Imagen cogida de la red
EN EL MARGEN DE LA SOMBRA
Embozados
los ojos en la úlcera negra de las sombras, el candil atraviesa
ese
margen de sal que grita en los andenes.
Cada
remolino de furias despliega su propio paraguas, allí, en el inacabado mundillo
de los alfileres, sobre los sueños cautivos que no alcanzan a mutilar
los
relámpagos. (Uno siempre se aferra al asa
de las linternas, o a la queja mortal,
invisible de la arcilla. Al mal de ojo
de los dobleces en plena calle,
a la incineración del azúcar en la resaca de
saliva de los periódicos.
─Éramos jóvenes, entonces, volaba en el eco
de las lejanías; nosotros pródigos
en las líneas del resplandor; vos, en la risa
íntima del pájaro de la caricia;
todavía, en los márgenes del pecho subían
vilanos y sonidos.
La mañana y la noche eran el mismo cuerpo, el
mismo tiempo leído en los brazos,
el mismo fuego con historia propia.)
Luego,
uno amanece sólo con los meses como si se tratase de la cobija única.
Existe un
fuego entre las ruinas de cuerpos que recuerdan las ascuas del agua
o la luz,
o ambos mundos mágicos para crecer en desvelos.
Aquellas
fogatas descomunales de la duna incorruptible.
Aquella
sombra hirviente y su letanía de oleaje: en el viejo rincón de las voces,
las
esquinas seculares de los imaginarios, lo insospechado del eco, o del disfraz,
las dos
almohadas demoradas en las vísceras.
En el
margen del desván, el latigazo de la noche y su roja melena.
Nunca
hubo un argumento a propósito de la fatiga desabrida de la memoria.
Barataria,
30.III.2016