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DESTINO DE LA NOCHE
Sobre el tejado, en la sangre,
esta laboriosidad de clavos y carpinteros.
Conviene decir que la noche
madura en el aliento, lo sé desde el alba.
Desde las manos tuyas y mías que
estrujan trozos de naturaleza desvelada.
Desde el rocío hasta las paredes
donde se vislumbra el aprendizaje atroz
de las intemperies, del tren de
la palabra al grafiti, la raja de ocote pulida
dentro del sórdido brebaje del
país.
El país sitiado por una oscuridad
de espejos: ruido y sombras nos desvisten;
a la luz de esta lujuria, el
desvarío abrasador en la aorta.
No tiene nombre el abismo diario
alrededor de la mesa, ni límite sin que se sienta
la jaula de las aguas
abrasadoras de los nubarrones: pareciera que nunca
expiran los moscardones y que los
cadáveres se tornan inhabitables.
Entre todos los olvidos, uno
quisiera olvidar a este país de brebajes amargos.
(Resulta inexplicable la mutación que han sufrido los letargos y
el horizonte,
las cobijas y la carne en el centro de la muerte.
El sinfín desaparece desnudo y encarnizado, bestial como una
crónica incesante
de huesos. Excepto la hipnosis, lo demás son grietas. Son pómulos
rotos.
Son ojos sajados en torno al oleaje del cuello de las pesadillas.
Vos sabés que en cada calle nos acecha una gota de sangre y que en
la mañana,
nos asalta de manera impune el chorrito de frío. Vos lo sabés.)
Perdido el país, nos queda la
noche y su miseria mordiendo los encajes.
Quizá a la luz de tu sexo, la
realidad no sea tan devastadora…
Barataria, 27.II.2016
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