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domingo, 19 de noviembre de 2017

ESCOMBROS

Collages de Fran Skiles. Pinterest.






ESCOMBROS



Vamos a ver, amigo, si esto puede aguantarse: 
los mordiscos chiquitos de las larvas hambrientas,
los días cualesquiera que nos comen por dentro,
la carga de miseria, la experiencia…
Gabriel Celaya




Cada vez este País en menos cierto. El terror y la impunidad
no tienen nombre, tampoco son necesarios los milagros para salir
de estas aguas de alcantarilla.
En el estrépito de las casas, las aves migratorias.

Sólo la sal depredadora brilla en las axilas; aquí perdió
la dialéctica su propia placenta.

Arde la sangre con sus flechas fantasiosas, el magma del huracán,
el ventarrón mudo de la agonía, el disfraz alumbrando el subsuelo.
No hay lugar seguro para restañar los sueños, ni limpiar
la respiración en medio de oleajes sinuosos;
sólo existen tiempo y espacio para exaltar las Sumas tribulaciones
en este campo soterrado de huesos.

—No hay otro espejo, que la amenaza siniestra del hollín
con sus tapiales oscuros: aquí la cárcel es la ciudad o como si lo fuera,
en el misal de la ceniza, en las aguas del desorden.

(De pronto uno quiere renunciar a este País donde huyen
los pájaros,  a esta naturaleza fúnebre del polvo;
aquí arde el aliento de la escoria en cada acera,
en las calles desordenadas de la bisutería,
en la fiebre del engaño y del degüello.
Cada cuchillo procrea lágrimas y futuro: tocamos el filo en cada
zapato; en cada conciencia, el miedo es otra trapo del sigilo.)

Vivimos encerrados en el resuello de las migajas: migajas de todo.
No puedo amar a un País que sólo deja desposarte con la miseria,
con el tatuaje de la destrucción del torbellino,
con la expropiación de la alegría.

A diario servimos la neblina en la mesa: rezamos para alimentarnos
de fantasmas; en el ocaso, la luz se convierte en blasfemia;
en la oscuridad intensa, la boca respira las cruces del día.
En la ley no caben los descalzos, ni el cadáver que construye
a diario el vejamen, ni el castillo pintado de arco iris por los niños,
ni el ojo que pueda ver más lejos ciertos laberintos.
Cada escombro es un cuerpo que balbucea su propia senectud.
(Las falacias nos sirven de sombrilla y los aplausos de piñata:
hemos caído en la pasión por los disfraces,
en la pelota dominical de las diversiones. El oficio es sajar la Esperanza,
hasta que la extenuación sea la tierra contundente de la miseria.
No puedo amar a un País que hace del abecedario un remedo,
un circo, una pocilga, un largo callejón de ruinas.)

Detrás de cada cuerpo hay músicas siniestras, entumecidos bosques,
un País cercenado, entrañas putrefactas, costillas delirantes,
amaneceres en pozos macabros, bartolinas donde el fuego
no da tregua: muertos cansados de morir en las pezuñas,
aguas lentas mordidas por el semen de los perros:
todo está aquí en esta locura de País que tenemos,
menos por supuesto, la alegría  de la risa, menos la ventana,
sino el escalofrío que repta por los poros.
Tiemblan las ojeras en los escollos abisales de las tumbas.
Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga

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