Imagen cogida de la red
ORIFICIO DEL VIENTO
Nunca faltan las moscas sobre el
plato de comida, ni los coágulos de humo
que empapan de razones
inexplicables a los ojos; —en los orificios del viento
solloza alguna epístola oscura
como un menú que palidece en la deshora.
Uno de a poco va diseccionando la
piel de la soledad y termina
por acostumbrarse a la rebeldía de
la herrumbre,
al pez doliente de la lengua
mordiendo la arcilla: en los jirones del sueño,
las tumbas entonces, pulsan como
relámpagos, en un país tiernamente
implacable, de permanente
adulación y agonía.
Sólo el recuerdo del pasado, no
del futuro, de las monedas enterradas en la raíz
del eucaliptus, debajo de la
habitación de los muertos, del fuego indescifrable
de la ceniza y las cigarras
y sus carruseles
y su quimera de chuchos en la
nostalgia. Y sus desamparadas linternas.
(Por doquier nos encontramos con infancias atroces: pala y pico la
madrastra
de sus insomnios, indescifrable el lenguaje que los convoca,
los candelabros que reverberan en sus manos. Hay una travesía de
dolor
en sus ijares. ¿Quién corregirá esa sintaxis pervertida?)
Son tristes los espejos que se
pudren en las sombras, tristes los huéspedes
que socavan el suspiro, inasible
el puñado de rostros en las pestañas,
sin brújula, sin siquiera
escuchar el ritmo de sus zapatos.
Nunca se sabe dónde queda
enterrada la sombra del futuro, ni qué otros
juegos desharán la carne a más de
estos diarios vitrales domésticos.
Por hoy, sólo puedo decir que
somos poseedores de humo, del balcón
en ruinas, o del rostro
abandonado entre los breñales de la tormenta…
Barataria, 20.XI.2015
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