesis.

Vos, brasa en mi hogaza diaria,
—el día o la noche nos rasura, le pone sombrillas rotas
al destino del tamaño cenagoso de un cirio en la franja
de los candelabros.

Asisto, como es costumbre, a la repartición de los cadáveres.
Este clima de túneles hace evidente mis ojos.

De pronto, muerdo las escamas de las campanas eclipsadas
de lo irremediable:
a menudo es bonito recordarte en esta oscuridad.
Por eso garabateo el balbuceo en la lluvia…

Barataria, 05.X.2010
Del libro “TRAGALUZ”, 2010 (Inédito) 160 pp
© André Cruchaga
Pintura: Pablo Picasso (1881-1973)- Pinterest

miércoles, 27 de diciembre de 2017

REMANSO EN EL ESPEJO

Imagen Pinterest





REMANSO EN EL ESPEJO




Primera canción de las palabras torpes,
simple como el agua, yo no sabía jugar.
Miedoso de la lluvia, orador silencioso,
hallé mi primer amigo al fondo de un espejo.
Alberto Rojas Jiménez




Torpes mis manos al caer mi cara sobre el espejo.
Me inclino y sonrío muy cerca de lo blanco.
Miro, taciturno, (sin que me desquicie)
hacia el horizonte donde todo se pierde sin alcanzarse.

A veces una sonrisa es la sábana que cubre el alma.

A veces la confusión es igual a una piedra oscura,
—piedra febril, tal los objetos que no hablan.
Tal esta ventana del remanso:
Única luz en el aliento. (Única en el tiempo de las pupilas.)
Un día adopto el asedio del espejo:
torpe mi cara en la otra cara del tiempo,
en el miedo latente apoyado a la noche.
Muerden los ascensores del mimetismo.
El corazón ahogado en los ladridos,
la lluvia mortecina de los puñales y los alfileres.
Le tengo miedo a los meses negros de las tumbas.
A la sombra que tirita en mis calcetines,
al ruido de las talabarterías,
a la confusión de los hospitales,
a los paraguas con ese dejo de umbroso olvido,
a los caminos que agrieta el vinagre,
a los huesos que de pronto parecen bosques blancos de cal.

Huyo del grito y de las habitaciones funestas.
Huyo de la mesa sin alas y del corazón con reuma.
Huyo de la piedra del grafiti.
Huyo de la escritura gastada en el asfalto.
Huyo del agua atribulada en el animal moribundo.
Huyo del plato solo del pájaro, del cadáver que guarda mi delirio.
Huyo de la miel sin cuchara. Del predicador en funerales.
Huyo de la noche ahogada en los ojos.
Huyo interminablemente de la salmuera.
Huyo de la mosca paralizada en los ojos.
Del humo desplomado en la garganta.
Del párpado desangrado como un tomate o una ciruela.
De las lágrimas sin pila bautismal.

Alrededor de mí, los juegos torpes del azar.
El pie enterrado en la breña,
sin apaciguar la dentadura de la intemperie.
Entre aceites comestibles, sube el follaje sombrío hasta la copa
de las sienes: siempre el éter de las turbulencias,
extenuada el alma, gusano de la noche con vestimenta.

Y sin embargo, hurgo en mis bolsillos.

Al final, solo quiero un remanso de sonrisas.
Y no la piedra, en su oquedad, subiendo al rostro.

Barataria,
Del libro “TRAGALUZ”, 2010 (Inédito) 160 pp
© André Cruchaga
Imagen: Pinterest

martes, 26 de diciembre de 2017

HUMEDAD DEL SUEÑO

Imagen: Pinterest




HUMEDAD DEL SUEÑO





Ahí, en la almohada, se precipitan todos los sueños.
La realidad que hoy no tiene sentido ni garantía.
La palabra, de pronto, pierde
su propio parpadeo; y queda la maraña del aserrín del diccionario
sin más utilidad que una escalera para subir o bajar el abismo.
Huele la humedad de los pretéritos.
Huele el hollín de las posibilidades.  El dedo sobre las miserias.
Huele el espacio de la memoria a incendio forestal.
Huele a alfileres este sofoco de olas, de sal, de bocas raídas.
Un día nos afrentan los olvidos del destello con las ojeras del semen.

Un día (el día) nos asedia el tropel de lo vivido.
El casco del vaho, la herradura  de sal de la boca del vendaval.
La conspiración del desempleo.
La humedad del sueño quebrado en  las paredes,
—el moho extendido en la cobija con hongos,
Y el aliento enraizado en el guacal de las paradojas.
De pronto, uno duda hasta de la humedad de las brújulas.

A menudo en los puertos tiembla la neblina.
Habla el perro con su quebrado latido.

Juegan los cementerios sobre los nichos con olor a mariposas.
Muge este olor a humedad envejecida. 
El sueño hecho cada minuto,
entre el fósforo y el espejo, entre el juego de las ventanas y el aliento.
Llegados han sido los maniquíes a mi olfato.
San Salvador no se puede comparar a otras ciudades del mundo:
ni el río Lempa al Mississipi,
ni nuestro areópago a un tablero de ajedrez,
ni los mariachis de aquí, a los de Méjico,
ni nuestras bailarinas, a las de Río de Janeiro,
aunque el hambre de aquí puede ser igual al hambre de África,
la Electra de aquí, no sé si será igual a la Electra de otras naciones:
(dadas las idiosincrasias culturales.)

En fin, el moho crece como una araucaria.
Se ve el exceso en los muertos. Se ve en las bocas ávidas de sexo.
Justo en el poderío de las manos,
en el manubrio cerrado de la asfixia.
De tantos olores húmedos se han hecho los ríos del olfato.
Los puentes colgantes del sueño,
el suicidio abrasador de los pezones, la sartén de la lujuria,
el cuerpo entero de las substancias cárdenas.

Cada vez se hace necesario jugar a la farsa,
sobre todo en los tiempos de crisis,
—en los momentos perversos de la historia.
A modo de colofón, zumban los olores en el sueño:
pasa el tráfico con su reloj de axilas, rompiendo ataduras
con el pelo parado del arrebatamiento.

La humedad del sueño sigue: es una lezna de burdeles
en el aliento, una forma de pronunciar ciertos nombres,
hasta horadar el cuerpo
y sus proximidades de atesorada tormenta y sus degüellos.

Barataria, 05.X.2010
Del libro “TRAGALUZ”, 2010 (Inédito) 160 pp
© André Cruchaga