Imagen cogida de la red
IDENTIDAD
Nadie
existe en medio de las mordeduras del polvo, ni en las cuatro esquinas
ancestrales de la historia: cada quien es según su analfabetismo.
Aquí se
cambia todo por tiliches y chiriviscos.
Nada
sorprende al ver únicamente la carcoma del rocío, los diversos dictámenes
de la
defunción, el linaje encubierto en el doblez de las cucharas,
o en la
sal verde de los bocadillos sobre los poros.
Del
telar, sólo los ocultos hilos de los desvanes oxidados.
Dejo a
un lado aquellas piedras oscuras de la herencia, la hamaca de ceniza
que se
cierne sobre los ojos, la mortaja agria de semen de las bufandas.
Crepitan
los ríos de sudor alrededor de los anillos móviles del éter.
Supongo
que ningún número nos queda exacto para jugar a plenitud
los
algoritmos que explican el brasero de la piel, el color próximo a las puertas
del crepúsculo, los trasmallos sin traje en el pozo de los deseos.
Hoy en
día hasta se puede cambiar de boca, de peces y entusiasmos.
No es
extraña la dualidad y sus pormenores, lo difuso y sus gastadas aceras.
Al
parecer las calles desenrollan sus noches como una larga lengua de yute:
por
supuesto, no soy quién para husmear en los rincones de las albardas,
ni en
el aparejo duro del vacío.
Al
final todo redunda en la soledad de la caligrafía y en el día quemado de alas,
y en el
palo inmóvil del frío, y en el mundo blanco de la leche del sapo,
y en el
caballo oscuro de moscas y en el incendio de flemas de la garganta.
Después,
quizá un puntapié, ayude a levar anclas y armadura…
Barataria, 2016
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