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domingo, 10 de diciembre de 2017

A TRAVÉS DE LA VENTANA

Fotografía: Pinterest





A TRAVÉS DE LA VENTANA




…bosques de rayos entre el agua nocturna…
Javier Sologuren




No sé cuándo, por primera vez, mis manos tocaron las ventanas:
la palabra mundo sostenida en los sombreros del aire,
la lluvia de los zapatos debajo de mi lengua,
el pájaro con traje de sed,
la costumbre de los ojos sobre la mesa verde del bosque.

—Los relojes han transcurrido desde entonces. Desde entonces
y para siempre los litorales.

En las enredaderas,
la puerta de la boca, la harina del cielo cimbrada
en la conciencia,
las vigas saladas de lo oscuro,
los cementerios con la historia personal de mis amigos.

Llevo quemado todo el misterio de los rastrojos,
las antorchas de la respiración
descendiendo hasta la lámpara vencida de los atrios.

(Me he perdido en los líquidos, en la noche, la piedra, el ruido,
el gusano, el sueño, en el calendario soluble del sueño.
Al lado de tu cuerpo se quedan absortas mis costillas:
la boca envejecida de los lázaros,
los hornos que guardan nuestras almas.)

El tiempo enredado en nuestras manos ha sido suplicante
y escurridizo tal los nombres en el cuello de la tarde.

Juegan los trompos como pájaros,
los vagones de las hojas o ramas
en la feria estupefacta de las telarañas.

En este País de jeroglíficos, el cielo es una brizna convulsa,
y la memoria un suceso terrestre de onomatopeyas.

En el País, soñamos con puertos y campanas etéreas:
con armónicas de temblorosa sal en nuestras bocas,
con Ulyses y lenguas de mares remotos,
con hormigas comiéndose la noche de la garganta,
con árboles donde se pasea la ansiedad como un ojo ahorcado
en las ramas de jardines olvidados.

Sobre la hojarasca galopan los paraguas de los apóstoles:
las catacumbas sin los sombreros del cáliz,
las vigas del pan junto a los mendigos que emergen diariamente,
las ventanas alojadas en la taberna de la mente.

El bosque creció en la jaula de las espadas, en los alfileres,
creció petrificado en el olvido, (prolijo de fotografías)
en el reloj vacío de las manos, (tal una llaga golpeándonos)
en la ojera oscura del aprendizaje. (Irrestañable en su certidumbre
oscura. Cierto en los pálpitos segregados)

No siempre cada día vivido ha sido compartido:
aquí el fuego sobre el pecho ha construido cicatrices,
—caminos torcidos de sepultureros,
guantes trasnochados de linternas,
aullido de sábanas desde las máscaras, fatiga de trajes,
perros descendiendo a las venas,
como el sonido arrancado de las orquídeas:
nos muerde la sangre en el vaso de los párpados;
debajo de los sueños hay raíces congeladas,
fríos oídos de la tierra,
uñas en las mochetas de las puertas, sin ángeles que hagan bien
su oficio de alumbrar la boca sin poner candados
en el talismán húmedo donde dialogan las campanas.

A través de la ventana relampaguean los pasillos de la noche:
El hijo pródigo arrinconado en su desierto.

Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga

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